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viernes, noviembre 22, 2024

Los últimos días del hombre de Palacio

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Los últimos días como presidente de Andrés Manuel López Obrador serán los más intensos que se hayan vivido en Palacio Nacional en el pasado reciente.

Y es que está en pie de guerra desde La Mañanera, metido en un ejercicio de poder brutal.

No parece un presidente despidiéndose, en lontananza, del poder, sino un líder ejerciendo ese poder a todo lo que da.

Hay que creerle cuando dice que hasta el último minuto de septiembre 30 será el presidente.

No está dispuesto a ceder absolutamente nada, ni siquiera ante las presiones del gobierno estadunidense.

Menos aún, ante el sombrero texano de Ken Salazar.

Su antecesor en el cargo —un licenciadito apellidado Peña Nieto—, dejó de ejercer el poder la noche en que López Obrador celebró su victoria electoral en el verano de 2018.

A partir de entonces, fue un fantasma nostálgico que circulaba por Palacio o por Los Pinos sin nadie que lo respetara.

Los suyos se avergonzaban de él y de su prisa por entregarle el poder a quien llevaba tres elecciones buscando ser presidente de México.

Su sexenio errático y voraz tuvo un final de telenovela, pero ya sin la actriz que lo acompañó hasta antes de las elecciones.

Conflictos brutales teñidos de infidelidad y casas blancas acabaron con el romance de plató.

Antes que él, Felipe Calderón, el civil que quiso ser militar, convirtió su despedida en un vodevil con tragos, rumberas y baladronadas.

Todos los días, cuentan las crónicas, se refugiaba en el comedor de Los Pinos, con sus incondicionales, en comilonas interminables en las que siempre sonaban canciones de Sabina y Silvio Rodríguez.

Las crudas, juran los propios cronistas, eran interminables, y sólo se iban para dar paso a una nueva borrachera.

Las confesiones de Manuel Espino, a la sazón presidente del PAN, fueron traducidas con brillante prosa por don Julio Scherer García en un libro memorable.

El caso de Fox fue la historia de un monstruo similar al de Frankenstein, aunque este último encontró refugio en su desprendida novia.

Fox, en cambio, tuvo en Martha Sahagún a la dueña terrible de Los Pinos que lo dopaba con Prozac para hacer y deshacer junto con sus hijos.

Perdido en el más allá de los antidepresivos, Fox se volvió un fantasma en la negra noche de México.

En los años ochenta, ya con un pie fuera de Palacio Nacional, el presidente López Portillo nacionalizó la Banca.

Y lo hizo teniendo en Miguel de la Madrid al presidente electo.

Lo peor es que ese arranque de macho criollo no fue consultado con su sucesor, quien lo habría impedido invariablemente.

El suyo fue un acto en solitario.

En consecuencia: un acto impertinente.

Con el país en ruinas, con el peso devaluado a niveles orgiásticos, con sus romances extramaritales cada vez más públicos, con los escándalos de su mujer, con todo eso a cuestas, López Portillo abandonó Palacio Nacional con un apodo ganado por la residencia que se construyó al final: “El perro”.

Y es que, como lo reveló el Proceso de Scherer, el presidente criollo construyó con recursos petroleros una mansión en La Colina del Perro.

Por eso, una vez fuera del marco presidencial, cada vez que llegaba a un restaurante era echado del mismo por los furiosos comensales que le ladraban a su paso.

El final de este sexenio no se parece a los anteriores.

Aquí tenemos un presidente que va por todas las batallas que ha enfrentado, empezando por la reforma al Poder Judicial.

Septiembre será un mes brutal para un presidente que se mantuvo de pie horas enteras mientras armaba, desde La Mañanera, la agenda mediática del país.

De pie gobernó y a pie se irá hasta su rancho de Palenque para enfrentar la tentación, inevitable, de buscar influir en el nuevo sexenio.

¡Qué final, señores, qué final!

 

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