Mi mundo se convirtió en las librerías. Ávida de conocimiento, esperaba con ansias los fines de semana para sumergirme entre libros, música, arte que brotaba de las paredes y, por supuesto, la gente que me atraía. Observaba a quienes compraban grandes cantidades de libros, maravillada por sus conversaciones, su estilo, el lenguaje que utilizaban. Me impresionaba la forma en que M —así llamaremos a este personaje— se relacionaba con ellos.
Había algunos clientes que destacaban, por supuesto. Uno de ellos era el señor Bracamontes, un abogado respetado en la ciudad de Puebla. Recuerdo que acudía todos los domingos, siendo uno de los primeros en llegar. Pasaba horas hojeando libros, igual que yo, con la diferencia de que él poseía un paladar literario cultivado, mientras que yo era apenas una niña curiosa. Lo observaba a lo lejos, atenta a sus elecciones. Cuando se dirigía a pagar con tres o cuatro montañas de libros, yo corría hacia la caja, lista para embolsar sus adquisiciones —porque eso eran: adquisiciones—, y, por supuesto, para escuchar sus conversaciones con el señor M, o con el señor A, uno de los 5 hermanos de M, quien siempre tenía un semblante serio, aunque en realidad era divertido e interesante.
Con el paso del tiempo, continué visitando librerías y disfrutando de las ferias del libro, incluida la FILDE, evento que requería una logística rigurosa. El señor M, un estratega nato, preveía todo lo necesario: seleccionaba novedades, clásicos, saldos y esas adquisiciones raras y peculiares que solía importar desde España. Era un visionario en el mundo editorial; nadie más poseía el material literario que él traía. Recuerdo la emoción que sentía al ver desfilar las cajas y cajas de libros descargadas por los tráileres, listas para ser almacenadas en una enorme bodega. Era una aventura descubrir qué nuevos mundos se abrirían ante mí.
Cuando comenzaban los preparativos para la feria, el señor M reclutaba a su “ejército”, y no era una exageración, pues nos esperaba una auténtica oleada de personas deseosas de adquirir libros.
Nuestro espacio se ubicaba en un largo pasillo dentro del Carolino, a un costado del patio central. Observaba con atención: éramos los únicos con un área tan amplia dedicada a los libros.
Todo comenzaba puntualmente a las 6:30 a.m. en casa de la señora N, madre del señor M. Las camionetas ya estaban cargadas con el material que llevaríamos: mesas, manteles, cangureras repletas de cambio —a las que M llamaba “las tortas”. Siempre me dio la impresión de que tenía un leve delirio de persecución, por lo que solía utilizar seudónimos para referirse a cantidades importantes de dinero, como precaución ante algún ampón.
Ya en el Carolino, montábamos todo desde cero: mesas, manteles y las distintas secciones de libros. A menudo me tocaba la sección infantil y los saldos, donde había novelitas españolas desconocidas, pero que terminaban siendo joyas para los lectores más asiduos. Recuerdo algunos ejemplares de Luis Buñuel, que en ése momento no sabía lo que tenía a mi alcance.
Permanecía de pie todo el día, entretenida por el desfile de personas, las conversaciones, algunas interesantes, los eventos culturales que se desarrollaban en el escenario principal. Esperaba con ansias la media hora de comida que el señor M me concedía. Ya fuera que llevara lunch o comprara algo, aprovechaba ese momento para sentarme, aunque fuera en el suelo, y descansar un poco. No disponíamos de sillas durante la jornada. El señor M sostenía que debíamos estar siempre alertas, dispuestos a atender al cliente; estar sentados daba una impresión contraria.
Al finalizar la jornada, alrededor de las 8:30 de la noche, el señor M y yo regresábamos a casa agotados, hambrientos, pero felices por un día productivo. Por supuesto, todo quedaba preparado para el día siguiente.
Las ferias solían durar entre ocho y nueve días. Los viernes, sábados y domingos eran los más fructíferos en ventas. Según sus registros, llegaban a facturar hasta cien mil pesos diarios, lo cual permitía mantener un flujo constante de inventario y sostener una nómina de aproximadamente 80 trabajadores. Con el tiempo, sin embargo, todo eso se desvaneció por diversos factores, entre ellos, la mala fe y el dolo de cierta editorial española…
Continuará.