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viernes, junio 20, 2025

San Antonio y la luz que asoma: una crónica del México que despierta

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En un país en constante transformación política, la llamada Cuarta Transformación (4T) divide opiniones, para unos, es el inicio de un nuevo horizonte; para otros, un retroceso disfrazado de progreso. Pero la historia enseña que ningún gobierno ha logrado —ni logrará— contentar a todos. En ese vaivén de tensiones y esperanzas, se construye, acaso sin querer, un equilibrio frágil, pero necesario.

San Antonio —nombre que tomamos prestado del santo patrono del pueblo, cuya feria se celebró hace apenas una semana. Curiosamente, una de sus calles principales se llama 13 de junio, fecha que marca la fiesta patronal. Pero este año, además de fuegos artificiales y procesiones, ocurrió un hecho que merece ser contado, una escena que bien podría considerarse una esquela, del espíritu que —se dice— impulsa la 4T.

No sabemos con certeza si fue iniciativa directa de la presidenta Claudia Sheinbaum o de alguien en su gabinete, pero lo cierto es que se ha comenzado a implementar un cambio notable, los recursos federales que antes eran canalizados a través de las presidencias municipales ahora serán gestionados directamente por la comunidad. La idea es simple pero poderosa, que el pueblo decida cómo y en qué invertir su dinero. Y es precisamente esa aparente simpleza la que ha removido las viejas estructuras del poder local.

El caso de San Antonio lo ilustra con claridad. La administración municipal, encabezada por un presidente acostumbrado al control del presupuesto —y, se sospecha, a los beneficios personales que este conlleva—, no recibió con agrado la noticia. Acostumbrado a “repartir el pastel”, el alcalde se resistía a soltar lo que consideraba suyo por costumbre, no por derecho.

Días antes de la feria, se convocó a una asamblea en el deteriorado auditorio municipal, que apenas si había recibido una mano de pintura en las gradas, pero seguía siendo símbolo de abandono. El motivo: elegir al nuevo comité ciudadano que administrará los fondos del FAIS (Fondo de Aportaciones para la Infraestructura Social), un recurso federal que, durante años, había sido gestionado con poca transparencia por las autoridades locales. El FAIS, destinado a obras que beneficien directamente a poblaciones en pobreza extrema y zonas con alto rezago social, asciende a $4,670,000. Sin embargo, en San Antonio, poco o nada se había visto reflejado de ese dinero. Uno de los problemas más graves —y persistentes— es el acceso al agua potable,apenas el 50 % de las viviendas cuenta con este servicio. El resto depende de pipas, viajes a ríos lejanos o madrugadas en busca de nacimientos de agua.

La asamblea se tornó tensa. Asistieron habitantes de diversas colonias, entre gritos, empujones y un aire de desconfianza. El presidente municipal no faltó. Llegó con un comité previamente armado, compuesto por personas cercanas a su círculo, confiado en que lograría quedarse nuevamente con los puestos clave. Pero esta vez, algo fue distinto. La comunidad habló. Organizados o no, con argumentos o con dudas, eligieron a sus representantes.

Se conformó, un presidente que genera suspicacia por su tono de piel —lo apodan “el gringo”, “el extranjero”— pero que demuestra compromiso con el pueblo de donde es originaria su esposa, quien anhela el progreso de la tierra que la vio nacer; una tesorera reconocida por su capacidad y honestidad; y tres gestores más, entre ellos una mujer cercana al alcalde, quien, aunque no logró el control total, logró un espacio desde donde probablemente intente influir.

Esta elección, con todo y sus imperfecciones, representa algo más que un cambio de administración de fondos. Es un primer paso hacia la autodeterminación. Es la muestra de que, sí, es posible que los pueblos olvidados se organicen y cuestionen el poder. Que levanten la voz. Que se apropien de lo que les pertenece. Que exijan rendición de cuentas.

No es la primera vez que el equipo del alcalde intenta apropiarse de los recursos a toda costa. Pero sí es la primera vez que se asoma una luz. Una luz que, si logra mantenerse encendida, podría marcar el inicio de una nueva era en San Antonio —y quizás, en muchos pueblos más.

Porque en México, el cambio no siempre viene de arriba. A veces, empieza con una asamblea. A veces, con un grito. Y otras, simplemente con el acto valiente de decir: basta.

Un México que avanza. Paso a paso.

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