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viernes, noviembre 22, 2024

Lalo “El ya merito” Rivera

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El verdadero fracaso de Eduardo Rivera Pérez como candidato a la gubernatura del PRIAN no se encuentra en su fallida estrategia narrativa, sus propuestas de campaña o incluso su desorganización sino en su propia esencia como político: un hombre de poder que nunca cuajó.

Al llegar por segunda ocasión al Ayuntamiento de Puebla existía un Eduardo Rivera en potencia: El alcalde con experiencia en el cargo, curtido por las adversidades que tuvo que padecer de su verdugo Rafael Moreno Valle —con quien terminó por desarrollar el Síndrome de Estocolmo— y, sobre todo, la enorme oportunidad de llenar el vacío que dejó el exgobernador en la oposición desde su papel de gran articulador, generador de consensos y capaz de aglutinar a tirios y troyanos.

Todo ese potencial, de hecho, lo colocaba como un candidato natural a la gubernatura de Puebla y, muy posiblemente, el rival a vencer en la contienda debido a que, además, contaba con la multimillonaria bolsa de la Comuna para inundar el estado.

Eso nunca ocurrió. Por el contrario, los ciudadanos asistimos a un espectáculo grotesco de un alcalde que nunca maduró ni pudo llenar los zapatos para este momento que la historia le había puesto en bandeja de plata.

La realidad es incontrovertible: No pudo porque no quiso.

Se negó a adaptarse a la nueva realidad política y pensó que desde su pequeña visión del mundo era suficiente para trascender y encarrilar un proyecto político que se apoderara de Casa Aguayo.

A la necesaria inclusión que la oposición requería, Eduardo Rivera le inyectó el sectarismo propio de quien no sabe para qué sirve el poder. A la demanda ciudadana de atender los problemas de una ciudad tan compleja como Puebla, le ofreció un gobierno incapaz y corrupto, en el que las ocurrencias y el negocio marcaron la agenda diaria.

Con el aparato del Ayuntamiento de Puebla tampoco pudo hacer mucho. Fuera de la ciudad de Puebla y zona conurbada, Eduardo Rivera es un auténtico desconocido. Su desinterés por visitar el interior del estado, construir una estructura lo llevaron a la patética decisión de patear a la base panista, maltratarla y marginarla para imponerle la estructura de un partido con presuntos vínculos con el crimen organizado.

Ni como alcalde ni como candidato.

El hombre que la oposición necesitaba nunca llegó, nunca cuajó.

Otro ejemplo evidente fue el debate organizado por el Instituto Electoral del Estado. El único camino que el panista tenía para salir victorioso en el mismo acto oficial y en el posdebate era aniquilar a su enemigo, tundir a Alejandro Armenta Mier, exhibirlo, arrinconarlo, llevarlo a ese lugar en que se pierde la cabeza por el enojo o el nerviosismo.

Lo que vimos fue a un Eduardo Rivera jugando a ser Xóchitl Gálvez o, más bien, apostando a ser la caricatura de la candidata presidencial. Lo más arriesgado e ingenioso fue cuando sacó de la chistera el recurso fácil del mote: “Armentira”.

En alguna ocasión, uno de sus allegados me explicaba la forma de hacer política del exalcalde: Ser un boxeador que opta por el juego de piernas, bailotear por el ring y esperar a dar el golpe efectivo.

Lo que no quiso reconocer es que esa es la estrategia del pugilista mediocre que, al pretender cansar a su enemigo, lo único que demuestra es que está siempre en desventaja, con el riesgo de recibir un guantazo que lo lleve a la lona.

La contundencia que Eduardo Rivera necesitaba para el debate nunca llegó porque no es un político contundente ni fajador. Es, para ser directo, un político que nunca cuajó en hombre de poder.

Hay, por decir lo menos, en este personaje una dualidad que lo acompaña en cada acto: Ser candidato sin haber querido serlo.

Al igual que su paso por la alcaldía, Eduardo Rivera se quedó en el “ya merito”.

Ya merito madura como un político con visión de estadista.

Ya merito aprende a gobernar.

Ya merito asume su condición de hombre de poder.

Ya merito se convierte en el político que la oposición necesitaba.

Eduardo Rivera perdió el debate porque cuando debió demostrar que podía, se quedó en el ya merito.

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