I. Jonathan Swift (1667-1745)
Fue un escritor irlandés (como Wilde, Beckett y Joyce). Hizo de la sátira el instrumento de su crítica social. En su obra maestra, Viajes de Gulliver, el personaje del mismo nombre viaja a una tierra donde los habitantes miden unos cuantos centímetros y luego a otra donde los habitantes miden más de 20 metros. Visita otros dos reinos, en uno de los cuales habitan los “yahoos” —seres humanos salvajes— (de allí viene el nombre del buscador).
La sátira como espejo de la realidad no fue invención de Swift, pero sin duda fue uno de sus más grandes exponentes. El “efecto espejo” nos permite burlarnos de nosotros mismos a través de un reflejo. Pueden ser hombres de otras culturas o civilizaciones, o inclusive, en las distopías de la ficción científica, habitantes de otras civilizaciones del espacio interestelar.
Dice el Diccionario de la Real Academia Española que sátira significa “composición en verso o prosa cuyo objeto es censurar o ridiculizar a alguien o algo”.
II. Kazuo Ishiguro (1954-)
Escritor británico, obtuvo el Premio Nobel en 2017. La Academia Sueca consideró de su obra que “en novelas de gran fuerza emocional, ha descubierto el abismo bajo nuestro ilusorio sentido de conexión con el mundo”.
Su novela más reciente se titula Klara y el Sol, y es la historia de una androide, Klara, que es comprada por los padres de una muchacha de salud precaria para hacerle compañía. A lo largo de la obra, los lectores somos testigos de cómo los humanos dan muestra de falta de humanidad, mientras que Klara, el ser de inteligencia artificial, es capaz de una empatía y una solidaridad más que humanas. El autor nos hace reflexionar sobre qué tan humanos somos. Parece que somos menos empáticos y sensibles que Klara, a causa de nuestro desenfrenado egoísmo.
III. Mario Alberto Mejía (1956-)
En su novela Se dicen cosas horribles de tí (Dorsia, 2021), el autor mezcla la ironía con la ficción científica, a la manera de Swift y de Izhiguro.
En la Feria del Libro de Guadalajara —la famosa FIL— se dan cita los escritores que conforman la República de las Letras. Por allá desfilan Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín, Elena Poniatowska, Alberto Ruy Sánchez, el director de la Feria —Raúl Padilla— y un larguísimo etcétera, en el que se incluye el propio Mario Alberto Mejía y su entonces esposa, Alejandra Macchia.
El novelista se divierte caricaturizando. No vuelve a los autores gigantes o minúsculos en términos físicos, pero sí en términos morales. Los grandes creadores y pensadores de nuestro país son infieles, envidiosos, arribistas, ambiciosos, perversos, manipuladores y… brillantes. Mejía no deja títere con cabeza. Su veneno —él mismo así lo define— no tiene límites. Refleja bien, sin embargo, a una élite intelectual, que no por serlo deja de ser caricaturizable y objeto de la sátira feroz del escritor nacido en Huauchinango.
Ahora bien, para efectos prácticos, los invitados a la FIL han adquirido klõnes. Un klõn es una réplica lo suficientemente verosímil como para dar una entrevista por televisión o asistir a una aburrida presentación.
Si bien son réplicas de los escritores y no robots con personalidad propia, como Klara, lo cierto es que crean una doble realidad, la de los humanos y la de sus klônes. La novela se vuelve, de esta manera, una distopía, una alteración de la realidad, un espejo deformado para ver mejor nuestras imperfecciones.
Otros escritores mexicanos —pienso en Enrique Serna— se han burlado del mundillo intelectual. Mario Alberto lo hace con solvencia e imaginación. Ojalá actualizara su novela a una versión postpandemia y la publicara en una editorial de alcance nacional. Nos hará reír a todos con su visión antisolemne, mordaz e irrespetuosa. Más allá del divertimento, su desenfado, su crítica y su lapidaria y a ratos pesimista mirada son un antídoto contra la solemnidad rampante. A fin de cuentas, se dicen cosas horribles de él y por supuesto de mí (de los lectores de Hipócrita lector no, jeje).
La sátira como advertencia y antídoto de la degradación moral, social, estética.