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viernes, abril 26, 2024

El túnel del tiempo en las entrañas de Mont Blanc

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Salí como de costumbre en un horario incierto.

De un momento a otro me encontraba como en tantos viajes, tomando un café en la vieja estación que no quitaba el reloj de mi visión fugada como cada inicio de escaparate con dirección a lo desconocido.

El tiempo en una estación de tren y de autobuses corre más lento que en un aeropuerto, los cuales detesto por ser sitios de tránsito sin alma. Las miradas vueltas caos me sobrepasan, nadie se mira.

El tiempo en estos ‘no lugares’ parece suspenderse lo mismo que los cuerpos en el aire.

Un ‘no lugar’ es un sitio incómodo donde cada rostro puede ser invisible y juzgado, poco entendido y poco claro. Solo existen intercambios y divisas. Intercambios sin alma. Casi un funeral masivo.

En fin, por eso viajo en tren. No pienso desperdiciar mi tiempo en estos sitios que son centros comerciales donde se banaliza casi todo.

¿Más cómodo? ¿Para quién? Me pregunto.

Sin considerarme lo suficientemente anarquista, yo soy como ese tipo de antropólogos, periodistas, escritores, locos y poetas que prefieren caminar el artículo, la nota, el ensayo, la vida y los poemas para vivir la experiencia que un paisaje puede provocar en mi limitado entendimiento de este mundo.

Y así fue que el trayecto con destino a Padua me llevó a las entrañas de Mont Blanc, por cierto; una de las marcas más cotizadas en la industria de los periodistas y escritores.

Quizás contengan la misma inspiración que provoca permanecer horas mirando la intensidad del blanco derretido en las montañas, el tinte intenso de los mares y ríos que se secan en mis ojos cansados.

¿Qué por qué voy a Padua? Porque ahí puedo transportarme a Montebelluna, y luego mis amigos mexicanos en esta zona de Italia pasarán por mí a la estación de tren para llevarme a Segusino.

Hasta este momento no sabía por qué iba a Segusino, sólo sabía que mis amigos pintores que son de Chipilo (Puebla) presentarían un mural y me invitaron un mes antes.

Y como mis ansias por ser artista me sobrepasan, no dudé ni medio segundo en decir que sí. Como suelo hacer cuando las proposiciones retan esa inquietud felina.

Atravesé España y sus nuevos paisajes devastados por las tormentas de calor, pasé por Francia y su fresco blindaje intelectual, llegué a Italia. Con más palabras en el renglón pasé por Bilbao, San Sebastián, Hendaye, Orthez, Toulousse, Nîmes, Aviñón, Chambéry y paré un día en Ginebra. Después de las merecidas inspiraciones en la cuna de las Naciones Unidas y de las incitantes fuentes del Lago Lemán que es el mayor de Europa occidental, al norte de los Alpes en Suiza; comenzó a tomar sentido mi viaje.

En Puebla suelo viajar a Chipilo ya sea a visitar amistades y a comer polenta, rabioles, pizza y una que otra cerveza con los amigos, que por cierto son descendientes de italianos.

Pero en este preciso momento retomaría un par de recuerdos atravesando el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl para pasar, no al costado de los majestuosos volcanes, sino en el interior de Mont Blanc; la montaña más alta de Europa, para resucitar un recuerdo de 140 años.

No sé en qué momento se despertó algo de mi memoria que cuando vi la entrada del túnel, después de las luces formadas a manera de camino marcado y después de varios minutos en una fila que parecía la cola de un vertebrado a mitad de la oscuridad. Entramos.

10:36 pm… Titilaba el tiempo digitalizado en el autobús, recordé Chipilo. Las largas historias de migración que los lugareños de este poblado italiano me contaban.

Recordé el Véneto; un idioma prófugo que se resiste al suicidio, su gramática no escrita. Recordé los amaneceres entre los campos sembrados, el olor a vaca, la tez blanca y la polenta.

Recordé aquel canto que sonaba en el interior de mis pensamientos, “Adio Italia, Buongiorno México”.

26°… Imaginé una máquina del tiempo mientras mis ojos se introducían en la oscuridad del túnel, al estilo Friedrich Dürrenmatt, mi legado posmoderno apabullaba una ansidad inconclusa.

¿Por qué no me fui en avión, qué es este sitio? ¿De verdad perforaron una montaña, un Apu sagrado?

10:37 pm, la gente duerme en el autobús, parecen estar acostumbrados. Sí, voy a Segusino, de donde emigraron hace exactamente 140 años los primeros italianos en establecerse de manera organizada en Puebla. Rodeados de la variante sonora del náhuatl de San Gregorio Atzompa, y el español malhablado de los poblanos… 25°.

Dicen que el río Piave se desbordó en ese año y que los italianos tuvieron que emigrar. Otra versión dice que necesitaban piel blanca para ‘mejorar’ la oleada de indígenas antes de la Revolución. Dicen que el gobierno mexicano de Porfirio Díaz necesitaba productividad en el campo y se acordó una migración integral con Italia.

10:38 pm, la temperatura baja. Mis recuerdos toman vuelo. Voy a Segusino, lugar donde hace 140 años hablaban la misma variante del Véneto, no sólo de este poblado sino de la Región. Pero este poblado italiano ubicado en Treviso es la referencia registrada.
24 grados centígrados.

Mi reste cua: “Yo me quedo aquí”, en este túnel del tiempo.

Algo de las entrañas de esta montaña majestuosa está cambiando mi forma de comprender el tiempo, ¿tendrá salida el túnel?, 23° C.

Entonces volví a recordar: Voy a Padua, de ahí a Montebelluna para que mis amigos me recojan en la estación de tren, luego conoceré el lugar de origen de los chipileños, que anacrónicamente se mantienen a 3 kilómetros de Puebla. Voy allá, de donde provienen sus apellidos: Mazzoco, Stefanoni, Zago, Merlo… entre otros. Conoceré el verdadero Monte Grappa 10:39 pm, no será la réplica construida en Chipilo, donde escondían a las mujeres de aquellos zapatistas que buscaban esposa ojiazul, 22° C…

Iré a Segusino a presenciar el Gemellaggio, el hermanamiento entre México e Italia, entre Chipilo y Segusino. Algo tiene este túnel que no me deja pensar otra cosa. ¿Qué misterio esconden los Alpes?

Iré a ese poblado, testigo y ofrenda de la primera y segunda guerra mundial, vecino del imperio Austrohúngaro. 10:45 pm, ya con 24 °C.

La temperatura vuelve a subir. Pero ya llevamos casi 10 minutos debajo de este túnel a buena velocidad.

Voy a Treviso, vengo desde Puebla y presenciaré la inauguración de un mural histórico para todos, conmemoración del Gemellaggio. Los artistas son gemelos y cumplen 40 años, los mismos años que el hermanamiento que unifica dos culturas, dos genes, dos países. ¿Qué hago aquí?, la pregunta eterna… ¿cuándo salimos de este túnel?
¿Cuándo se apagará el recuerdo?

Dedicado a Ivano Galeazzi, Omar Galeazzi, Luca Longo, la familia Coppe, Violeta Carvajal, Asia Favero, Dionigi Montagner, Silvana, Max y Daddo de Nardo y al pueblo de Segusino y Chipilo, por resucitarnos la memoria.

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