Lo más cómico de la reunión convocada por el equipo de Eduardo Rivera Pérez para respaldar la imposición de su velador, Adán Domínguez Sánchez, en la dirigencia estatal del PAN, fue el anuncio del exmunícipe que se anotará como aspirante a la presidencia del Comité Ejecutivo Nacional de su partido. (Lo escribimos y no podemos dejar de reírnos). Así como lo lee: El principal destructor del PAN en Puebla quiere irse a la Ciudad de México para destruir a su partido a nivel nacional. Obviamente, el anuncio debe tomarse como un disparate marca ACME, porque el exalcalde ha demostrado ser ampliamente limitado como político. Va un ejemplo. El yunquista gusta de presumir que durante su primer trienio al frente del Ayuntamiento de Puebla fue presidente de la Asociación Nacional de Alcaldes y de la Confederación Nacional de Municipios de México. Luego de que se quedó sin chamba, su paso le permitió refugiarse como copresidente del Consejo Consultivo de la segunda, lo que utilizó para vender cuantas asesorías pudo. ¿Sabe usted cuántas presidencias de esos organismos repitió ahora que fue electo como alcalde por segunda ocasión? Ninguna. ¿Sabe de qué sirvió a la ciudad que fuera dirigente de ambas para los tiempos actuales? En nada. Ni una mendiga inversión consiguió después de pasados los años. Eso es la muestra evidente de su carrera: chispa que alumbra unos segundos y nada más. Un segundo ejemplo. ¿Sabe usted a qué panista del país obligaron a firmar una carta en la que se comprometía a no retractarse de la candidatura a la gubernatura? Solo a Eduardo Rivera. La carta fue exigida por Marko Cortés Mendoza, dirigente nacional del PAN, cuando observó que el oriundo de Toluca se estaba haciendo ojo de hormiga y pretendía dejar botada la candidatura que tanto demandó a nivel nacional. Vayamos un poco más atrás. ¿Sabe usted quién fue el candidato del PAN que en 2021, en plena mesa de negociación nacional, hizo berrinche porque no quiso ofrecer espacios a otros grupos del PAN? Efectivamente, Eduardo Rivera. El exbrupto ocurrió a principios de 2021 cuando lo único que faltaba por definir en Puebla era al candidato a la alcaldía de Puebla. Opciones había, pero la entonces dirigente estatal Genoveva Huerta Villegas acordó con Marko Cortés que por el bien del partido era necesario incluir a Eduardo Rivera, pero las semanas pasaron y el yunquista no daba señales de vida. Quería que fueran a buscarlo a su casa y le pidieran que fuera el candidato. Cuando se dio cuenta que estaba a punto de quedarse fuera de la jugada, respingó y armó drama. Como Magdalena lloró por pasillos del CEN denunciando la exclusión y que querían cerrarle las puertas. Ante sus gimoteos, Héctor Larios Rangel, secretario general del PAN, intercedió por su compañero juramentado. Ahí se enteró que Rivera Pérez tenía el ofrecimiento de la candidatura, pero no había dicho ni pío. Fue ahí cuando se creó una mesa política para dar salida a la postulación. El problema es que Eduardo Rivera no quería ceder nada. Y cuando decimos nada, era en realidad nada. Cuando pusieron sobre la mesa un último acuerdo, en el que se comprometía a ceder regidurías y cargos intermedios para militantes de otras corrientes, hizo un berrinchazo. Se levantó de la mesa enojadísimo sorprendiendo al mismo Héctor Larios y a los funcionarios del CEN del PAN que estaban ahí presentes. Al final, uno de los suyos lo hizo entrar en razón y firmó de mala gana los acuerdos que, por cierto, nunca cumplió. Ese es el aspirante que ahora busca la dirigencia nacional del PAN. Se valen carcajadas, pastelazos, jitomatazos y lo que se atraviese.