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jueves, marzo 28, 2024

Señoras Ardientes

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Las señoras de los sesenta y setenta no son como las de hoy.

La señora Carmelina, la del departamento 7, engañaba a su esposo muy temprano: a eso de las ocho de la mañana. Justo cuando llevaba a su hija Fabiola al colegio. Éste era su modus operandi: entraba muy mona, saludaba muy mona, le daba un pellizco a Fabiola (que iba con el pelo tieso de tanto limón y jitomate) al tiempo de decirle “¡enderézate!”, saludaba (muy mona) al maestro Froilán y entraban, por separado, a un cuartito donde se guardaban las jergas y el Ajax. Ahí, en menos de dos minutos, ella practicaba las siguientes actividades: felación, gimnasia rítmica, danza prehispánica y venida exprés. El profesor se subía el cierre, se arreglaba el copete bronco y se salía del cuartito murmurando “eres tremenda”. Ella, en cambio, alcanzaba a decirle: “qué buenas chambas haces”.

(BAJA EL TELÓN).

Ya en su casa, la señora Carmelina preparaba la comida para Pepe, su esposo, quien había hecho actividades similares a las de su esposa pero con Juana, la del 5: una hermosa hembra de metro y medio de estatura. Con tacones, Juana se veía imponente, tanto que Tino, el del 9, no resistía llevársela a la azotea, donde le decía: “¡mira esa luz de allá arriba a la derecha de la luna! ¡Es Kriptón! ¡El planeta de Supermán!”. Mientras le decía esto, Tino le metía mano a Juana con alevosía y ventaja.

La señora Carmelina tenía una amiga: la señora Eduviges Reina, mamá de Lupita —la del 1—, quien tenía fotos de Pedro Infante por todo su departamento. Juraba que éste había sido su novio y que la había embarazado en Patzcuáro, donde comieron pescado blanco y bebieron tepache. Ahora tenía un romance con un cartero mucho menor que ella. Todo el día se escuchaba “Amorcito corazón” en la casa de la señora Eduviges Reina.

Otra señora que engañaba a su marido era doña Silvia, la del 23. Andaba con un carnicero del Mercado de Jamaica —don File—, quien se la llevaba a un motelito de la calzada de Tlalpan —“Motel Maga”— a darle rienda suelta a sus placeres. Doña Silvia estaba casada con don Beto —un chofer del ADO—, que a su vez se acostaba de vez en cuando con Rosita, la del 20, quien usaba unas faldas ajustadas que tenía loco a todo el edificio de sur 81, número 427, colonia Lorenzo Boturini. Rosita era soltera a sus 28 años, lo que en esos tiempos significaba que era una “quedada”, cosa que celebraban los esposos de las señoras, pues está demostrado científicamente que las “quedadas” son muy ardientes y todo el día están pensando en los genitales de los señores.

Cuando nos mudamos a la calle Torno, en la colonia Sevilla, descubrí a otras señoras casadas con técnicas bastante sofisticadas. Estaba, por ejemplo, la señora Evelyn, cuyo esposo —Peter Sandoval— era piloto de Eastern Air Lines, lo que le permitía a ella acostarse con Pepe Fierro, veinte años menor. La señora Evelyn era guapa, distinguida y muy ardiente — en palabras de Pepe Fierro.

Hoy que escribo estas líneas me viene a la mente que todos están muertos.

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