Esta es la historia de una joven conocida —cuyo nombre omito para proteger su identidad—, brillante y universitaria, que se atrevió a pedir ayuda a la autoridad… y pagó caro por ello.
La joven acudió a la policía del municipio de Ahuacatlán para denunciar una agresión por parte de un sujeto aún desconocido. Lo que encontró no fue apoyo, ni justicia. Fue ser encerrada. Según los oficiales, “no estaba detenida, estaba bajo resguardo”. Pero, ¿eso cambia algo?
Este caso despertó en mí una amarga reflexión. Varios conocidos me han repetido una advertencia común: “Nunca pidas ayuda a la policía. ¿No sabes en qué país vives?”. La frase, cruel pero certera, me provocó una tristeza profunda. Tristeza por la joven, y tristeza por la normalización de un sistema que castiga a quien confía en él.
La historia comenzó como la de tantas estudiantes universitarias. Una noche de esparcimiento con amigos, unas cervezas, risas, y luego, el infierno. Un sujeto intentó sobrepasarse con ella. La joven, en un acto de confianza institucional, fue a denunciar. ¿Y qué recibió a cambio? Una noche en los separos. Golpes. Empujones. Humillación. Todo a manos de una oficial cuyo nombre, hasta hoy, permanece oculto.
Al amanecer, aún encerrada, le exigieron firmar documentos para salir. “O firmas, o no te vas”, le dijo la oficial. Entre intimidaciones físicas y amenazas, le hicieron constar que nadie había acudido por ella. Otra mentira. Su abogada —también amiga cercana— estuvo presente desde las siete de la mañana. No la dejaron pasar.
A las 10:20, tras horas de tensión y versiones contradictorias, la joven fue obligada a firmar una “carta de salida”. Ahí se asentó que fue detenida por escándalo en la vía pública, a pesar de que los mismos oficiales la habían retirado de un establecimiento privado donde no hubo desorden alguno. Las cámaras y testigos lo confirman.
¿Dónde está la protección que se supone debe brindar la policía? ¿Es un crimen tomarse unas copas? ¿Qué pasa con la integridad física y moral de quienes son revictimizadas por un sistema que debería resguardarlas?
Hoy, esa joven vive bajo el peso del miedo, el estrés postraumático y una silenciosa hambruna moral. ¿Quién se hace responsable de esos daños? ¿Dónde quedan los derechos humanos cuando la violencia se ejerce desde el uniforme?
El precio de la libertad parece ser más alto de lo que imaginamos.