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jueves, noviembre 21, 2024

Cuatro irlandeses geniales

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Hace unos días se celebró el Día de San Patricio, que recuerda, en México, al batallón que decidió desertar y combatir al lado de los mexicanos. Es también una celebración en toda Irlanda. Antes de la pandemia, cada año iba a algún pub irlandés para pedir una cerveza Guiness, fish and chips, y celebrar con un sombrero verde a Irlanda, que nos dio a cuatro genios de la literatura: Oscar Wilde, Bram Stoker, James Joyce y Samuel Beckett. 

I. Oscar Wilde

El salvaje Wilde (wild Wilde), el proscrito. Sedujo a la sociedad, se burló de la hipocresía de la sociedad victoriana y lo pagó muy caro. Era brillante como casi nadie. En El retrato de Dorian Gray, Lord Henry Wotton, el personaje que pervierte a Dorian, es un cínico encantador, sin moral alguna. En Teleny, Wilde cuenta a detalle una relación erótica amorosa entre dos hombres, sin dejar nada a la imaginación. En La balada de la cárcel de Reading, narra cómo fue condenado y proscrito a estar en una sórdida cárcel. Él, cuya inteligencia fulgurante fue única. Al final de su vida dijo que moriría como Villon y Baudelaire, dos enormes poetas franceses que murieron habiendo sido condenados por la sociedad a la que retrataron.

II. Bram Stoker 

Fue el novelista del miedo. En mi más reciente libro: La escritura de los escritores, Grafología y literatura (editorial K’un) la grafóloga Maricarmen Quijano analiza su letra manuscrita y concluye que sus rasgos demuestran que era un hombre que vivía con mucho miedo. Era tal su miedo que creó al conde Drácula, una proyección alucinante y terrorífica. El vampiro ha sido llevado a la pantalla por Murnau (Nosferatu) y por muchos otros directores. Stoker logró algo muy difícil, que su personaje se convirtiera en un arquetipo universal, como lo logró también, la inglesa Mary W. Shelley. Drácula y Frankenstein existen en el imaginario colectivo. 

III. James Joyce 

Hace 100 años se publicó por primera vez Ulises, de James Joyce, quizá la mejor novela del siglo XX en términos de su recepción. Obscena, desbordante, lúdica, compleja, brillante, genial, recrea el camino que recorrió Ulises en la Odisea de Homero. Ahora es un día en la vida de Leopold Bloom en Dublín. Casado con Molly, que lo engaña sin culpa. Las últimas cincuenta páginas de la novela –para muchos un hueso difícil de leer– es el monólogo interior de Molly, que describe cómo nuestra mente siempre está pensando en mil cosas a la vez, es un manantial del que brotan a borbotones imágenes y pensamientos. Ulises pasa en un solo día, el 16 de junio de 1904, el día en que Joyce conoció a su mujer, Nora Barnacle. 

IV. Samuel Beckett

Estudió en Trinity College, la misma escuela en la que estudió Wilde. Fue una especie de asistente de James Joyce y salió con su hija, Lucía, que luego padeció esquizofrenia. Es uno de los maestros del llamado “teatro del absurdo”, junto con Eugène Ionesco, el dramaturgo rumano que escribía en francés. Su obra maestra es Esperando a Godot, una obra en la que no sucede nada, en donde los dos personajes Vladimir y Stragon, esperan a God (Dios)-ot. Nunca llega. Todo es absurdo y nada tiene sentido. 

Después de asomarnos a este póker de ases de la literatura irlandesa, celebremos a Irlanda, una cultura pegada a Inglaterra y, sin embargo, diferente. Es la tierra de Enya, de U2, de The Cranberries, de la Guinness y del estofado de carne con cerveza. ¡Qué viva Irlanda y los irlandeses! ¡Larga vida a su cultura! 

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