Caminar por los senderos destruidos de una civilización preponderante, exige cuestionamientos. Una incógnita.
Los pigmentos aferrados a las paredes son historia.
Una sensación se manifiesta en ese tono rojizo que se penetra en las deidades Olmecas representadas hace más de 500 años en Teotihuacán.
Quizás, el verde quetzal de Palenque.
Pero, ¿qué sugiere un color?
Los colores son fuente de comunicación directa.
Para las culturas antiguas, un color representaba no sólo una repercusión sensorial, o una manifestación física, sino también, estuvo presente en la vida social y religiosa de las civilizaciones.
Autores como Velasco describieron la importancia que tiene el color al revelarse en los trajes, en las telas, los adornos, en la comida y en la bebida.
Sondereguer, en su obra Diseño precolombino, reitera que la pintura de los pueblos originarios de América, representa una armonización expresiva de diversas manchas de color.
José Manuel Alcántar Sepúlveda, en su ensayo sobre la filosofía náhuatl confirma los estudios de Miguel León Portilla donde evidencian “La existencia de una filosofía náhuatl, aunque ésta no tenga el carácter sistemático de la filosofía occidental”.
El Doctor León Portilla fue el primero en asumir la existencia de una “filosofía náhuatl”, dejando un legado imprescindible que más adelante sería referente para intelectuales indígenas en México. Caso similar a lo que sucedió con Fausto Reinaga, filósofo aymara de Bolivia, quien presentó un precepto análogo con su Filosofía Amáutica y su Revolución India, pero éstas fueron obras prohibidas a mediados del siglo XX.
Alcántar presenta el significado que tienen los colores rojo y negro para la cosmovisión Mexica, por medio de las siguientes líneas rescatadas de los anales de Cuautitlán: “(…) manchas sensibles y significantes se plasmaron con pincel sobre ceramios y en murales palaciegos o rupestres; en textiles, tejiendo o bordando, pintando o estampando sobre tela; en códices, dibujando y pintando los libros mayas, mixtecas o aztecas; con plumas polícromas insertadas en tela”.
Las culturas andinas han sido instructoras hablando de lenguajes visuales: sus máximos discursos son los tejidos.
Por otro lado, las semillas bicolor popularizadas en América sugieren que, desde el punto de vista plástico, la extrema belleza (contraste rojo y negro) era vista más bien como una metáfora de:
-lo dividido, no de lo entero;
-del lado de lo complejo, no de lo simple.
La que se viste de negro, El que se viste de rojo,
Lo que da estabilidad a la tierra.
Una connotación parecida presenta Verónica Cereceda en su ensayo; Aproximaciones a una estética andina de la belleza al Tinku, en donde se muestra la imagen de los Wayrurus, (especie de frijol característica de América), el nombre Wayruru, se utiliza también para designar un poncho que se teje en los alrededores del Lago Titikaka. Un poncho de dos colores, los cuales son los mismos que la semilla; rojo y negro. Este contraste era designado para denominar la suprema belleza, la cual es una atracción inevitable ante la vista, generación de un conflicto óptico, creando un contraste: opaco vs brillante e impuro vs puro.
La religión con su ritual minucioso y exigente, con su abundancia de mitos, penetraba profundamente y bajo todos los aspectos en la vida cotidiana de los hombres. Constituía una interpretación del mundo y suministraba una regla de conducta. Daba sentido, totalmente y a cada instante, a la existencia del pueblo.
En la antigüedad, los Mexicas tenían cuatro Dioses de pronunciada importancia a los cuales les asociaban colores que representaban su integridad. Alfonso Caso resume que los más importantes eran: Ometecutli y Omecihuatl, padres del Dios Tezcatlipoca rojo y Tezcatlipoca negro; Quetzalcoatl, Dios del aire y de la vida y; Hutzilopiochtli, el Tezcatlipoca azul. Los Dioses eran representados cargando el cielo y el mundo, también eran la referencia directa de los puntos cardinales, por lo tanto, el rojo, negro y azul, representaban el este, norte y sur, mientras que Quetzalcoatl debió tener el color blanco representando al oeste.
El color blanco representaba también el crepúsculo o el tiempo remoto; el color rojo era identificativo de la sangre y el fuego, es decir, el color del Dios Tonatiuh y, de Xipe Totec, el Dios de la primavera y de los joyeros.