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sábado, noviembre 23, 2024

Breve tratado de la envidia

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En la película Amadeus, de Milos Forman, el viejo Antonio Salieri se confiesa con un cura y le dice sobre Mozart: su música era la verdadera voz de Dios.

Salieri trinaba de envidia. ¿Y qué es la envidia sino amar a otro en silencio y sin saber cómo?

Todos hemos tenido cerca a algún envidioso. O también hemos sido el envidioso de la historia.

Todos, o la mayoría, hemos sido poseídos por un espíritu salierista o tenemos cerca a un ser miserable que nos envidia.

Lo trágico es que, quien vive con el “Complejo Salieri” transita entre el amor platónico y el desprecio. Y algo peor: lleva siempre a cuestas la piedra de la autocompasión y el auto escarnio.

El Salieri en potencia trata de huir de esas bajas frecuencias, pero sabe que de no jugar el papel de villano, pasará su vida en una eterna escala de grises (o en tono menor). El adepto al salierismo aprovecha la menor oportunidad para hacer vilezas en aras de desprestigiar al objeto de su odio (y de su deseo oculto).

En este momento escucho L’Europa riconosciuta, ópera de Antonio Salieri que inaugurara lo que hoy es el teatro de La Scala. Es de una belleza sutil, pero por desgracia envejeció muy pronto.

Como toda su música.

Debe ser terrible que tus alumnos te dejen en la esquina de fila. A Salieri primero lo humilló Mozart, y después su más preclaro alumno: el brutal Beethoven.

Por eso digo que los envidiosos siempre tienen buenas razones para serlo. Por lo general son criaturas débiles e inocentes a las que la mediocridad aplasta.

Salieri, al final de sus días (y como lo plantean Pushkin y luego el dramaturgo Peter Shaffer) no sólo tiró la batuta, sino que terminó aborreciendo al Dios bueno a quien ofrendó su castidad y todas sus virtudes.

¡Pero qué sería de los virtuosos sin los mediocres!

O de las buenas conciencias sin los villanos…

El mundo sería de una belleza insoportable.

Existirían puros dioses y obras perfectas sin detalles o sin mácula.

Ya lo decía Goethe: “El diablo siempre está en los pequeños detalles”.

Y las grandes obras humanas casi siempre son producto de los demonios que nos poseen.

No de lo divino.

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