Tuve la oportunidad de conversar con él en varias ocasiones. No era avezado en cultura científica. De hecho, en alguna ocasión cayó en la trampa del sentido común para opinar sobre algo tan poco leal a este sentido como es el conocimiento científico. Si hay algo que desafía el sentido común son los descubrimientos e ideas emanadas de la ciencia. Estábamos platicando Paul Auster, Ignacio Solares, J.M. Coetzee, Carlos Fuentes y el que esto escribe, y de pronto alguien dijo algo sobre la clonación. Fuentes se apresuró a afirmar, erróneamente, que si hubieran clonado a Adolfo Hitler habríamos experimentado de manera automática una multiplicación del nazismo. En realidad, dije yo, se podría haber vuelto un santo en contra del nacional-socialismo. O un bueno para nada, un sujeto anodino que se habría perdido en las calles de Múnich, siguió Auster la broma.
Aun así, su magistral novela política, La muerte de Artemio Cruz, causó admiración entre muchos científicos por el manejo extraordinario del tejido espacio-temporal. Al igual que Alejo Carpentier, Fuentes incluyó la Historia y la ciencia como detonador de su ficción.
En su lecho de muerte Artemio Cruz hace un recuento de su vida. Al mismo tiempo, desdeña la extremaunción y prefiere dedicar sus últimas horas a cerciorarse de que sus negocios pasen a buenas manos. Fuentes nos relata los avatares del ricachón Artemio Cruz, quien ha estado lleno de complicaciones y sinsabores, y cada uno de los pasos que ha dado se hallan íntima, fatalmente relacionados con la historia de México.
A lo largo de sus memorias nos cuenta que participó en la Revolución mexicana. El tiempo pasado se funde en un presente continuo, pues no hay futuro. El espacio donde se mueve el protagonista delata a Cruz como una persona cargada de valores que poco a poco irá perdiendo mientras que, paradójicamente, logra ascender en la escala social. Su ambición es desmedida, por lo que la traición es un instrumento frío para conseguir su propósito. La riqueza de Artemio Cruz y su carrera política están cimentadas en la corrupción y la codicia que caracterizan su personalidad a través del espacio y el tiempo mexicanos.
El tiempo le permite amasar una cuantiosa fortuna, pero le niega el amor de su mujer y el cariño de su hija, quien lo desprecia de manera abierta. En su lecho de muerte Cruz se da cuenta de que está cosechando lo que ha sembrado, pues el único interés que muestran su mujer y su hija radica en encontrar su testamento. Su herencia es la avaricia y el rencor insano.
No obstante, la novela es compleja, tanto en su estructura como en su trama. Carlos Fuentes asume un enfoque existencialista, enseñando lo complejas que pueden llegar a ser las relaciones humanas. Experimental y fragmentaria, la narración transcurre desde todos los puntos de vista posibles: en primera, segunda y tercera personas, y en todos los tiempos existentes: presente, pasado, futuro.
El tejido espacio-temporal, en cierta forma relativista, avanza de manera implacable, mostrando la potencia narrativa que siempre caracterizó la pluma de Fuentes. Los marcos de referencia se conjugan con fidelidad abrumadora, apegándose a la postura de Albert Eintein. Un movimiento, ya sea de un átomo o de una estrella, es relativo de las condiciones físicas que rijan en ese momento. De esa manera acontecen los capítulos que comienzan con el pronombre personal “yo”, “tú” o “él”. En cada caso nos muestran la enmarañada serie de relatos del viaje mental de Cruz a las puertas del infierno. Fuentes combina el recuerdo y la narración convencional con el presente y la conversación introspectiva.
Semejante traslape del tiempo y el espacio en una intensa cabalgata mental dejan entrever diversos niveles de conciencia, construyendo un personaje lejos del maniqueísmo y más cercano al drama humano. Así, la identidad de Artemio Cruz se desdobla en saltos temporales, cambios de personas y estilos diferentes. Somos testigos de sus remordimientos salpicados de orgullo, nostalgia modernista avasallada por terror a la muerte.
Como dije, una característica fundamental de esta novela es la utilización de las tres personas del singular para narrar la historia. Fuentes deconstruye así el espacio y el tiempo.
El “yo” es utilizado para los momentos del presente, donde Cruz, en su lecho de muerte, expresa su dolor; presa de la angustia, da visos de arrepentirse. El “tú” es el desdoblamiento de la personalidad, muy típico de la segunda mitad del siglo XX. Cruz habla consigo mismo para reprocharse los actos que lo inquietan, asumiendo una culpa cuasi cristiana. Tal desdoblamiento psíquico se vierte en la voz de “él”. Adquiere distancia en tanto que narra con desapego lo que ha sucedido sin reproches ni culpas.