Leer al Marqués de Sade sigue siendo, para los castos y puros de corazón, una de las aberraciones más grandes que hay.
No es casual que a su apellido se le atribuyera un concepto que lo sobrevivirá mientras el mundo sea mundo y el lenguaje no muera. El sadismo… palabra que a muchos les genera escozor y miedo, y a otros, los libertinos de ayer hoy, placer y orgullo.
Un sádico es, pues, aquella persona que ejerce crueldad (sexual) sobre otra para experimentar excitación y gozo.
Sin embargo, el catálogo de parafilias, perversiones y aberraciones que Sade incluyó en sus textos no son realmente ajenas a los que se consideran correctos, probos y pudorosos.
Leyendo su Filosofía en el tocador, el lector experimenta varias sensaciones: desde la desaprobación a la apología de los asesinatos, pasando por la arcada y el asco cuando retrata escenas en cuyo primer plano está el ojete del ano y las excrecencias que de él emanan, hasta grados de euforia y el más alto nivel de fantasía erótica al imaginar encerronas dionisiacas tumultuarias.
La historia del Marqués de Sade es fascinante por muchas razones: un noble criado por curas, casado por la fuerza con una dama que conoció el mero día de la boda, que se volvió militar de algo rango y participó en cruentas batallas y que en todos esos momentos pasó interludios oscuros encerrado en la cárcel (donde escribió sus mejores obras) y en el manicomio.
Pero hay dentro de esta cronología un aspecto que llama profundamente mi atención: que, teniendo como su peor enemiga a la suegra (qué raro), su esposa Renee, nunca deja de protegerlo ni de proveerlo de libros ni documentos ni ánimos para fugarse.
Así, la mujer que en un principio significó su castración romántica, pasa a ser su mejor lectora y confidente.
Una mujer que, sin duda, comprendió el sino de su hombre sin necesariamente compartir su visión sobre la vida y la sexualidad. ¿No es acaso esa complicidad el fin ulterior de una pareja?
Mientras leo a Sade pienso inevitablemente en otros autores que tocaron el tema del libertinaje y la sodomía antes y después de él. Las Amistades peligrosas de Choderlos de Laclos fue escrita en 1782, cinco años antes de que Sade hiciera lo propio con Justine o los infortunios de la virtud… y a pesar de que la novela epistolar de de Laclós no alcanza la lubricidad y el patetismo de ninguna de las obras de Sade, es un gran ejercicio de libertad y exploración creativa. La filosofía que se encarga de crear más preguntas alrededor de sí encuentra entre las partes privadas y el tabú cientos de formas parecidas a una respuesta lógica.
También, en lo que doy vuelta a cada página, trato de imaginar lo que sucede detrás de las puertas de cada pareja… sobre todo en un entorno tan aparentemente mojigato como el que se vive en mi ciudad.
¿Cuántos de los secretos desvelados por Sade y que ruborizarían a un 90% de mis amistades, son llevados a la práctica en el más severo de los silencios?
¿Cuántos de los Santos Varones que caminan por ahí con el escapulario y la estampita del Santísimo en la cartera, contratan shemales para disfrutar de la experiencia dual de poseer y ser poseídos por una mujer con falo en sitios pequeños, lúgubres y apartados del escrutinio público?
¿Cuántas mujeres, herederas de la tradición barroca, se siguen casando con un tipo despreciable, pero conveniente, para así obtener el pase automático de hacerse de un amante fervoroso?
¿Cuántos practican el sexo grupal en fiestas con invitaciones personalizadas y acaban copulando con su compadre mientras la comadre defeca encima de su terapeuta new age?
Trescientos años han pasado desde que Sade desentrañó una parte intocable de la condición humana (la vida íntima); el triunfo del vicio sobre la virtud.
Y trescientos años después se sigue satanizando su obra, cuando Sade está en todas partes: en las salas más pulcras y en las entrepiernas más depiladas y, sobre todo, en las conciencias y en las honras más salvaguardadas.