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jueves, noviembre 21, 2024

Mi primera cruda

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La primera cruda que tuve fue en mi adolescencia. Mi primo Gustavito, hijo de mi tía Toña, pasó por mí un 24 de diciembre para ir a darle el abrazo de Navidad a sus amigas. Él era hipoacúsico. O en términos tradicionales: sordomudo. Pasó, pues, Gustavito y empezamos a dar abrazos con timidez, al principio. Pero como en todas las casas a las que llegábamos nos servían una cuba (cuba: ron con Coca-Cola sin hielos con sabor a jarabe), los abrazos se volvieron cada vez más candentes. La última visita la hicimos a la casa de don Chenito, célebre dueño de la mejor taquería de Huauchinango. Entramos como Tin Tan y su carnal Marcelo en alguna vieja película mexicana: sosteniéndonos para no caer debido a la brutal borrachera que traíamos. Como pudimos, dimos los abrazos y seguimos bebiendo cubas. De pronto, el techo empezó a moverse igual que las paredes, un San Martín de Porres que estaba en una consola, los focos y el piso. Como pude me sostuve para no caer y vomité sobre una cazuela llena de carne. Oh, sí: la carne de los célebres tacos de Chenito. 

No sé cómo llegué a la casa de mi Mamá Guillitos. No sé cómo me metí a mi cama. No sé cómo no me morí. Horas después desperté sintiéndome profundamente humilde —no hay crudo que no lo sea— y con dolor de cabeza. Ese día supe por primera vez en mi vida lo que era una resaca.  

No me queda más que compartir la mejor definición de ésta que he leído. Pertenece al escritor Kingsley Amis. Vea hipócrita lector: “Cuando esa mezcla inefable de depresión, tristeza (no son lo mismo), angustia, desprecio por uno mismo, sensación de fracaso y miedo al futuro empiece a imponerse, recuerda que lo que tienes es resaca. No te estás poniendo enfermo, no has sufrido una leve lesión cerebral, no haces tan mal tu trabajo, tu familia y tus amigos no han tramado una conspiración de silencio a tu alrededor para que no descubras que eres una mierda, no estás viendo por fin cómo es realmente la vida y no hay por qué llorar por la leche derramada”. 

Ese día infausto decidí que jamás en mi vida volvería a beber ron tibio con Coca-Cola tibia. Ahora le pongo hielos.  

Qué descubrimiento el hielo. Es un antes y un después de las cubas libres. 

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