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jueves, noviembre 21, 2024

Rio de sangre en Cholula (el miembro explosivo)

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Sapientiae dilectione augebitur nos, quiere decir “el amor a la sabiduría nos engrandecerá”.
Es el lema de la UDLA. La maravillosa universidad encallada en la ciudad más antigua del mundo, la jamás abandonada y nunca bien ponderada Cholula.

Esta casa de estudios ha sido a lo largo de su historia semillero de empresarios, uno que otro pillo local, factureros profesionales, algunos artistas decorosos (los demás acabaron perdidos en páramos misteriosos), pero sobre todo fue, es y seguirá siendo fuente inagotable de historias. Un manantial fresco de anécdotas burbujeantes que no se seca.

La uni mas cara de la comarca y a la que más extranjeros llegan de intercambio. Gracias a esta institución se han detonado muchas empresas que tienen que ver con los bienes raíces, alimentos, hotelería, pero sobre todo, ha enaltecido y dignificado la industria más redituable y entrañable para las juventudes desorientadas: la industria de la doble v de la victoria: vicio y vagancia.

Los hechos aquí narrados son absolutamente verídicos y existe constancia de éstos en los anales del lado B de la vida universitaria, o sea, en las catacumbas de la noche cholulteca. Porque por un lado están las cuitas del Gigante Xelua, fundador del reino, y las tristes noches del Chalingo (el río d sangre) que se derramó en esta tierra a manos del infame Cortés y sus huestes gandallas, pero por el otro está la confirmación de que el eterno retorno y la teoría del tiempo circular son la constante, ya que por ahí del año 2003, tiempos en los que el charro-empresario Vicente Fox echaba por la borda la oportunidad de cambiar el rumbo de este país después de 80 años de priismo, se dio un suceso, no tan sonado ni tan aparatoso, como el “río de sangre” cholulteca, pero en aquella ocasión interpretado por un vato buenaondita, de esos que venían a pasar el rato en busca de sexo y drogas baratas en la calle 14, y un ejemplar dorado de australia: dos metros de altura por dos de envergadura de palma a palma de la mano, a quienes llamaremos Oscar y Michael. El primero, faje casual del segundo. Y es que la noche cholulteca siempre ha estado a la vanguardia. Así, cuando en todo el país (y aquí nomás cruzando la recta) los poblanos de arraigo y los mexas machos recalcitrantes se santiguaban y sguían renegando de la sexualidad y sensualidad libres, en Cholulalá todos los gatos siempre hemos sido pardos.

No vayamos lejos; a partir de que esta columna apareciera, tratando de narrar el comportamiento sexual de los habitantes de Puebla, me he topado con personas que me interpelan, mujeres sobre todo, que se siguen quejando porque sus hombres venían (y siguen viniendo) a destramparse a los bares y tugurios de San Pedro y San Andrés.

Pues bien… Michael y Oscar, la pareja gay que protagoniza este episodio, son sólo un pretexto para exaltar la tradición de alta lujuria y libertinaje que tanto nos gusta practicar en estas coordenadas.

La que develó esta historia es Taxxa, que en su momento estudiaba arte en la citada Universidad y que hoy es una consolidada y reconocida guionista. Bukka también cursaba su brillante carrera en negocios mientras las noche caía y se coronaba como la mejor anfitriona de la noche cholulteca. Taxxa y Bukka, ¡larga vida a sus majestades!
Todo sucedió mientras se desarrollaba una party a la que bautizaron como “noches de Alter ego”.

En el escenario asomaban contenedores de chela, cientos de botellas de vodka, tachas de dudosa calidad, mota Acapulco golden, coca cortada, poppers y otros caramelos.
El acto a relatar, que es el culmen que da pie y forma a este relato, ha sido nombrado como “el incidente del pito explosivo”. Por eso la alegoría con el pasaje histórico del Chalingo, es decir, el río de sangre cholulteca.

La fiesta se había salido ligeramente de control. Bukka llevaba tres dias disfrazada de quinceañera (recordemos que es una fiesta de alter egos).

Las golosinas corrían al unísono de que la gente reía, se manoseaba y se contoneaba al ritmo de la música.

Michael, australiano reventado y jarioso, le había entrado con valor espartano a todo: perico, pastas, pedo y poppers afloja-culos. No tenía la menor idea de quien era Raphael, el cantante, pero bien sabía que esa era “su gran noche”.

Qué pasará, que misterió habrá…

La noche agonizaba entre humores de mota, conversaciones proto-intelectuales y erecciones.

Ya era sabado.

