Hay días en que la marcha contiene solo recuerdos. Algunos suelen hacer un recuento sobre sus viajes cuando se presenta el momento adecuado.
Seguramente se sacuden estas charlas en la sobremesa familiar o entre los hielos y cenizas de un fin de semana cualquiera.
Pláticas de gente que no viaja he tenido pocas. Uno busca su círculo social ideal para apaciguar el desasosiego que la vida tiene para todos o para la mayoría.
Y como soy una viajera inconmensurable, voy a platicar un poco de mis recuerdos.
Cada que tengo un nuevo viaje, recuerdo los anteriores. Existen viajes para todo; hay viajes para descansar, para conocer nuevos lugares, para tomar fotografías, para tomar los paquetes que los tours comerciales ofrecen…
Pero también hay viajes para tomar decisiones, incluso existen lugares específicos para viajeros que como aves migrantes de temporada; buscan un rincón donde seguir proliferando. Quizás buscando un respiro, buscando un clima adecuado para despejar pensamientos.
Me pasó algo similar hace cinco años. Cuando emigré al Caribe mexicano como la oleada de argentinos instalados en Playa del Carmen, Tulum e Isla Mujeres.
Además de descansar de la academia tenía la intensión de continuar mis estudios de la lengua Maya y también para comprender la filosofía de los tejidos.
Los planes se materializaron, pero el rumbo de mi trayectoria como devota académica cambiaría.
En alguna ocasión, me encontraba en Chiapas donde asistí al Congreso de Antropología Visual que congrega etnólogos y antropólogos de todo México. Es uno de esos congresos académicos que citando al Sub Galeano; como pasarela de moda: “sirven para exhibir la anorexia de sus investigaciones, mientras sus colegas les aplauden desde los asientos”.
En este contexto, y por fortuna, conocí a un antropólogo que realizaba una tesis doctoral con el título: “Viajeros por estilo de vida”, palabras más palabras menos, me interesé por el tema.
La problemática subyacía en la “plaga” de viajeros argentinos instalándose en todo el sur de México después del año 2013. Para mí era comprensible este tema concibiendo la entrada de la derecha al país gaucho durante esa temporada y posterior a la pareja Kirchner. Como viví en Argentina casi un año, al buen estilo porteño, me banqué las pláticas políticas y los arrebatos futboleros entre mate y mate o entre fernet y fernet; dependiendo la hora del día.
La manera en que el antropólogo exponía sus argumentos, me hizo comprender que aquellos viajeros también buscaban su “identidad” o una identidad, nadie sabe de quién, pero era algo parecido a la calma que da la seguridad y los hábitos mentales.
Recordé entonces mis viajes por Bolivia, donde conocí a una cantidad considerable de viajeros quienes terminaron siendo grandes amigos. En ese tiempo viajaba de mochilera por el continente, se dice fácil pero el recorrido duró cinco años. Tenía un propósito que traté de empatar en cada momento que me pillaran pidiendo aventón, subiendo a un tren, a una moto, a un barco, a un avión o a la parte trasera de un automóvil.
“Aquí viajan pescadores, cazadores y otros mentirosos”… Decía el letrero pegado en el remolque de una camioneta que me llevó de Salta a Buenos Aires, donde vi más monocultivos de soja transgénica y campamentos gitanos que todos mis viajes.
El punto fundamental de esto, es que resulta curioso todo lo que se puede guardar en una mochila. ¡Claro! Lo que se guarde en la valija es como lo que uno se guarda en la mente. Y depende de los hábitos. Considero que es un reflejo simbólico del tipo de persona que cada quien es o pretende ser.
Pues hacer una valija para viajar es una selección de objetos que te servirán de acuerdo al lugar donde vayas.
El punto es que una persona puede guardar en su valija de viaje: vestido de baño, bronceador, sandalias, entre otras cosas; si es que se va a la playa.
Si nuestro viajero sale con la típica idea de tomarse una fotografía con la cara más que fresca y sin una mancha de lodo en las botas al escalar la cima de una montaña, entonces debe guardar maquillaje y la ropa adecuada para tomar la fotografía sin salir desalineada.
Menciono esto, porque cuando un viajero que está recorriendo el Continente empaca su mochila, debe tener claros los climas del año, los lugares donde va a transitar, o por lo menos medianamente claros. Lo más importante es llevar poco peso, por tal motivo, un libro o máximo dos de su elección para ir intercalando en el camino. Una chaqueta para el frío y detalles.
Cada persona decide lo que lleva en su equipaje. Por lo menos desde un aspecto muy personal, este viaje me mostró el valor de los objetos, las elecciones de mi camino o de la ruta en turno.
Considero los viajes una aventura. Nunca se sabe qué va a suceder, nunca se sabe cómo vamos a regresar, qué se aprende, qué se desaprende.
Después de coincidir con la ola migratoria del Caribe, regresé con un proyecto artístico, algo que no me esperaba. Formamos hace cinco años el Colectivo Arte Tiempo Textil con Raf Rossell, generoso artista que ha sido parte de este último viaje. Pintó nuestro primer mural en Huauchinango a los meses de formar el colectivo. Con él ganamos la Mención Honorífica del Premio Iberoamericano de la Juventud en Madrid, España durante el año 2018.
Recuerdo que en una caminata por el centro de la Ciudad de México le pusimos nombre al proyecto. Y hoy, después de presentar un mural que inauguró el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador en el lugar donde murió Carranza y atrás de una escultura de Dr. Atl, cerramos el año 2021 publicando artículos sobre muralismo en cinco Universidades, creando el Muralismo Incluyente, que hoy mismo se expone como espectacular en la Plaza Mayor de Salamanca, España.
¿Qué sería de nosotros los viajeros sin recuerdos?, sin aprendizaje ni enseñanza.
Hoy escribo desde Suiza y me pregunto: ¿Qué sería de mi valija sin un libro, un bolígrafo y los recuerdos en la espalda?
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