Señor casi octogenario, rico, abogado de varios personajes de poder clerical, se casa con muchacha de veintiuno, cantante, hija y hermana de alguien.
Dicen que para el amor no hay edad, y es verdad; si es que la verdad no tiene siempre algo de mentira o de mistificación o idealización.
Veinte años no son nada, dice el tango. Treinta quizás algo, dependiendo. No es lo mismo que una cuarentona se prende y logre convivir con un sesentón; que una de veinte alcance a vislumbrar las sombras de uno de ochenta… las cuarentonas tenemos ya cierto camino andado, hemos errado lo suficiente como para, también, apechugar a la hora de las consecuencias. Sin embargo, que tu pareja te lleve más de treinta, y más en esta época en la que las chicas de veinte pertenecen a una generación abismalmente opuesta a los boomers, sí conlleva una serie de riesgos y diferencias.
El tipo que mató a su mujer a sangre fría frente a los comensales del Suntory supo lo que hacía. Él mismo, a la hora de ser aprehendido, dijo: “lo hice porque ya me tenía hasta la madre”.
Así de fácil y con ese argumento nada digno de un letrado, de un científico social, el abogado le arrebató la vida a quien tiempo atrás tomó como esposa.
En la prensa insensible califican al abogado como un sugar daddy. Nada más alejado del significado de esta etiqueta que se les pone a los hombres mayores que salen y colman de objetos valiosos a jovencitas previo acuerdo de intercambio de compañía y sexo consensuado.
El feminicida del Suntory no era sugar de la mujer, era su esposo, por lo tanto el crimen conlleva una agravante en grado de parentesco.
Semanas atrás, en Puebla, fuimos testigos de uno de los casos más escandalosos y escalofriantes cuando Cecilia Monzón fue asesinada por órdenes de Javier López Zavala, su expareja. Un político que fue diputado y estuvo cerca de ser gobernador del Estado.
¿Qué lo llevó a la decisión de matarla?
Sus razones (ilegítimas y condenables siempre) habrá tenido, sin embargo, tanto en el caso de Zavala como el del Jesús Hernández Alcocer, hay algo que impulsa a los de su especie: la megalomanía y la aparente certeza que, por el poder que ostentan, saldrán impunes.
Desconozco el si el código penal del Estado de México permita que, por edad, el abogado -tras ser juzgado y una vez que los medios bajen el volumen- purgue su pena en casa, cómodamente.
Si es así, parte del atroz envalentonamiento del señor, seguramente, estuvo contemplado en su fuero interno a la hora de disparar cuatro veces sobre el cuerpo de su esposa.
El que conoce las leyes, puede hacerlas dúctiles a su favor.
Quizás el hombre consiga su “libertad” porque el sistema no carga con quien considera que ya va de salida.
Uno de los pocos beneficios de la vejez…