Roald Hoffmann
Maestro olivarero
El maestro olivarero vetó su significado
a propósito, cuestión del hábito hispano, pero
acabó aflorando, como las amapolas silvestres.
Dijo que se iría a pasar la noche
al acecho de los lobos por los olivares —
quién se lo iba a negar — y llevó consigo
una hoja de Toledo (¿o era damascena?); no
había lobos, pero las palabras le hirieron,
dijo más tarde, con su doble filo acerado. Esto
sembró incredulidad; disfrazado, disimulado bajo
las pardas arrugas de la naturaleza, como él iba. El marrano
soñó que se balanceaba colgado de una larga soga
sobre una caldera, cautivo en la fría esperanza
de alcanzar un borde, preguntándose a cada pasada
de quién era la mano divina en el fulcro.
Por qué no visité
el campamento
Mi hijo me dio
un broche de salamandra;
escribió, papi, tú
como la salamandra
has atravesado el fuego.
Yo no, fue otro. ¿Quién
dijo, como nos quemamos,
ardemos, pero por qué no
ardemos con humo espeso,
con llama más grande?
Hoy, controlamos
el mercurio
en los crematorios; allí,
sonrío, lavamos
las cenizas en agua
para separar el oro.
La memoria está helada
en una pátina picada de viruelas,
el flujo viscoso detenido
en gotas oscuras, estrías
tapizadas de negro. No
necesito ver el horno
para saber que esta olla
ha pasado por el fuego.
Fritz Haber
Inventó un catalizador para extraer kilómetros cúbicos
del nitrógeno del aire. Fijó el gas
con viruta de hierro; fabricas alemanas siguieron
en tropel, produciendo toneladas de amoniaco,
y fertilizantes, meses antes que las vias maritimas
al salitre chileno y al guano fueran cortadas,
justo a tiempo para acumular existencias de pólvora,
explosivos para la Gran Guerra. Haber sabía cómo trabajan
los catalizadores, que un catalizador no es inocente, que
se involucra, para allanar una cima o socavar
una loma crítica, o que, extendiendo brazos
moleculares a los socios, en las más difíciles
etapas de la reacción, los acerca, facilita
la deseada formación y ruptura de enlaces.
El catalizador, renacido, se levanta otra vez
a su celestineo; una libra barata del bruñido hierro
de Haber podría producir un millón de libras
de amoniaco. El Consejero Privado Haber del Kaiser
Wilhelm Institute se vela a sí mismo como un catalizador
para terminar la guerra; sus armas químicas
llevarían la victoria en las trincheras; quemaduras
y pulmones calcinados eran mejor que las balas
dum-dum, la metralla. Cuando sus hombres abrieron
los tanques de cloro, y un gas verde se volcó
al amanecer sobre el campo en Ypres, cuidadosamente
tomó notas, olvidó las tristes cartas de su esposa.
Después de la guerra, Fritz Haber en Berlín sonó
con mercurio y azufre, el trabajo de los alquimistas
apresurando al mundo, transformándose a sí mismos.
Se preguntó cómo podría extraer los millones
de átomos de oro de cada litro de agua
transmutando el océano en lingotes apilados
contra la deuda de guerra alemana. Y el mundo, bueno,
estaba cambiando; en Munich uno podía oír
las botas de los camisas pardas, uno pagaba
miles de marcos por una comida. Un catalizador de nuevo,
eso es lo que encontraría y encontró – él mismo,
en Basilea, la ciudad extranjera en las riberas
de su Rin, ahí se encontro a sí mismo, el Consejero
Haber, protestante, ahora el Judío Haber, un hombre
transformado y moribundo, en la ciudad del astuto Paracelso.
*
Me pregunto si los teóricos del flogisto
eran amantes, si todo empezó cuando
se encendieron, como la hierba parda
sobre las colinas de aquí al norte.
Hace falta tan poco, un toque, para arder.
