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miércoles, abril 24, 2024

El genio atormentado: La relación entre las enfermedades mentales y la creatividad

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Mario de la Piedra Walter  

 

“Y en mi locura he hallado la libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido.”

Gibran Khalil Gibran  

 

El 29 de noviembre de 1935 ingresa en el Hospital de São Luis dos Franceses un oficinista portugués con el hígado desecho. Décadas de alcoholismo han culminado en una cirrosis hepática y, el que alguna vez fue un aspirante a escritor, pide sus gafas y escribe sobre un papel: No sé lo que traerá mañana.  

Fernando Pessoa, con 47 años, muere a la mañana siguiente. Como casi todas las muertes, no hace eco más allá de unas pocas calles. Cuando sus amigos entran en su minúscula buhardilla, encuentran un viejo baúl que contiene cientos de papeles: cartas, diarios, poemarios, libros inconclusos y reflexiones. De ese baúl insondable, que hasta la fecha no tiene fondo, se ha publicado una de las obras literarias más prolíficas y monumentales de todos los tiempos.  

Por su diversidad, uno llegaría a pensar que no es el producto de uno sino de varios escritores. Especialmente porque la mayoría de los textos aparecen bajo el nombre de un pseudónimo o, como Pessoa prefería llamarlos, heterónimo. Decenas y decenas de libros escritos por poetas ficticios. Aunque la biografía de cada uno es apócrifa, no lo son sus voces ni sus pensamientos. Cada uno de sus más de 400 heterónimos posee una consciencia propia donde la realidad se vuelve indistinguible de la ficción. 

Aunado al hecho de que Pessoa nunca intentó publicar en vida, su trabajo no encuentra línea entrela genialidad y la locura. 

En uno de esos papeles desperdigados se lee: La locura, lejos de ser una anormalidad, es la condición normal del ser humano. Cuando no se tiene consciencia de la locura y ella no es grande, se es un hombre normal. Cuando no se tiene consciencia de ella y ella es grande, se es un loco. Tener conciencia de ella, si ella es grande, es ser un genio.  

La figura del genio atormentado forma parte del imaginario colectivo desde los albores de la civilización. En la Grecia Antigua, Aristóteles escribió que ninguna mente grandiosa ha existido sin un punto de locura y desde entonces la lista sólo ha ido en aumento: Vincent Van Gogh, Robert Schumann,Amadeus Mozart, Ludwig van Beethoven, Sylvia Plath, Virginia Woolf, Anne Sexton, Ernest Hemingway, Alexander Grothendieck. 

Paradójicamente, incluso las mentes más lógicas han sucumbido ante la sinrazón. Cuando le preguntaron al genio matemático, premio Nobel y esquizofrénico, John Nash “por qué creía que los alienígenas lo habían elegido para salvar el mundo”,él contestó: “porque las ideas sobrenaturales me llegan de la misma manera que las soluciones matemáticas, me las tengo que tomar en serio”. 

En un libro revelador, un verdor terrible, Benjamín Labatut hace cuenta de las mentes espléndidas y atormentadas que moldearon nuestro entendimiento del mundo durante el siglo XX. Personajes que, al intentar descifrar los mecanismos que componen nuestra realidad, fueron presas de su propio delirio metafísico: la ilusión de creer que podemos comprenderla. 

Aunque siempre se ha especulado sobre una correlación entre locura y creatividad, el vínculo entre ambas ha sido más bien fluctuante a través de la historia. En la época antigua, la locura era vista como un atributo o un castigo concedido por los dioses. Durante la edad media, en la cual se retomaron muchos conceptos hipocráticos que fueron desarrollados más tarde por Galeno, se relacionaba con un desbalance de los humores. De esta forma, un exceso de sangre derivaba en una persona alegre, enérgica y vigorosa; un exceso de flema conducía a un pensamiento reflexivo y tranquilo. Aquellos con exceso de bilis amarilla poseían una naturaleza colérica, agresiva y ambiciosa. Los melancólicos tenían un exceso de bilis negra, la enfermedad de los poetas.  

