Ganar el gobierno no representa ganar el poder. La emancipación que el poder político debe dar sobre el poder económico es una escala de tiempos lentos. Aunada a la convergencia innata que el poder político debe compartir con diversas lógicas sociales, culturales y sistémicas. Así como los límites no deseables en los que la vulnerabilidad institucional coexiste con las fortalecidas estructuras ilegales.
Es entonces la toma del poder, por la ruta democrática y electoral, la posibilidad de desarrollar una gestión de impacto social desde los órganos de la burocracia. El juego se da dentro del tablero de la administración pública, con un límite de piezas y recursos, cuya lógica de funcionamiento está naturalmente adherida a la permanencia del estado de cosas.
Dentro de la cronología de la historia política mexicana, el triunfo de Morena se dio en un par de pestañeos. Tan sólo transcurrieron seis años (entre 2012 y 2018) de la constitución del parido político, para que morena ganara la Presidencia de la República y decenas de gubernaturas. Los seis años siguientes (de 2018 a 2024), Morena logró retener la Presidencia de la República, ganar la mayoría de las gubernaturas y —contra todo pronóstico— tener la mayoría legislativa en ambas cámaras.
El planteamiento fundamental para la materialización del cambio de régimen se fijó en la honestidad gubernamental (desde la titularidad del Poder Ejecutivo), el combate a la corrupción y en la llamada revolución de las conciencias. Ésta última siendo gráfica en la politización de la sociedad mexicana.
En la actualidad, como nunca antes, la información del acontecer político descansa y se renueva en las bocas de la generalidad mexicana. Ya no es la política un asunto de unos pocos, sino del interés colectivo.
La misma premura de triunfo y del ansia electoral no ha permitido que Morena concentre esfuerzos en una auténtica formación de cuadros. Entendiéndose la auténtica formación de cuadros no como una intención única de dotar de técnicas de oratoria y legislativas a los eventuales diputados, sino un ejercicio comprometido con la vocación de valores y capacidades de los futuros cuadros administrativos.
El siguiente piso de la transformación debe tener dentro de sus prioridades la de crear no solamente una nueva clase política: en ella incluida debe existir una nueva clase administrativa. En la que se resalte en acto las virtudes del humanismo mexicano, sintetizados en la honestidad y el amor al servicio. Pero también, la eficiencia gubernamental, la resolución de conflictos y demandas, así como la proposición de políticas públicas para consolidar en largo plazo el nuevo México.
Las juventudes que participan en política no deben concebir a la misma únicamente en el anhelo del poder legislativo. De ser llamado —en el más profundo de los sueños— señor diputado, seguido de ingresar a una lujosa camioneta en la que le abran la puerta.
La política es mucho más que un cargo de elección popular. La militancia debe darse dentro también de la burocracia.
Sólo así, el elefante reumático, empezará a caminar.