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jueves, noviembre 21, 2024

Mario Vargas Llosa: entre Flaubert y Víctor Hugo

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I. No era genio, se hizo genio

La orgía perpetua, el libro que el escritor peruano dedicó a Flaubert, en el que cuenta cómo compró Madame Bovary en París y lo comenzó a leer sin poderlo soltar, presa de una fiebre y un enamoramiento súbitos, es una maravilla. Debe su nombre a una frase del maestro normando, que afirma que “escribir es la orgía perpetua”. La publicación en 1857 de esta novela cambió el rumbo de la literatura. Por primera vez, la trama era menos importante que el estilo, que la escritura. Flaubert era un orfebre, que se la pasaba todo el día escribiendo, caminando en el estudio, refunfuñando y mascullando cada palabra, hasta encontrar le mot juste, la palabra justa, la palabra exacta, la palabra perfecta.  

Sin llegar a su nivel de perfección obsesiva, veamos la amplia obra novelística del escritor peruano/español. Quizá las novelas en las que se aprecia mejor la genial arquitectura son sus dos obras maestras tempranas: La casa verde y Conversación en la catedral. Otra gran novela es La guerra del fin del mundo. Tuve la oportunidad de asistir en la sala Netzahualcóyotl a una conversación de Vargas Llosa con Gonzalo Celorio -unos días antes de que le dieran el Premio Nobel de Literatura-. Allí, Celorio le preguntó si Flaubert era un genio. Vargas Llosa contestó que no, que se volvió genio, gracias a una voluntad de hierro. Un poco es lo mismo que pasa con Vargas Llosa, quien no tiene el genio que tuvo García Márquez, pero ha construido una obra sólida y perdurable, a mi juicio.  

 

II. El alma de Víctor Hugo

De la misma manera que le dedicó un libro a Flaubert, le dedicó La tentación de lo imposible a Víctor Hugo, quien fue un alma grande y un escritor preocupado por la desigualdad social. Lamartine le reprochaba a Víctor Hugo que en Los miserables los revolucionarios buscan “lo imposible”, la utopía, y son fuente de desorden. Vargas Llosa señala: “No hay manera de demostrar que la obra maestra de Víctor Hugo haya hecho avanzar a la humanidad ni siquiera unos milímetros hacia ese reino de la justicia, la libertad y la paz al que, según la visión utópica de Víctor Hugo, se encamina la humanidad. Pero no hay la menor duda, tampoco de que Los Miserables es una de esas obras que en la historia de la literatura han hecho desear a más hombres y mujeres de todas las lenguas y culturas un mundo más justo, más racional y más bello que aquel en el que vivían”.  

 

III. La Academia Francesa de Letras 

Trescientos años después de ser creada por el cardenal Richelieu, fue admitida una mujer: Marguerite Yourcenar. Y apenas hace unos meses, fue aceptado el primer extranjero, Mario Vargas Llosa. En su discurso de ingreso, señaló: “Flaubert, al que he leído y releído una y otra vez, con infinita gratitud, es el responsable de que ustedes me reciban hoy aquí”. Menciona también a Víctor Hugo y a Los miserables y señala que esa novela encarna “un ideal de justicia que nos convence y nos estimula”. Vargas Llosa no llega a las alturas del virtuosismo técnico de Flaubert, ni es un alma del tamaño de la de Víctor Hugo, pero es un buen discípulo de ambos y un escritor espléndido. 

 

IV. Coda

En el libro de entrevistas Conversación en Princeton, Vargas Llosa señala “Es difícil saber si una obra pasará la prueba del tiempo”. Al momento de escribir estas líneas, Vargas Llosa se encuentra grave en un hospital de Madrid. Quizá es el principio del fin de un torrente creativo. Creo que algunas de sus obras perdurarán. Creo también, que animó y sigue animando el debate político, que en la segunda mitad del siglo XX se caracterizó por dos corrientes de pensamiento: la que apoyó la utopía cubana, y la que, desde una posición liberal -Paz y Vargas Llosa- ha defendido la libertad individual por encima del bien colectivo. Gabo de un lado, Mario del otro; amigos un tiempo y luego enemigos. ¡En cualquier caso, larga vida a Vargas Llosa y a su obra literaria! 

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