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domingo, noviembre 24, 2024

La película del 2 de junio cuadro por cuadro

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La semana pasada publiqué dos escenarios de periodismo ficción que adelantaban los triunfos de Claudia Sheinbaum y Alejandro Armenta.

A petición de algunos lectores, reproduzco los fragmentos más significativos:

César Yañez le dijo a Claudia Sheinbaum que el presidente López Obrador quería hablar con ella.

Eran las 4:55 de la tarde del domingo 2 de junio.

El diálogo fue breve pero revelador.

El presidente le dijo que, según sus encuestas, había superado a Xóchitl Gálvez por veintiún puntos.

Ella, metida en la mesura, agradeció la información y concluyó el intercambio con un “gracias, querido presidente”.

Él correspondió el gesto con un “felicidades, presidenta”.

Sin evidenciar su júbilo, volteó a ver a Jesús María Tarriba, su esposo, y le guiñó el ojo.

Luego sonrió y respiró profundamente.

Al oído, sólo le cantó unos versos de una canción —la favorita de ambos—: “Nosotros / que fuimos tan sinceros / que desde que nos vimos / amándonos estamos”.

Él entendió el mensaje cifrado, le tomó la mano izquierda, le dio un beso, y le preguntó en susurros:

—¿Por cuántos puntos?

—Veintiuno.

Un abrazo entre ambos fue la señal que todos entendieron.

Mariana Ímaz, su hija, dio un grito de alegría y la abrazó llorando.

Una fila se formó para felicitarla.

Ahí estaban, entre otros, Marcelo Ebrard, Adán Augusto López, Juan Ramón de la Fuente, el ministro Zaldívar, Renata Turrent y Olivia Salomón.

La doctora le marcó a su madre, Annie Pardo, y durante el diálogo soltó por fin unas lágrimas.

—¿Dónde será la celebración, señora presidenta? —le preguntó.

—(Risas). En el zócalo, mamita.

*

La candidata se despertó temprano.

Técnicamente, no había podido dormir.

Toda la noche había estado hurgando en sus recuerdos.

Se tomó un café chiapaneco, preparado en una moledora francesa, y pensó que ése era, sin duda, el día más importante de su vida.

Estela Damián, una de las personas más cercanas a ella, le había enviado un último reporte que incluía información sobre los operativos —ya frustrados— de la ‘Granja san Claudio’ —como llamaban al equipo de Xóchitl Gálvez.

Él nombre tenía que ver con el ‘dueño del rebaño’: Claudio X. Gonzalez.

Dichos operativos incluían robo de urnas, alteración de actas, secuestro de operadores, y todas las lindezas que acostumbraban los prianistas.

La doctora salió de su casa de Tlalpan a las ocho y media de la mañana para votar a las nueve en punto.

Luego se fue a la casa de campaña.

Durante el día sólo recibiría los mensajes del presidente a través de César Yañez, quien no se separó de ella.

Ahí se fue enterando de los primeros números en los nueve estados en los que habría cambio de gobernador.

Supo que, en la Ciudad de México, en Veracruz y en Morelos, las cosas empezaron apretadas, y que, en Puebla, Alejandro Armenta estaba superando desde las primeras horas a Eduardo Rivera por más de veinte puntos.

Sabía que la elección presidencial la tenía en la bolsa, pero su esperanza era que la diferencia fuese de dos dígitos.

El tema de la bicicleta de dos ruedas —como Sabina Berman llamó al voto ‘todo Morena’— era su principal preocupación.

Quería llegar con las dos terceras partes del Congreso en la bolsa para no negociar con Claudio X. González y sus esbirros: Alito Moreno y Marko Cortez.

*

Xóchitl Gálvez estuvo todo el día en su casa de campaña, ubicada en la calle Lafayette, en la colonia Anzures.

Ahí fue pasando del júbilo a la tristeza.

En las primeras horas, cuando le llegaron los números de la Ciudad de México, se puso a bailar de gusto y habló largamente con Santiago Taboada.

Más tarde, cuando las primeras encuestas de salida evidenciaron la diferencia entre Claudia Sheinbaum y ella, una íntima tristeza reaccionaria se fue a vivir a su corazón.

Alrededor de la una de la tarde tuvo una corazonada cuando vio el júbilo de Alito Moreno y Marko Cortez: la presidencia estaba muerta, pero las diputaciones federales y las senadurías gozaban de cabal salud.

Su hijo Juan Pablo le había dicho en la víspera: “Cuando veas que esos cabrones están celebrando, ya perdiste, ‘ma’.

