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jueves, noviembre 21, 2024

El aborto de Lucero

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Cuando Lucero abortó, Pepe Malagón estaba por dejarla. Técnicamente ya lo había hecho. Se había liado con Susanita, una estudiante del Centro Escolar que escribía cuentos y poemas. Lucero, en tanto, acudía a la Normal del Estado con ganas de ser profesora de Español. Eran los años setenta: no existían el Sida ni el herpes, ni el papiloma humano.

Pepe y Lucero se conocieron gracias a Memo, el hermano de Pepe, quien usaba a Lucero como desahogo sexual. Desde muy chica, ella fue vista así por varios gandules de la colonia Santa María.

Primero fue su propio padre quien abusó de ella desde muy joven. Iba en la secundaria cuando empezó a tocarla en las noches. Luego, una vez que agarró confianza, se metió a su cama y la penetró. Le tapó la boca para que no gritara. No lo hizo. Así la sometió durante dos años. La madre de Lucero percibió que algo anormal pasaba, pero con tal de no perder a su marido, al que amaba como tonta, permitió esos deslices. A Lucero, en cambio, no la bajaba de puta.

Lucero tenía los ojos pequeños. Muy juntitos. Técnicamente era bizca, pero sólo que uno la viera muy de cerca. Sus senos eras dos manzanas grandes y su estatura era más bien pequeña. Sólo cuando usaba tacones sus redondeces florecían. Un día, su madre la corrió por puta y ella se fue a vivir con su abuelita Lucha. Mamá Lucha. El edificio al que llegó —“Edificio Ramón”— estaba lleno de parias y lagartijos. Ahí vivía Armandina, una mujer exuberante que usaba fajas apretadas para ocultar la naciente panza. También vivía Teresa, quien fue embarazada a los dieciséis años por un novio que desapareció.

Bertha era novia de Jorge, un padrote de café con leche que usaba un auto deportivo. Un día descubrió a Lucero haciéndole sexo oral a Jorge y la sacó del auto a golpes y patadas. Lucero no escarmentó, y cada vez que podía se acostaba con Jorge. Luego pasó a los brazos de Rolando: un gordo con cara de asesino que tenía problemas de dicción. Era disléxico y afásico. Rolando se enamoró de Lucero, pero un día la agarró a golpes cuando supo que se acostaba con Jorge. Para darle una lección, apagó un cigarro Baronet en el labio superior de Lucero. La marca se quedó ahí para siempre.

Lucero conoció a Memo, el hermano de Pepe Malagón, y se prendió de él. Memo era novio de Carmela y usaba a Lucero cuando se iba de parranda. Le daba de beber, le pedía sexo oral y luego la dejaba en su edificio. Pepe escuchó hablar de ella y se llenó de curiosidad. Para entonces escribía poemas malísimos y necesitaba una musa. La encontró en Lucero. Ella era una declamadora sin maestro que a la menor provocación recitaba “México, creó en ti”. Pepe no había leído Madame Bovary, pero le gustó que Lucero fuera la putita de la colonia. Él quería ser poeta maldito y no sabía cómo. Sabía que Baudelaire había tenido una novia prostituta que lo contagió de sífilis. Supuso que Lucero lo contagiaría cuando menos de chancros. Se hicieron amantes desde el primer minuto. Empezaron a verse todos los días. Su hermano Memo no se amilanó y siguió usando a Lucero como bacinica. Poco a poco, ella fue dejando a todos sus amantes y se consagró al poeta. No se despegaban nunca. La madre de Pepe Malagón enfurecía todos los días.

Pepe se enamoró como una resbaladilla de la ley de Newton. Ella lo supuso sólo suyo. La nueva víctima del papá de Lucero —la “Chata”— le empezó a robar el novio a su hermana. Pepe descubrió que no amaba a su Jeanne Duval y terminó distrayéndose. Se fue alejando poco a poco y terminó en los brazos de Susanita, quien estaba por cumplir dieciocho años. Lucero descubrió que estaba sola y un día buscó a Pepe para decirle que sería papá.

La impresión lo asustó. Recurrió a un amigo. Éste le presentó a su hermano, quien tenía un amigo que practicaba abortos. Se ofreció a acompañarlos. Lucero dijo primero que quería tener al niño. O a la niña. Luego aceptó la propuesta de un horrorizado Pepe Malagón. Fue un sábado lluvioso en la mañana cuando el poeta pasó por su musa. Ella, sucia, desgarbada, cubierta por un abrigo poblado de ácaros, enfiló hacia ninguna parte. La llevaron como zombie. Pepe cargaba una cámara de cine Cannon súper 8 milímetros porque no tenía un quinto para la intervención. Cuando se la ofreció al médico en calidad de pago, éste se irritó. El hermano del amigo tuvo que prestarle el dinero. Malagón jamás pagó el aborto.

No volvió a ver a Lucero. Con el tiempo supo que se había casado con un profesor y que había terminado su carrera normalista. Hace poco vio en Facebook una foto familiar. Terriblemente gordas, Lucero y la “Chata” posan con sus padres y hermanas. Sus esposos las abrazan con una ternura inusitada.

Nota Bene: después de tres años de exigencia, este viernes arranca la discusión sobre la despenalización del aborto en el Congreso del Estado de Puebla.

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