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jueves, noviembre 21, 2024

El haitiano desvalido y la señora rica de Las Lomas (Migrantes perdidos en Puebla)

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Todos somos migrantes.

Siempre nos movemos de un lugar a otro.

Muchos poblanos tienen como origen un país cuya sangre está siendo derramada: Líbano.

Muchos de los abuelos de los políticos y empresarios, que hoy viven en fraccionamientos de lujo, llegaron de Beirut huyendo de la plaga de la langosta.

(Circa 1920).

Y arribaron a un país distinto entrando por Veracruz, tras largos días de navegación, llenos de mareos, ilusiones, sed, hambre y frío.

Y cuando llegaron a México, se quedaron algunas temporadas, en los pueblos veracruzanos y poblanos de la sierra norte, vendiendo telas en los tianguis polvosos.

Y siguieron migrando a otros puertos como Tampico, o a otras ciudades como Puebla.

Otros llegaron de Santander o de Asturias, o de Galicia.

Y empezaron de cero.

Seguramente fueron estigmatizados cuando llegaron a México por sus costumbres, sus vestimentas y sus acentos.

Y abrieron tendajones que luego se convirtieron en enormes tiendas de abarrotes.

Todo el tiempo estamos cometiendo migración.

Yo, por ejemplo, salí de Huauchinango a los siete años con mis padres y mis hermanos, y juntos nos establecimos, con más miedo que certidumbre, en la hermosa y seductora Ciudad de México.

Luego, con los años, regresé una temporada a ese pueblo, donde también fui feliz, pero hice equipaje de nuevo y cometí migración llegando a Puebla a principios de los años noventa.

Y quizás dentro de poco cometa una vez más migración de nuevo, y vuelva a hacer maletas para trasladarme a otras tierras absolutamente inciertas.

Mis abuelos no nacieron en Huauchinango.

Lo hicieron en otros pueblos con otras costumbres, y sus antepasados se movieron también de una tierra a otra cargados de ilusiones y de sueños.

Al migrante lo acompañan, a veces inevitablemente, las ilusiones, los sueños, el frío, la sed y el hambre.

Veo a un migrante que parece haitiano con su mujer y su hijo en un semáforo en alto de la zona de Angelópolis.

Veo a una señora de Las Lomas que maneja una camioneta de lujo.

Veo que la señora mira con asco al migrante que se acerca a ella pidiéndole unos pesos para llevar la jornada.

Veo que la señora de Las Lomas ni siquiera voltea a mirar a quien invisibiliza con su indiferencia.

Todo el tiempo estamos yendo de un lugar a otro.

Todo el tiempo estamos cometiendo migración.

Todo el tiempo estamos siendo, inevitablemente, migrantes sedentarios.

(Estas reflexiones nacieron luego de escribir, en mi columna anterior, sobre los retos que tendrá el gobernador Sergio Salomón Céspedes al frente del Instituto Nacional de Migración).  

 

 

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