Su estudio anatómico de la forma poética, la manera inédita de observar, de palpar el mundo fueron rasgos originales que lo convirtieron en uno de los bardos trascendentales del siglo XIX. En su obra trasluce la angustia de adentrarse en su propia locura y en la tragedia íntima a la que todos, tarde o temprano, nos enfrentamos.
Como hace notar Caterina Benincasa (en disturbis.esteticauab.org), mientras que los químicos Gustav Kirchhof y Robert Bunsen se dedicaban a explicar el enigmático fenómeno del color, el poeta Baudelaire arenga a sus colegas a para que aprendan de nuevo a apreciar el color, abandonen sus vanos intentos de representar el mundo, pues éste se ha vuelto un lugar ingente.
En efecto, hacia 1846, y luego en 1855 y 1859, Baudelaire reflexiona en Salon sobre la importancia del color para el arte; pocos años después, en 1860, Kirchhof y Bunsen contemplan, a través del ojos espectroscópico, el dibujo cromático que generan tanto la luz del sol como las sustancias incandescentes.
Según el filósofo francés Michel Foucault, Baudelaire escribió para perder el rostro. Su locura entremezclada de manera perversa con la genialidad lo llevaron a entender la poesía como un universo cerrado, al que se entra solo en estado de perpetua iluminación. Hay que camuflarse como indigente, como niño, como viejo invisible para los demás. Hay que verlo todo por primera vez, debemos construir un nuevo mundo, sin importar en cuántos trozos termine nuestra cabeza cuando ruede por el suelo.
Para Foucault la locura y la literatura se hallan emparentadas, pero no a través del delirio, sino a través del arte. Poesía y locura pueden ser una forma de fugarse, de no adaptarse a lo establecido, de aprender lenguajes esotéricos a fin de no pertenecer sino a una pequeña cofradía de iluminados.
El loco es aquel que, dentro de su enajenación mental delirante, se dirige no a enunciar palabras sin sentido, sino hacia un vacío de donde cree que surgirá el sentido de las cosas. El escritor, por su parte, en ese viaje al vacío se da cuenta de que su oficio le permite darle el sentido, y lo descubre mientras escribe.