Faltaban tres minutos para las dos de la tarde. Ya me había estacionado en la calle de Hidalgo, a un costado de la papelería Citlalli, coloqué el parasol por dentro del vehículo, saqué monedas de cambio para pagar el parquímetro y me iba a bajar cuando sonó la primera ráfaga.
Instintivamente me tiré sobre los asientos del carro y ahí me quedé expectante. Quise levantarme para ver que sucedía, oí los gritos de una mujer que le pedía a su hija que se quedara en el suelo. Entonces sonó otra ráfaga. Fue una descarga como de cinco tiros.
Seguí tirado en el auto pensando que alguien se iba a asomar para buscarme. Se hizo un silencio. Oí dos tiros de pistola y ubiqué los disparos en la parte de atrás del carro.
Levanté la cabeza y vi a un hombre disparando con dirección hacia la escuela Betancourt desde un auto estacionado a media calle de la avenida Hidalgo.
Agachado, abrí la portezuela y salí, pensando que podía ayudar si había algún herido. En el piso de la papelería se hallaban dos mujeres: una señora y una niña. En la acera de enfrente vi algunas personas agazapadas detrás de los autos.
El tipo de la pistola se subió a su coche, retrocedió y luego rebasó al auto que tenía delante a toda velocidad. Me incorporé cuando pensé que ya había pasado el peligro.
Un joven de camisa a cuadros, creo que de color azul, bajó del auto que había quedado parado a la mitad de la calle. Tenía una herida en la espalda, a la altura del omoplato derecho, que le mostró a una mujer policía; luego subió a su auto y se fue. Llegó otra policía de vialidad hablando por radio.
El ambiente de zozobra iba desapareciendo. Los curiosos se arremolinaron en el lugar. Luego llegó quien supongo es el director de Seguridad o de Vialidad dando algunas indicaciones de proteger el perímetro.
El dueño de la papelería Citlalli me preguntó si yo sabía lo que pasaba, le comenté que no. Luego caminé hacia la tienda Coopel mientras llegaban cuatro policías en motocicleta, recibieron instrucciones y se fueron con rumbo a la Betancourt.
Afuera de un estacionamiento, donde se ubican unas oficinas que se dedican a la venta de terrenos, se me apareció el periodista Timoteo Castelán, hasta ese momento me di cuenta del lugar exacto de la balacera pues en el piso se encontraban tirados como diez casquillos que supuse eran de un cuerno de chivo o R-15.
Luego apareció un elemento de la Guardia Nacional que empezó a poner orden pidiendo que resguardaran el lugar para proteger los indicios. A los 10 minutos llegó una patrulla de la Policía Municipal y, cinco minutos más tarde, una patrulla de la policía Estatal. Entonces solicité permiso para retirarme de lo que llamaríamos “la escena del crimen”, sabía que la iban a acordonar.
Hoy, 30 de mayo, viví un momento de angustia.
Todos los que transitaban por esa calle también tuvieron miedo. Algunos comerciantes cerraron sus locales por pura precaución. Hasta hace algunos días creí que Huauchinango era un lugar seguro.
Ya no sé si es verdad. Hemos sabido casos de lo que hace una bala perdida. Hoy tuve mucha suerte.
Todo lo que escuché después son meras especulaciones. Los periodistas querrán ganar rating con sus audiencias. No faltará quien involucre a los personajes y a los partidos políticos. No faltará quien hable del narcotráfico. Este lamentable hecho lo analizarán y lo juzgarán las autoridades correspondientes. ¿Será un hecho aislado?
¿Será algún problema entre particulares? ¿Tendremos unas elecciones pacíficas?
Mi deseo, igual que el de muchos ciudadanos, es tener confianza y seguridad al caminar por las calles de Huauchinango.