La confirmación llegó a través de Jorge Castañeda: “¡Te chingaron, Xóchitl! ¡Este arroz sólo se está cociendo en el Congreso! Pero hiciste un gran trabajo, ¿eh?”.

*

El presidente estaba concentrado en ponerle las dos ruedas a la bicicleta.

Tenía una, pero no era suficiente.

Con él estaban, entre otros, Jesús Ramírez Cuevas, Marath Baruch Bolaños, Carlos Torres Rosas, Luisa María Alcalde y el titular de PEMEX.

Todos cruzaban datos para saber si la bicicleta estaría completa.

Las reformas del presidente eran indispensables para lo que venía.

*

Durante la madrugada del 2 de junio, Alejandro Armenta supervisó personalmente con su gente que las cosas estuvieran impecables.

Checó que sus representantes en casilla estuviesen completos y que durante el día tuvieran lo necesario para no caer en el embeleso de la oposición.

(Embeleso, en términos electorales, es embrujo: coptación. Algunas de las mejores elecciones se han perdido debido a que los representantes de los candidatos se venden por pepitas de oro o de lenteja).

A eso de las tres de la mañana buscó conciliar el sueño.

Imposible.

¿Quién duerme en la antesala de cazar al rinoceronte blanco?

En la cama familiar trazó el mapa de su vida política, desde que a los veintiún años obtuvo la alcaldía de Acatzingo hasta ese viernes 10 de noviembre que ganó la candidatura de Morena al gobierno de Puebla en el hotel Camino Real de Polanco.

(Una de las etapas que más presente tiene fue cuando presidió la Cámara de Senadores durante un año).

Pensó también que antes de celebrar sus 55 años de edad, el 9 de julio —ya como gobernador electo—, se sometería a una cirugía del talón de Aquiles del pie derecho.

Esto ocurrirá el lunes 3 de junio, una vez que ofrezca la rueda de prensa en la que confirmará su triunfo.

De ahí saldrá al hospital, donde permanecerá tres días.

A las cinco de la mañana se puso de pie y volvió a revisar detalles del día más importante de su vida.

Luego hizo ejercicios de respiración y se preparó para la jornada.

Tras comunicarse con José Luis García, su operador más confiable, trazó la ruta crítica definitiva de la jornada.

Bromearon unos minutos y quedaron de verse para ir votar.

*

Alejandro Armenta instaló un búnker en el hotel Presidente Intercontinental.

(En realidad fue en el Fiesta Americana).

Después de votar, se instaló ahí con un pequeño grupo de colaboradores.

A la par de diversas juntas, recibía información sobre las elecciones en diversas partes del país.

Un par de veces habló con Claudia Sheinbaum para informarle el minuto a minuto de la contienda.

Poco después de las once de la mañana recibió el resultado de la primera encuesta de salida.

Con una sonrisa le dijo a José Luis García que iban arriba por veinte puntos.

Las buenas noticias no pararon.

En todo el estado, la gente se movilizaba con singular enjundia.

*

A las tres de la tarde, Eduardo Rivera recibió una encuesta de salida que lo ponía veinte puntos debajo de Alejandro Armenta.

—Ahorita viene el voto oculto. Ya verás, Fer —le dijo a su operador subterráneo Fernando Cortés.

—Lo que ya viene es una tromba, Lalo. Mira cómo ya se puso el cielo.

—Ésa es la señal del voto oculto, Fer. Vamos a ganar, ¿eh? ¿Qué vas a querer ahora que despachemos en el cuarto piso del CIS?

*

A eso de las cinco todo era júbilo en el búnker de Alejandro Armenta.

Todo mundo se abrazaba entre gritos de alegría.

Por ahí andaban Juan Manuel Vega Rayet, Rafael Moreno Valle Buitrón, Rodolfo Huerta, Abraham Quiroz y los hijos del candidato.

En un privado, Cecilia Arellano, su esposa, lo escuchaba hablar con Claudia Sheinbaum sobre los números en Puebla.

*

Eduardo Rivera se aisló de su equipo y oró en silencio.

Durante varios momentos del día lo había hecho sin que nadie lo viera.

Una llamada lo distrajo.

Era Xóchitl Gálvez.

—Perdimos, mi Lalo, ¿pero sabes una cosa?

—¿Qué, mi candidata?

—Aprendimos un chingo en estas campañas. ¡Somos mejores seres humanos, mi chingón! Métete eso en la cabeza antes de dormir.

—Si Dios lo quiso así es por algo, mi candidata.

—Dios nunca se equivoca, Lalo. ¡Es más chingón y cabrón que nosotros!

(Risas).

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