La fortaleza está en las montañas y la grandeza en los corazones, así se construye la nobleza en nuestro espíritu serrano. Abnegación y trabajo han sido la fórmula, con ella se saca los frutos de la tierra y se respira esperanza.
En Xochitlán, el hogar es cálido y generoso para criar magia, una síntesis amorosa de tradición, historia y cultura. Una magia que se borda con paciencia y con amor, que se baila con energía y entusiasmo y que se canta con fe y esperanza.
Así es la vida diaria en el lugar de las flores, Xochitlán, donde la naturaleza forjó un enorme capricho que combina montañas, humedad y belleza. Por eso, sus hijos, sus hijas, “los hijos de la montaña”, no se guardan en el pecho la alegría, el orgullo y la pertenencia a una tierra de sabores de barro y cariño, donde sus tradiciones reviven, señalan el rumbo y construyen disciplina. Así en la cadencia lenta y profunda del Xochitlpizáhuatl, se acercan limpios y pensativos a Tonanzin-Guadalupe, la madre que recuerda la simbiosis del mestizaje que fusiona, sí, es cierto, pero a la vez, pervive en la fuerza de la razón que son sus orígenes nahuatlacos.
Los empedrados son, desde siempre, el sendero de la alegría plena de un misticismo que combina silencios que son fuerza y la razón por donde caminaron, llenos de coraje, “los hijos de la montaña”, de Xochitlán hasta Loreto y Guadalupe, para vencer el 5 de mayo de 1862, al ejército más poderoso del mundo. “Los hijos de la montaña” fueron también el ejercito que durante siete años rechazó y expulsó de la sierra poblana y el norte de Veracruz a los belgas y austriacos hasta llevarlos al mar, de donde nunca regresarían para siempre.
Y esa victoria, que hizo reconocer a todo el mundo el valor de una nación, que se resolvió en su derecho a serlo, es una muestra, una simple muestra, de la conciencia y el arraigo a la tierra, a las razones de nuestros ancestros y a sus enseñanzas: nacimos, dicen los de acá, para ser libres, como los pajaritos que solo se quedan quietos cuando nuestras mujeres los bordan en sus blusas; como el aire que resopla en el eco de las montañas, como la lluvia que nos revive una y otra vez.
Y tienen razón, si algo se respira en Xochitlán, es libertad, fuerza, paz y reconciliación, a las que solo tiene permiso interrumpir la energía del huapango que cada agosto, en la feria, la fiesta, interrumpe los sonidos del silencio, para recordar a todos la gratitud a quienes hicieron posible este pueblo tranquilo y sosegado que solo le pide a la vida, permiso para vivirla con justicia. Así, dicen los de acá, hombres y mujeres, fuimos criados, “somos los hijos de la montaña, que siempre estará altiva, poderosa y pródiga, dando forma a nuestros corazones”. Así lo cantan a los cuatro vientos, “toditas las mañanas, cuando los gallos están alertas”, “se oye la canción temprana del pueblo que se despierta, va la gente a sus quehaceres, los hombres y las mujeres siempre buscando al sol…”
Yael Olvera Ramírez, un músico y poeta de este pueblo, organiza y rescata un grupo de artistas, que retoman, para que nunca se olvide el nombre de “Los Hijos de la Montaña”, que así se llamó el ejercito indígena que defendió la República de Juárez. Y así como ellos defendieron lo nuestro, “nosotros los trovadores indígenas”, dice Yael, “defendemos con poesía y música la cultura de Xochitlán, con toda su riqueza (…) porque somos el país serrano, donde nacemos todos los días, cuando las estrellas refulgentes esparcidas en el cielo se ocultan diligentes cual pajaritos en vuelo (…) porque ya comienza el nuevo día, ya se ve el resplandor, y vamos, siempre, tomados de la mano del sol”.
Una riqueza que expresa vida, flores y esperanza
en la música y canto de “Los hijos de la montaña”,
una organización que desde los años 90s, se dedica
a rescatar las letras y métricas de canciones nahuas
y mestizas y las cantan para recrear el valor de la
lluvia, cuando la tierra reverdece y el arcoíris despliega toda su belleza y se concentra en las flores de Xochitlán, compartiendo a todos el valor de la vida
que se forma por la fuerza del chipi, chipi, los verdes
y canteras de las montañas y el trabajo, “así nos lo
enseñaron, nuestros padres nahuas y totonakius”.
En “Los hijos de la montaña”, hay, es cierto, muchos corazones que concentran una magia especial, la magia de Xochitlán de las Flores. Hay que escucharlos, porque saben decir la verdad y el valor, la magia y el poder de la Sierra Poblana.