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miércoles, octubre 16, 2024

Todos los Santos

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Los campos están tomando la tonalidad de amarillo. El olor que despiden evoca a un pasado que ha permanecido toda la vida en las familias que están prestas a recibir a las visitas el Día de Muertos ya inminente. Los días de tianguis empiezan a cambiar de la fruta y verdura tradicional por la de esta época. Sucede que la sabia naturaleza y la experiencia de quienes cultivan el campo se conjuntan para que traigan chayotes, camotes, plátano macho, naranjas, limas, etc. También en las plazas previas al Día de Muertos ya se expenden el chile ancho, la canela, las almendras, etc. A propósito de ello y para rememorar hice hace poco un relato:

 

La efímera visita

Alzaba la punta de mis pies para alcanzar a mirar cuanto había en una larga mesa que, iluminada con muchas veladoras, mostraba una gran fotografía de mi abuelo Esteban. Me hacía rememorar como lo describía cada vez que podía la abuela; gesto adusto pelo cortado a la vieja usanza, su recia figura resaltaba la pronunciada manzana que se forma entre la barbilla y el cuello. A lo lejos se veía que era galán. No en balde decía que una temporada llegó a tener a dos mujeres en un mismo espacio. A su alrededor, cajetillas de cigarros, unas cervezas, los vasos llenos de refino no podían faltar. De los gustos gastronómicos del difunto ni se diga, había de todo: platos de mole con la tradicional pieza de guajolote, arroz, chile con huevo, enfrijoladas, arroz con leche, tamales, dulce de calabaza, de guayaba y un largo etcétera. Para lograr hacer este enorme altar, existen familias que por más de una semana trabajan en la elaboración y las últimas dos noches no duermen por tanto cocinar.

Pero además de esa emblemática foto también
existían la de otros seres que ya habían partido y
que era necesario esa noche venerarlos; para ello,
con días de antelación se acudía a las huertas vecinales a cortar largas varas que servirían para hacer grandes altares con las flores que en ese tiempo
reinaban en los campos. En los mercados y en las
carreteras el singular cempasúchil, mano de león,
sempiterna, y papel picado éste último con figuras
alusivas al día de muertos. El olor que despedían
inundaba en toda una semana o más los grandes espacios, por momentos confundido o mezclado con el del tradicional incienso, un extraño aromático
que servía —según lo decían los ancestros— para
atraer el espíritu de las almas que habían partido.

Antes de construir los grandes altares se acudía al
tianguis a comprar todo lo que se tendría que ofrendar. Cuatro plazas antes de la celebración, la mayoría de los mercaderes acudía de las comunidades
a vender los productos del campo, que justamente en estas fechas era cuando estaban en su etapa de maduración. De los vecinos municipios, entre ellos
Huauchinango, Tulancingo y algunos hasta del Estado de México, traían el famoso chile ancho, guajillo, almendras, canela, cacahuate pelado, pasas y
las decenas de ingredientes que lleva este platillo
tradicional de los mexicanos.

El pan es algo que no puede faltar: marquesote,
galletas esponjadas, pan de manteca, cocoles, pan
de sal y el tradicional pan de muerto, elaborado con
figuras caprichosas que hacían parecer un difunto.

El 1 de noviembre es la celebración de Todos los
Santos y el 2, dedicado a los Fieles Difuntos.

A mi corta edad había cosas que no entendía, tenía mucha curiosidad y miedo.

Me decían: no tienes que tomar ni un solo dulce, ni uno solo de los platillos que están en la mesa, vendrán los difuntos a comerlos y si lo haces corres
el riesgo de que, después de que estén casi satisfechos y sientan aun hambre, debido a que comiste algo te puedan llevar con ellos en su travesía, a la
visita de sus demás familiares a completar y satisfacer su apetito. El 3, en el recalentado tú puedes comer todo lo que nos dejaron. Notarás que ya no
tendrán el mismo sabor debido a que la esencia ya
se la llevaron consigo. Te advertimos que no tienes ni que asomarte cuando ya vaya llegando la media noche. Ellos vienen en una gran caravana
y van recorriendo todas las calles, seccionándose
por grupos familiares y poco a poco van quedando
unos cuantos que murieron en una circunstancia de
desastre y que sus familiares nunca reclamaron los
cuerpos. Las almas en pena deambularán por todo
el territorio hasta encontrar algún lugar que pueda
albergarlos y dejarles comida y bebida.

Fiel a la desobediencia de la edad, esperé a que
durmieran todos exhaustos por el trajín que habían
realizado, me levanté a curiosear para ver llegar a
las almas a comer todos los paladares expuestos.
Todo en silencio. Escuché muy claro cuando se
abrió la puerta, el crujir era inconfundible: tenía
años que de propósito no se aceitaba para escuchar
cuando la misma se abría. Una sombra se acercaba.
Ya no pude resistir. Me fui corriendo a mi cama, me
tapé con la cobija y sudoroso la entreabría para ver
que sucedía, cuando se produjo una gran humareda
y se encendieron varias veladoras que iluminaban
la recamara. Despertó mi mamá y familiares tosiendo inmediatamente apagaron el fuego. A partir de esa fecha ya no hubo intento alguno de mi parte
por seguir investigando que había pasado. Estaba
seguro de que ese día, las almas habían acudido a
saborear los exquisitos platillos y que las volvería a
ver al año siguiente.

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