Gerardo Herrera Corral
La genialidad y la locura pueden vivir juntas. No se contraponen, no son contradictorias; y, aunque hemos visto genios en perfecto uso de sus facultades y orates alejados de cualquier talento, no es corta la lista de seres humanos extraordinarios en que ambas: ingenio y psicopatía comparten el tablado, despliegan juntos originalidad y devaneo, se alimentan de la misma fuente creativa, comparten la imaginación de un cerebro trastornado y brillante; y se confunden como si fueran la misma cosa. Inteligencia y vesania han colaborado en el estrecho espacio que existe entre aurículas del corazón humano. Delirios esquizofrénicos y refulgentes ideas han habitado el tejido encefálico, ocupado al mismo tiempo la mente de poetas y matemáticos, escritores y científicos, artistas y eruditos. No hay nada que indique que una es consecuencia de la otra, pero tampoco de que se opongan. No se excluyen. No se descartan mutuamente. Pueden alojarse donde mismo, en convivencia ocasional. Algunos han llegado a pensar en la posible existencia de una relación estrecha, pero esa seductora idea de cohabitación dispar, de amistad entre opuestos, no parece tener sustento.
A lo largo de la historia hemos tenido épocas en que las extravagancias humanas han sido exaltadas de manera especial. Tiempos en que la excentricidad es glorificada con romanticismo. Si bien las figuras legendarias abundan en el terreno de las artes y las humanidades; lo cierto es que no se limita a ellas. Hace tiempo que toda una generación de poetas franceses rompió con las formas tradicionales para introducir símbolos en su escritura y al hacerlo acabaron también con la relación que siempre había existido entre los autores y sus lectores. Paul Verlain los conoció a todos ellos y los denominó “malditos” por su estilo poético, por lo dramático de sus vidas y por su rechazo y ruptura con las formas sociales establecidas.
El común denominador de escritores, artistas y científicos atormentados por la locura es justamente el haber recibido la genialidad como castigo y el talento como maldición. La visión dilatada del mundo, la sensibilidad extrema, el paisaje secreto que otros no ven y que aparece ante sus ojos como bálsamo y veneno, los expone para ser señalados por distintos, por alejados, doloridos, tristes.
A la rebeldía de Tristan Corbiére, la vida errante de Ar – thur Rimbaud, la excentricidad de Stéphane Mallarmé y la oscuridad melancólica en la escritura de Marceli – ne Desbordes le siguieron después muchos otros con la marca de aflicción, soledad, autodestrucción o suicidio.
Las matemáticas no son la excepción ni territorio libre de mentes abatidas por la zozobra, consternadas, incomprendidas y atribuladas por la soledad. Evariste Galois fue expulsado de la Escuela Normal Superior de Paris cuando apenas tenía 19 años. Siendo un apasionado republicano fue encarcelado por sedición. Luego de ser liberado y absuelto volvió a la prisión por la misma causa, para pasar ahí más de ocho meses. Durante ese tiempo escribió un trabajo en matemáticas que envió a la Academia para que el conocido y legendario Simeon Denis Poisson lo rechazara, sin entender lo que se le presentaba.
Un mes después de salir de la cárcel el joven se vio envuelto en una disputa de arrabal. En esa desavenencia mundana, pelea de borrachos, sería retado a duelo para la mañana siguiente. La razón de los acontecimientos y la calaña de los involucrados es desconocida, pero en diferentes versiones de la historia aparece siempre una prostituta, una farsa absurda y abundantes cantidades de vino barato. Convencido de que moriría al enfrentarse a un experimentado campeón de esgrima y miembro del ejército francés pasó la noche escribiendo con prisa su testamento matemático. Galois perdió el duelo de pistolas y falleció al día siguiente a causa de los disparos certeros del contrincante descerebrado. Una peritonitis hizo el trabajo necesario para que el joven abandonara la vida que no estuvo a la altura de sus manías y descalabros.
El trabajo de Galois fue publicado después de su muerte y este año se cumplen 180 años de que se dieran a conocer.
Kurt Gödel es uno de los más grandes matemáticos de todos los tiempos. Su trabajo tiene un impacto que alcanza a la filosofía tanto como al pensamiento científico. Es el autor de los teoremas que afirman que en ciertas teorías aritméticas habrá siempre proposiciones que no pueden ser demostradas o refutadas. Esa simple aseveración ha bastado para generar profundas reflexiones ontológicas y generalizaciones, a veces arbitrarias, que ponen en duda las esperanzas de que de un día lleguemos a entender la realidad.
Conocido no solo por su inquisitiva y prodigiosa capacidad lógica, sino también por su comportamiento errático que provocó que el mismo Albert Einstein interviniese cuando presentó su examen para obtener la ciudadanía norteamericana; preocupado por la impredecibilidad de su amigo. Se dice que cuando en el examen se mencionó al régimen nazi, Gödel expuso al juez que había descubierto la manera como una dictadura se podría instalar en Estados Unidos por la vía legal a partir de una contradicción lógica en la constitución. El mismo juez, con la ayuda de Einstein interrumpió la disertación y le entregó la ciudadanía sin abundar en el tema que evidentemente comenzaba a abarcar la atención del matemático.
Gödel sufrió de periodos de inestabilidad mental. Por alguna razón desarrolló un temor obsesivo a ser envenenado y decidió no comer nada que no fuera preparado por su esposa Adele. Cuando en 1977 ella fue hospitalizada por varios meses Gödel no tuvo quien prepara sus alimentos y en esas circunstancias se rehusó a comer al grado extremo de dejarse morir de hambre. Uno podría pensar que él mismo hubiese podido preparar su comida, pero las obsesiones no admiten racionalidad, como tampoco lo hizo la mente más brillante de un maestro indiscutible de la lógica. El gran matemático Kurt Gödel murió de inanición pesando apenas 30 kilos.
Ramanujan, el matemático indio que hizo grandes contribuciones a la geometría algebraica y la teoría de números, se suicidó a los 37 años después de padecer fuertes episodios de esquizofrenia. Y el gran matemático norteamericano John Forbes Nash tuvo una vida singular que osciló continuamente entre la genialidad y el delirio. Esto acabaría inspirando a la escritora Sylvia Nasar que publicó la novela Una mente maravillosa .
Cuenta la historia que Demócrito se quitó los ojos para poder pensar con más claridad. Georg Cantor, quien desarrolló la teoría de conjuntos, vivió en la depresión atribuida a sus frustrados intentos por demostrar la hipótesis de continuo. Su trágica existencia ha resultado en un famoso contraste enmarcado, por lo que David Hilbert dijera: “Nadie nos echará del paraíso que Cantor creó para nosotros”, cuando todos sabemos que Cantor mismo vivió en un infierno. Este mátemático es pues la ironía del contubernio que siempre ha existido entre el cielo y el infierno, la razón y las perturbaciones de la mente.
No hay evidencia de conexión entre la locura y la genialidad, pero sí hay elementos claros que podrían conectar a una con la otra: las largas horas de soledad, la nece – saria obsesión por resolver un problema, por abarcar su amplitud y sondear su profundidad nos llevan a pensar que quizá John Nash estaba en lo cierto cuando dijo:
“No me atrevo a decir que exista una relación directa entre las matemáticas y la locura, pero no tengo duda de que un gran matemático tiene características maniacas, delirio y síntomas de esquizofrenia”.