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viernes, noviembre 22, 2024

La boda de Felipe de Asturias y María Manuela de Portugal

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Pocas veces se viven momentos anacrónicos, de hecho, creo que es la tercera vez que tengo una sensación así. Una vez, en uno de mis viajes por el Amazonas, después de montarme en un barco de carga en el puerto de Pucallpa, Perú. Navegamos por cinco días sobre el Río Ucayali para conectar con el gran río Amazonas. Durante ese majestuoso trayecto, entre charangos, sikuris, delfines rosados y uno que otro cocodrilo bajo la luna amarilla, paramos varios días en algunas comunidades amazónicas.  

En una ocasión, y después de cuestionarme la presencia imprescindible de un misionero, el único con camerino, por cierto. Escuché que los navegantes conversaban sobre una comunidad donde se creía que llegaría el Mesías. Me puse más atenta los siguientes kilómetros.  Cuando llegamos al puerto del pequeño poblado en medio de la selva y después de que los bananeros se subieron a ofrecer pencas con más de 60 plátanos por dos soles (Lo equivalente a medio dólar). Observé que había un grupo de nativos vestidos con túnicas de la Edad Media. Ellos decían que el Mesías llegaría a ese poblado y se turnaban para esperar cada barco que llegara al puerto para recibirlo.  

Recuerdo que los veladores eran alrededor de ocho personas. Todas vestidas con largas túnicas rojas con dorado y algunas blancas con una cuerda en la cintura. Lo primero que me pregunté entre pensamientos y prejuicios fue si no tendrían muchísimo calor, porque básicamente en medio de la selva no se puede tener muy cubierto el cuerpo, ya que el calor es devastador. Después, tuve una confrontación cultural y momentos entre marea y reflexión hasta llegar a Colombia en río. Realmente llegué a confundirme de tiempo mientras los observaba.  

En este tenor, hace unos días asistí a uno de los maravillosos eventos que se están llevando a cabo durante todo el mes de junio en el Marco del Siglo de Oro Español en Salamanca: La réplica de la Boda Real de Felipe II y María Manuela de Portugal.  

La Secretaría de Turismo dirigida por Fernando Castaño organizó la primera y segunda edición de este Magno Festival que tiene a los turistas maravillados. Lo sé porque se escuchan las opiniones de la gente en las calles, en el teatro, en las catas, en los desfiles, en las conferencias, en las exposiciones y entre todos estos momentos que reviven el Siglo de Oro Español, donde por cierto participé con una conferencia con un tema Prehispánico.  

Como soy mexicana, decidí ir al banquete vestida como me visto cuando voy a un evento de gala: Nada más y nada menos que con mis enahuas indígenas y un huipil. Antes de ingresar al Colegio Fonseca algunas señoras españolas que me vieron en la calle ya se querían tomar fotografías conmigo. Pues el corset tehuano que llevaba contenía diseños que antes había analizado y que son extraídos desde hace muchos años de los catálogos españoles que llevaron a América durante el siglo XVI. Ante cada opinión de mi traje no dejé por alto aclarar que así de elegante y ostentosa es una indumentaria indígena en mi país.  

Tras bambalinas, se preparaban los actores que representarían la réplica de la Boda Real en un banquete realizado según la alta cocina del Siglo de Oro Español; se simularía el banquete de bodas de Felipe II y María Manuela de Portugal bajo el asesoramiento del historiador en gastronomía Julio Valles. Los beneficios serían destinados a proyectos de desarrollo en África por la ONG Manos Unidas. 

Después de presenciar la entrada de los futuros Reyes en una ceremonia frente al retablo de la antigua Iglesia en el Colegio Fonseca; acompañados de guardias reales y cortesanos vestidos con las réplicas exactas de los trajes reales; una colección de Manuel Sánches, promotor cultural y especialista en indumentaria, nos dispusimos a deleitar el banquete histórico que consistió en una entrada de ajiquesos con tostadas acompañado de vino blanco y vino rosado de Salamanca.  

Durante la convivencia había bailes tradicionales de la época y charlas sobre historia explicando los platillos. Mientras la prensa local tomaba todo tipo de capturas degustamos alboronia con codorniz escabechado que consistía en una especie de “pisto” de calabaza, calabacín, cebolla y manzana sobre la cual se coloca ½ codorniz escabechada.  

Posteriormente, bacalao cecial en salsa, que se desglosa en bacalao confitado con salsa de frutos secos (almendras y leche de almendras). Este platillo en especial me recordó al sabor de los famosos chiles en nogada de la Puebla colonial.  

La entrada principal fue anunciada como Nerricoque de cordero, el cual consistió en cordero guisado con especias y crema. Más adelante y mientras la plática se desataba entre saludos y esplendidos comentarios sobre los sabores llegó a la mesa lo que anunció el historiador como ‘pre-postre’: Manjar blanco con suplicaciones, que era una especie de puré de harina de arroz, azúcar y pechuga de pollo. El coordinador del banquete expresó que este es un platillo difícil de aceptar en los tiempos actuales debido a la mezcla de sabores y los contrastes que deja en el paladar. Pero no me van a dejar mentir mis amigos colombianos que el sabor es muy parecido al emblemático Ajiaco de Bogotá.  

Finalmente, el postre de este banquete fue lo más ligero de la mesa: Manzana cocida en sidra con pastel de miel y miga de pan tostado rallado llamado, Mirrauste de manzana. Por último, degustamos además de las palabras de agradecimiento de los organizadores y un baile final con los Reyes Felipe II y María Manuela de Portugal, un vino medieval especiado del siglo XVI. 

No voy a negar que los platillos me recordaron a algunas sazones de América, tampoco que los trajes me impresionaron y mucho menos que mi vestimenta indígena era igual de anacrónica que ese momento. Pues, los pueblos originarios han hecho prevalecer lo que les identifica como grupo cultural, herencia europea del siglo XVI y la geometría indígena del inicio de los tiempos.  

Recordé las veces que he sido mal vista y juzgada en México cuando me visto como ‘indígena’. No cabe duda que guardamos un tesoro que se llama cultura y que a veces no somos conscientes de la riqueza cultural de los pocos que lo vivimos a diario.  

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