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jueves, noviembre 21, 2024

Poesía a la tabla

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Roald Hoffmann 

 

 

Maestro olivarero 

 

El maestro olivarero vetó su significado 

          a propósito, cuestión del hábito hispano, pero 

              acabó aflorando, como las amapolas silvestres.  

Dijo que se iría a pasar la noche 

            al acecho de los lobos por los olivares — 

                      quién se lo iba a negar — y llevó consigo  

una hoja de Toledo (¿o era damascena?); no
había lobos, pero las palabras le hirieron, 

                         dijo más tarde, con su doble filo acerado. Esto 

sembró incredulidad; disfrazado, disimulado bajo 

          las pardas arrugas de la naturaleza, como él iba. El marrano
      soñó que se balanceaba colgado de una larga soga  

           sobre una caldera, cautivo en la fría esperanza
        de alcanzar un borde, preguntándose a cada pasada 

                         de quién era la mano divina en el fulcro. 

 

Por qué no visité
el campamento 

 

Mi hijo me dio 

un broche de salamandra;  

escribió, papi, tú 

como la salamandra 

has atravesado el fuego. 

 

Yo no, fue otro. ¿Quién 

dijo, como nos quemamos,  

ardemos, pero por qué no  

ardemos con humo espeso,  

con llama más grande? 

 

Hoy, controlamos  

el mercurio 

en los crematorios; allí,  

sonrío, lavamos 

las cenizas en agua  

para separar el oro. 

 

La memoria está helada 

en una pátina picada de viruelas,  

el flujo viscoso detenido 

en gotas oscuras, estrías  

tapizadas de negro. No  

necesito ver el horno  

para saber que esta olla  

ha pasado por el fuego. 

 

 

Fritz Haber 

 

Inventó un catalizador para extraer kilómetros cúbicos  

del nitrógeno del aire. Fijó el gas 

con viruta de hierro; fabricas alemanas siguieron  

en tropel, produciendo toneladas de amoniaco, 

 

y fertilizantes, meses antes que las vias maritimas 

al salitre chileno y al guano fueran cortadas, 

justo a tiempo para acumular existencias de pólvora, 

explosivos para la Gran Guerra. Haber sabía cómo trabajan 

 

los catalizadores, que un catalizador no es inocente, que  

se involucra, para allanar una cima o socavar
una loma crítica, o que, extendiendo brazos
moleculares a los socios, en las más difíciles 

 

etapas de la reacción, los acerca, facilita 

la deseada formación y ruptura de enlaces. 

El catalizador, renacido, se levanta otra vez 

a su celestineo; una libra barata del bruñido hierro 

 

de Haber podría producir un millón de libras 

de amoniaco. El Consejero Privado Haber del Kaiser 

Wilhelm Institute se vela a sí mismo como un catalizador  

para terminar la guerra; sus armas químicas 

 

llevarían la victoria en las trincheras; quemaduras 

y pulmones calcinados eran mejor que las balas 

dum-dum, la metralla. Cuando sus hombres abrieron  

los tanques de cloro, y un gas verde se volcó 

al amanecer sobre el campo en Ypres, cuidadosamente  

tomó notas, olvidó las tristes cartas de su esposa.
Después de la guerra, Fritz Haber en Berlín sonó
con mercurio y azufre, el trabajo de los alquimistas 

 

apresurando al mundo, transformándose a sí mismos.  

Se preguntó cómo podría extraer los millones
de átomos de oro de cada litro de agua
transmutando el océano en lingotes apilados 

 

contra la deuda de guerra alemana. Y el mundo, bueno,  

estaba cambiando; en Munich uno podía oír
las botas de los camisas pardas, uno pagaba 

miles de marcos por una comida. Un catalizador de nuevo, 

 

eso es lo que encontraría y encontró – él mismo, 

en Basilea, la ciudad extranjera en las riberas 

de su Rin, ahí se encontro a sí mismo, el Consejero 

Haber, protestante, ahora el Judío Haber, un hombre 

transformado y moribundo, en la ciudad del astuto Paracelso. 

* 

Me pregunto si los teóricos del flogisto  

eran amantes, si todo empezó cuando  

se encendieron, como la hierba parda 

 

sobre las colinas de aquí al norte. 

Hace falta tan poco, un toque, para arder. 