Fernando Pessoa, imagen de Pedro Ribeiro Simões, Lisboa, Portugal – Fernando Pessoa’s Graffiti (Portuguese Poet),
CC BY 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=95152034

No fue hasta el siglo XIX que Philippe Pinel, precursor de la psiquiatría moderna, clasificaría las enfermedades mentales. De talante humanista, fue de los primeros médicos en abolir el uso de cadenas en los hospitales psiquiátricos alegando que las enfermedades mentales podían ser comprendidas y consecuentemente tratadas. Fue también el primero en diferenciar entre los desórdenes orgánicos como el delirio y las enfermedades mentales como la depresión. Una idea que, para bien o para mal, ha prevalecido hasta nuestros tiempos.  

Con los avances en las neurociencias, es cada vez más claro que las enfermedades psiquiátricas tienen un componente orgánico importante. Genética, neurotransmisores, redes neuronales y factores ambientales juegan un rol fundamental en el desarrollo de las psicopatologías. Por esta razón, diferenciar entre trastornos mentales (conjunto de síntomas distintivos sin causa orgánica aparente) y enfermedades mentales (proceso patológico con causa orgánica) resulta cada vez más arcaico.  

El primer problema que surge al vincular la creatividad con las enfermedades mentales es que estas últimas son muy variadas. El término locura es insuficiente para englobar la vasta gama de psicopatologías y muchas veces se utiliza de forma indistinta. Un episodio psicótico, en donde el individuo pierde contacto con la realidad, puede ser producto tanto de una depresión severa como de una esquizofrenia. En segundo lugar, tenemos que determinar qué es exactamente la creatividad.  

Si definimos a la creatividad como la capacidad de generar una idea novedosa y original, es indudable que condiciones como la esquizofrenia o el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) – que se caracterizan por un desbordamiento de nuevas ideas – pudieran ser beneficiosas en el proceso creativo. Sin embargo, una idea original no es suficiente para asegurar el éxito creativo. La idea, además, debe poseer alguna utilidad o ser adaptada a su entorno. Alguien con la incapacidad de focalizar su atención y desarrollar una idea, difícilmente logrará algo con ella. 

Entendiendo esto, existe evidencia empírica de que factores psicológicos subyacentes a los trastornos psiquiátricos están vinculados a mayor creatividad.3 Especialmente en individuos sanos con antecedentes familiares de enfermedades mentales. Parientes no-afectados de personas con trastorno bipolar muestran mayor creatividad y están sobrerrepresentados en profesiones creativas (pintores, escritores, científicos, músicos). Lo mismo para familiares de personas con esquizofrenia.  

Otros estudios indican que los individuos creativos tienen más riesgo que la población general de padecer trastornos del estado de ánimo, abuso de sustancias y, últimamente, TDAH. Los individuos creativos pudieran compartir procesos neurocognitivos que también son características de algunas enfermedades mentales como estados desinhibidos de la conciencia, búsqueda de lo novedoso o hiperconectividad neuronal. Según algunos autores, una persona creativa ocupa un espacio en algún lugar del continuum entre la normalidad y ciertos trastornos de la personalidad.  

Sin embargo, es importante recalcar que no existe una relación directa entre la creatividad y la enfermedad mental.4 Expresar una psicopatología no aumenta la posibilidad de ejercer una profesión creativa. Afirmar lo contrario mitifica la figura del genio atormentado y glorifica la enfermedad mental. Esto no dista mucho de otorgarle a las enfermedades mentales un valor místico o sobrenatural.  

De creer que la epilepsia es un castigo de los dioses o que nuestra cólera proviene de un desbalance de nuestros humores. Estas concepciones falsas conllevan a la alienación y al sufrimiento de los individuos con enfermedades psiquiátricas. Como sociedad, es importante reconocer la importancia de las enfermedades mentales en vez de generar tabús alrededor de ellas.  

En la medida en que se normalice hablar de las psicopatologías como de cualquier otra enfermedad, los individuos afectados serán mejor comprendidos y contarán con apoyo para su tratamiento. Parece inevitable calificar de locura todo aquello que no entendemos. No ha sido la razón de estas personas la que ha fallado, sino la nuestra. 

Pablo Picasso, Desnudo frente al mar, 1929, óleo sobre tela.

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