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jueves, julio 3, 2025

Mari Lú, los silencios compartidos (3ra parte)

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Optó por poner tierra de por medio. Se alistó en la caballería de maestros que van en busca de una plaza en las escuelas rurales de la Sierra Norte, donde la señal escasea y el silencio pesa menos que el recuerdo. Durante más de dos años no supe nada de su paradero. Se alejó de todo, de todos… porque el amor de Agustín Adolfo la perseguía como una sombra inevitable. La culpa y el remordimiento de haberle dejado el corazón hecho añicos le pesaban como una deuda no saldada.

No se permitió vivir “en plenitud” ese amor. Varios verdugos se interpusieron: la edad, los prejuicios, y la familia de Mari Lú. Antes de partir, cuando cumplió los anhelados treinta, Agustín le preparó una escena romántica digna de los tiempos antiguos: serenata y flores. Era 11 de diciembre de 2015, justo a la medianoche. Un momento que quedó grabado a fuego en la memoria de Mari Lú.

¿Por qué lo sé con exactitud?, porque Agustín y yo compartimos entre muchas cosas, una buena amistad, y me hizo su cómplice. Además, debía asegurarme que Mari Lú, permaneciera en su domicilio. Estaba hablando con Mari Lú por teléfono cuando sonó la primera trompeta del mariachi. Ella, sorprendida; yo, contenida, procedí a decirle:

—Feliz cumpleaños, gotitas de miel.

Así la llamábamos en la escuela.

—¿Qué es esto, Fer? —preguntó entre asombro y ternura.

—Una sorpresa. Esperamos que la disfrutes. Sal a tu balcón.

Agustín cantaba La gloria eres tú.

—Te llevaré conmigo en el bolsillo —me dijo antes de guardar el teléfono en su chamarra.

Solo escuché un minuto de la serenata. Preferí esperar los pormenores al día siguiente. Estaba emocionada, desconcertada, conmovida por el gesto. Le pareció de una generosidad desbordante. Amaba cómo Agustín le cantaba al oído, sus dulces palabras, la textura de su voz, incluso los detalles sobre su piel.

Pero algo dentro de ella comenzó a apagarse. Se alejó lentamente, inventando excusas: las consultas, los compromisos familiares, cualquier pretexto bastaba. Agustín, angustiado, no sabía qué hacer ni qué creer. Nunca le exigió más de lo que ella podía dar, pero en el fondo sabía que deseaba toda una vida a su lado.

Agustín tenía tres grandes amores: el fútbol, Mari Lú y la música. Nunca supimos en qué orden. Jugaba en un equipo llamado Real de Laguna, hasta que la tragedia comenzó a cebarse con él: primero, el rechazo reiterado de su amada; luego, una fractura en la pierna derecha durante un partido lo dejó fuera de las canchas por un año. Y como si la vida quisiera rematarlo, su perro Poncho, un labrador de mirada conmovedora, murió.

Fue durante una consulta de evaluación que conoció a Carmen, una joven publicista que le ofreció refugio y caricias. Poco a poco lo fue rescatando del pozo en el que se encontraba. Se hicieron novios. Pero nunca fue igual, nada pudo asemejarse a la devoción que Agustín le profesaba a Mari Lú. Tras dos años de noviazgo Carmen quedó embarazada, ambos convinieron la interrupción, a pesar de que Agustín quería a Carmen, no la amaba, no veía su vida atada a aquella mujer. Si hubiera sido “producto del amor”, entre Mari Lú y él, habría sido “el más feliz”, pues en varios encuentros construían palacios de humo. Sobre sí tendrían una niña o un varón, como luciría Mari Lú y su esbelta figura…

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