Nació el 24 de agosto de 1899, de modo que hace unos días fue su cumpleaños 123.
Leyó muchísimo y fue perdiendo la vista. Luego tuvo lectores, como el gran Alberto Manguel, que ha escrito libros irremplazables sobre el placer de la lectura. Al final, se quedó ciego. Invidente, fue nombrado director de la Biblioteca Nacional de Argentina, con sede en Buenos Aires.
Escribió: “Nadie rebaje a lágrima o reproche / esta demostración de la infinita sabiduría de Dios / que con magnífica ironía / me dio a la vez los libros y la noche”.
Si bien se casó, el erotismo no fue para él un impulso arrasador. Sin embargo, un día escribió: “Yo, que tantos hombres he sido, / no he sido nunca Aquel / en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach”.
Fue torpe políticamente. De una derecha rancia. Su mejor amigo fue Adolfo Bioy Casares -amante de Elena Garro, pareja muchos años de Octavio Paz-. A solicitud de ella, Bioy y Borges le escribieron a Díaz Ordaz, poco después del 2 de octubre de 1968, una carta en la que lo felicitaban por haber mantenido el orden. Penoso.
¿Quién no nos hemos quedado azorados, deslumbrados, maravillados, al ver el mar? Borges escribió: “Por el mar, ese desierto resplandeciente / y esa cifra ce cosas que no sabemos”.
En el cuento El aleph -uno de los mejores cuentos escritos en español en la segunda mitad del siglo XX- nos muestra que un punto contiene todo el Universo. Y en “Tlön, Ucqbar, Orbis Tertius”, que otra realidad puede invadir “la realidad real”. Él, obvio, lo pensó desde los libros. Tuvo boca de profeta con el metaverso y otras “realidades alternas”.
Borges es toda una literatura. Leerlo nos lleva a descubrir a sus autores favoritos, a Chesterton, a Schopenhauer, a las sagas de Islandia, a James Joyce y un larguísimo etcétera. Le gustaba Alfonso Reyes. Calló a Octavio Paz. Platicó con Juan García Ponce, con Rulfo y con Arreola.
Escribió ensayos donde citaba libros inexistentes. Pacientes eruditos consultaron bibliotecas para darse cuenta de que jugaba.
Era patriótico a su manera. Escribió: “Por la patria, sentida en los jazmines / o en una vieja espada”.
Quizá los dos mejores escritores que ha habido en nuestra lengua hayan sido don Miguel de Cervantes Saavedra y Borges. Sobre el primero, el maestro argentino escribió este soneto:
“Sospechándose indigno de otra hazaña, / como aquella en el mar; este soldado, a sórdidos oficios resignado / erraba oscuro por su dura España. / Para borrar o mitigar / la seña de lo real / buscaba lo soñado / y le dieron un mágico pasado / los ciclos de Rolando y de Bretaña. / Contemplaría, hundido el sol / el ancho campo en que dura / un resplandor de cobre. / Se creía acabado, solo y pobre / sin saber de qué música era dueño / acariciando el fondo de algún sueño / por él ya andaban don Quijote y Sancho”.
Habló sobre la amistad: “Por el arte de la amistad” y sobre el amor: “Por el amor, que nos permite ver a los otros como los ve la Divinidad”.
Al final de su vida encontró el amor en María Kodama, una argentina de ascendencia japonesa con la que estudiaba islandés antiguo. Con ella viajó y ella fue sus ojos. Recuerdo un ensayo de Mario Vargas Llosa donde describe cómo ella lo llevó a un viaje por globo aerostático. El anciano de más de 80 años, con el arrojo y la curiosidad de un joven, subiendo a un globo con María y ella contándole. Conmovedor.
Lo empecé a leer en aquel tomo verde de Emecé. Todos los escritores latinoamericanos lo hemos leído y releído. En todo el mundo, también.
Al final de su vida, Marguerite Yourcenar lo fue a ver a Suiza, poco antes de su muerte. Él le pidió que fuera a ver un departamento y se lo describiera. ¿Quién se atreve a pedirle a Madame Yourcenar eso? ¿Quién se lo niega al gran maestro? Dos genios, dos seres humanos, dos cómplices de las letras.
Maestro Borges, gracias por sus letras que iluminan el mundo.
Algún día moriré y dejaré de cumplir años. Usted, desde donde esté, seguirá cumpliendo mientras el español, nuestra lengua, nuestra casa común, perviva en este mundo.