Lo percibieron correctamente, los astutos Becher
y Stahl, el principio es el fuego.
La madera, el carbón, y los amantes, y el metal
también son ricos en él, es lo que se
expele en una llama. Y la materia
abandonada, cenizas consumidas (y también
acertaron en la combustión lenta de la
herrumbre), se vacía, laxa, parche
de un tambor desafinado. Un agente
inconstante en el corazón de esta
verosímil teoría, a veces libre, a veces
combinado con la base, deseando
escapar, pero a menudo retenido, encarecidamente.
Su pérdida puede negar el peso, como tú
encendiéndote sobre mí. Puede añadir toneladas,
la idea de que este día agotador terminará.
Roald Hoffman
Químico de la Universidad de Cornell, obtuvo el premio Nobel de la especialidad en 1981 por sus trabajos seminales acerca de la transformación estructural de las moléculas reales y probables. Entre sus numerosos libros se encuentra Catalista. Poemas escogidos, Huerga y Fierro, Madrid, 2002.
Francisco García Olmedo
Suma
La sorpresa
de lo improbable,
la aparente seguridad de lo metódico,
el fulgor
de lo nuevo,
la belleza
de lo efímero,
la abreviada alquimia de lo sexuado,
la levedad molecular de lo dominante,
la paz en fuga de lo maduro,
la certeza
de lo mineral.
El todo
menos que la suma
de los dispares elementos. El dios debía saberlo.
Copenhague
A Niels Bohr, In memoriam
Después del inútil pacto entre tus hijos,
de la esforzada conciliación
entre las infinitas diferencias y el damero,
la última cena y aquel memorado paseo
por el inhóspito bosque de Faelledpark,
la enajenación definitiva
y la fría, inevitable traición de tu preferido.
Una fina lluvia de silencio
pudrió para siempre
los términos exactos
de aquel desacuerdo.
Él supo ver lo imposible
de percibir a un tiempo
la belleza y la gracia
de la mariposa,
pero no intuyó
tu razón
ni tu mano tendida
aquella noche de otoño.
Grises palomas
Si tanto te urge, búscala,
pero no lo hagas
por los caminos errados
de los que pretenden
haberla vislumbrado.
Investiga bajo el cero,
no en el infinito
o en la falsa belleza
de los algoritmos.
Busca detrás de la nada,
no en el desierto
o en la aparente perfección
de la piedra.
Busca donde no alcanzan
las raíces de lo expresado,
en lo negro sin dimensiones.
Tampoco la busques
en el edificio en llamas
sino en sus cenizas.
Si tanto lo deseas
parte ya, pero no esperes
que yo te acompañe
o que comparta tus lágrimas
porque quiero quedarme
entre estos dos hemisferios
como espejos enfrentados
y contemplar
cómo levantan el vuelo
las palomas grises
en la tenue penumbra.
Cultura emergente
En las apartadas islas de Nueva Caledonia,
en una Atenas huida hacia las nubes,
unos córvidos han dado razón de su razón,
concibiendo nuevas artes para la muerte,
y han acertado a romper
el monopolio cultural
de los endiosados primates.
Una bandada de oscuros pájaros
cortó el crepúsculo en Muroroa
sin que los ávidos reporteros
captaran el ominoso presagio.
Francisco García Olmedo
Connotado biólogo molecular de la Universidad Politécnica de Madrid, novelista y poeta, Es miembro de la Academia Europaea. Se hizo merecedor del Premio de la Real Academia de Ciencias en 1989 y el Premio a las Ciencias de la CEOE, en 1991. Es autor de los ensayos La tercera revolución verde (Debate, 1998), Entre el placer y la necesidad (Editorial Crítica, Colección Drakontos, 2001), y El ingenio y el hambre (Crítica, 2009); del poemario Natura según Altroío (Huerga y Fierro, 2002), y de la novela Notas a Fritz (Tabla rasa, 2004).