Michael calentó a Óscar y Óscar se dejó llevar como un fiel ovejero hacia la habitación principal de la casa.

Cogieron parados, sentados, de ladito. Se besaron como dos ventosas, urgidos, húmedos, con la brutalidad con la que sólo dos cuerpos masculinos se pueden castigar y dar placer.
Para esas horas, Bukka había colgado el pico y dormía plácidamente entre los tules rosas de su falda sin percatarse que Sophie, otra australiana, estaba debajo. La chela de Bukka permanecia intacta en la espalda de Sophie.

Taxxa bailaba extasiada. La tacha tardó en reventar y ahí estaba, incólume, estoica frente a las consolas, cuando de repente vio bajar a Óscar, semidesnudo y manchado… de primera instancia nada fuera de lugar, ya que iba disfrazado de Che Guevara, así que la sangre de los fusilamientos matutinos era parte del outfit

Óscar se dirigió a Bukka, pero no reaccionó. Eso sí, su chela seguía heroica en espera de la recuperación del soldado caído.

Desesperado, el Che balín divisó a Taxxa. Se abrió paso entre los parroquianos tacleando a dos o tres gradulones de los Aztecas. Algo le dijo al oído, que Taxxa abandonó el dancefloor y subieron juntos al ashram del amor.

¡Sangre, un puto río de sangre!

Sangre en el piso, en la cama y en el sofa. Sangre y semen. Digamos que eso parecia un postre de fresas con crema como los que se sirven en ls celebre juguería Granada…
Michael minimizaba el hecho. Óscar, ya en perra, horrorizado y con pálida, le expicó a Taxxa que todo estaba de poca madre: cogieron de pie, hincados, Zongo le dio a Borondongo y Borondongo a Bernabé… hasta que él, Óscar, se bajó a mamársela al australiano. Todo delicioso, insistió, hasta que sintió húmedo. “pues ya se vino”, pensó, pero la cosa en la noche no se veía muy clara y aquello seguía y el fluido manaba como un manatial. La textura, y sobre todo el sabor, narró Óscar, ya no era la habitual, ¡y vaya que conocía ese sabor inconfundible a leche y Cloralex!

La sangre era una cosa exagerada. Una hemorragia. Un riachuelo como el que dejó Cortés en la matanza de Tlachihualtepetl.

Taxxa accionó. Irían a la unidad médica de la uni, de su alma mater. Carajo, las colegiaturas bien valían que se atendiera un caso así, sea cual fuere el contexto. Bajaron. Bukka roncaba, así que Taxxa le sacó las llaves de su troca. Los tres iban pedos, tachos y ensangrentados. Pasaron por dinero al negocio de Bukka. Se llevaron panes y chocolatinas para el monchis y el susto. Llegaron a la enfermería de la UDLA y el paramédico los mandó a la burguer king porque estaban drogados.

¿A dónde se trataba la “gente bien” de Puebla?

Ajá, llegaron a la Beneficencia española. El Río de sangre australiana vengaba a los indios cholultecas caídos en manos de los gachupines. Ajá, pero en la BENE también los batearon; no por drogones, sino por putos.

Terminaron en la noble y democrática Cruz Roja.

Taxxa entonces propuso decir que el australiano era su marido para que no anduvieran indagando de más y los atendieran sin la moral poblana por delante.

El urólogo entonces le dio su parte médico a la esposita de marras: “el exceso de drogas dentro de su sistema reaccionó a la hora de la erección y envió más sangre a los cuerpos cavernosos del pene, y en el bombeo, la piel explotó en dos puntos, cerca de la cabeza y lejos, ¡muy lejos de Dios! (y de los canguros).

Por la succión a la hora de la felación, el glande se infló como un globo de agua y, catalizado por las drogas, aquello no resistió.

Esta sesuda explicacion fue dada junto a un cadáver. Así que podría decirse que la Fiesta “Alter ego” llegó a su fin con un acto surrealista que ni Luis Buñuel hubiera podido plasmar mejor en sus películas.

¿Qué fue del Australiano?

Nunca olvidó el lema de la UDLA y se lo tatuó en la ingle: “el amor a la sabiduría nos engrandecera”… hasta explotar.

A los pocos meses regresó a su país convertido en un martir de la noche cholulteca.
Y dicen que la cerveza de Bukka sigue intacta en algún nicho de su casa, como recordatorio permanente de esos días en los que Vicente Fox aún no era un tuitero mariguano, y la UDLA no se había convertido en un vulgar botín entre los Jenkins buenos y advenedizos.

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