Lo percibieron correctamente, los astutos Becher 

 

y Stahl, el principio es el fuego. 

La madera, el carbón, y los amantes, y el metal  

también son ricos en él, es lo que se 

 

expele en una llama. Y la materia 

abandonada, cenizas consumidas (y también  

acertaron en la combustión lenta de la 

 

herrumbre), se vacía, laxa, parche 

de un tambor desafinado. Un agente  

inconstante en el corazón de esta 

 

verosímil teoría, a veces libre, a veces  

combinado con la base, deseando 

escapar, pero a menudo retenido, encarecidamente. 

 

Su pérdida puede negar el peso, como tú 

encendiéndote sobre mí. Puede añadir toneladas,  

la idea de que este día agotador terminará. 

 

Roald Hoffman 

Químico de la Universidad de Cornell, obtuvo el premio Nobel de la especialidad en 1981 por sus trabajos seminales acerca de la transformación estructural de las moléculas reales y probables. Entre sus numerosos libros se encuentra Catalista. Poemas escogidos, Huerga y Fierro, Madrid, 2002. 

 

 

Francisco  García Olmedo 

 

Suma 

 

La sorpresa 

de lo improbable, 

la aparente seguridad de lo metódico, 

 

el fulgor 

de lo nuevo, 

 

la belleza 

de lo efímero, 

 

la abreviada alquimia de lo sexuado, 

 

la levedad molecular de lo dominante, 

la paz en fuga de lo maduro, 

 

la certeza 

de lo mineral. 

 

El todo 

menos que la suma 

de los dispares elementos. El dios debía saberlo. 

 

 

Copenhague 

A Niels Bohr, In memoriam 

 

Después del inútil pacto entre tus hijos, 

de la esforzada conciliación 

entre las infinitas diferencias y el damero,  

la última cena y aquel memorado paseo  

por el inhóspito bosque de Faelledpark,  

la enajenación definitiva 

y la fría, inevitable traición de tu preferido. 

 

Una fina lluvia de silencio  

pudrió para siempre
los términos exactos
de aquel desacuerdo. 

Él supo ver lo imposible  

de percibir a un tiempo  

la belleza y la gracia  

de la mariposa, 

pero no intuyó  

tu razón 

ni tu mano tendida 

aquella noche de otoño.  

 

Grises palomas 

Si tanto te urge, búscala, 

pero no lo hagas 

por los caminos errados  

de los que pretenden  

haberla vislumbrado.  

Investiga bajo el cero,  

no en el infinito 

o en la falsa belleza  

de los algoritmos. 

Busca detrás de la nada,  

no en el desierto 

o en la aparente perfección  

de la piedra. 

Busca donde no alcanzan  

las raíces de lo expresado,  

en lo negro sin dimensiones.  

Tampoco la busques 

en el edificio en llamas  

sino en sus cenizas.  

Si tanto lo deseas 

parte ya, pero no esperes  

que yo te acompañe 

o que comparta tus lágrimas  

porque quiero quedarme  

entre estos dos hemisferios  

como espejos enfrentados  

y contemplar 

cómo levantan el vuelo 

las palomas grises 

en la tenue penumbra. 

 

Cultura emergente 

En las apartadas islas de Nueva Caledonia,  

en una Atenas huida hacia las nubes,
unos córvidos han dado razón de su razón,  

concibiendo nuevas artes para la muerte,  

y han acertado a romper 

el monopolio cultural 

de los endiosados primates. 

 

Una bandada de oscuros pájaros  

cortó el crepúsculo en Muroroa  

sin que los ávidos reporteros  

captaran el ominoso presagio. 

 

Francisco  García Olmedo 

Connotado biólogo molecular de la Universidad Politécnica de Madrid, novelista y poeta, Es miembro de la Academia Europaea. Se hizo merecedor del Premio de la Real Academia de Ciencias en 1989 y el Premio a las Ciencias de la CEOE, en 1991. Es autor de los ensayos La tercera revolución verde (Debate, 1998), Entre el placer y la necesidad (Editorial Crítica, Colección Drakontos, 2001), y El ingenio y el hambre (Crítica, 2009); del poemario Natura según Altroío (Huerga y Fierro, 2002), y de la novela Notas a Fritz (Tabla rasa, 2004). 

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