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jueves, octubre 31, 2024

La Tercera Voz 54

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La semana azul y las llaves de la libertad.

 

Lunes

Una vez, quizá en los primeros encuentros, Ella le dijo a ese hombre que le encantaba el té. Estaban en su casa. En la casa del hombre. Luego. El hombre se fue a un viaje de trabajo a Nueva York. A su regreso pasó por Ella. La llevó a la casa de él. Desangelada, más bien sin luz, la casa. Tras el acto o quizá antes del acto él inquirió: —Recordé que te gustaba el té. Espérame un instante.

El hombre fue al clóset sacó su maleta de mano aún sin desempacar, la abrió y sacó unas bolsas de té. Unas cuantas, dos quizá tres. Té verde. —Las traje del hotel espero que te gusten— comentó con suavidad.

El hombre bajó, le preparó una taza de té a Ella que luego le subió a la cama.

Ella no puede olvidar esta “insignificancia”. ¡A qué cosas se apega Ella como para no olvidarlo del todo! Por que en estas insignificancias acontece la vida misma.

Acontece el universo, el día, el sol, la luna y las estrellas y palpita toda la humanidad.

 

Martes

Alguna vez Ella le dijo a su amiga Mónica en Frisco: —Sólo quiero alguien con quien oír música una tarde. Así tirados en la cama simplemente oyendo música. ¿Crees que le pido mucho a la vida?

Entonces este hombre vino a verla a Ella en su cumpleaños, viajó de un país a otro, le trajo un disco Tear Down the Walls y escucharon música en una cama. Y también tomaron tequila, sin promesas, sí un delicioso tequila “sin promesas”. También bailaron y vivieron una historia de amor. Vivirán. Viven.

En la mirada de este hombre Ella restauró el SER MUJER extraviado desde siempre. Él restauró el SER HOMBRE.

Luego, entonces, la distancia. El silencio. Él y Ella se restauran. Ya no en el uno en el otro.

 

Miércoles

También tenían algo en común Ella y Él.

—Tienen algo en común—. Les gustaba dormir en camas enormes para navegarse el uno al otro.

—Les gusta—. El era el hombre de las almohadas, dormía con cuatro alrededor. Él ES. Ella le gana por una. ELLA ES. Sólo que no coloca ni una sola debajo de la cabeza. Una va pegada a la pared o respaldar de la cama, otra encima de la cabeza de ella, una al lado de cada brazo y otra entre las piernas. Dormían rodeados de almohadas como para amainar la soledad de los cuerpos. —Dormirán. Duermen—. ELLOS SON.

Las almohadas ahora son la asfixia de ambos.

 

Jueves

En un avión, en un viaje de Ella de Weston a Frisco Ella conoció una J. esta J. le dijo a Ella: —¿Me dejarías contar tus pecas?

Ella respondió: —Esa es una atrevida propuesta a pasar el resto de la vida conmigo. Mis pecas son Pi π……

 

Viernes

Ella va a comer al Hotel La Quinta Luna. Hay unas urracas cacatúas dentro con una bulla insoportable. Así que pide que la cambien de mesa. Está sola en una mesa sentada, afuera, en el jardín. Ella ve entrar un dedo prominente. Es un dedo enorme. Es el dedo anular de la mano izquierda con una sortija tan grande como el dedo. El dedo señala a Ella. Ella esquiva el dedo del hombre que la señala. Mira entonces sus pies, los pies de Ella, para desafiar el dedo altivo de sortija enorme con hombre que la señala. ¡Ah qué pies hermosos! ¿Quién no cae ante esos pies? Tono del color de las uñas: tenue lila-jacaranda-de-abril. Allí detiene Ella su mirada, en sus pies, allí se centra su erotismo y todo su SER MUJER. El dedo de sortija enorme con hombre se acerca a la mesa donde está Ella sentada.

—¿Así que tú eres Ella y esos son tus pies? —espeta el dedo de sortija enorme con hombre, señalando los pies.

Ella sólo asiente.

—Tengo sed —dice el hombre y le pide al mesero que traiga un ron Zacapa.

El dedo de sortija enorme con hombre recorre la hendidura de la clavícula de Ella. Esos intersticios profundamente enmarcados por los huesos de Ella.

Llega el mesero con el ron Zacapa. El dedo de sortija enorme con hombre señala e indica al mesero que vierta el exquisito ron no en la copa, más sí en las hendiduras de la clavícula izquierda de Ella.

El mesero pregunta:

—¿Puedo?

Ella simplemente permanece en el complaciente silencio, ese que otorga. Más de uno se ha sumergido en esos resquicios y ha delirado en ellos. Allí donde la hendidura, donde la herida se vuelve poema.

El mesero vierte un poco del ron Zacapa. El dedo de sortija enorme permite el paso al índice que moja su yema en el ron contenido en la clavícula de Ella. Con voluntad propia y un tanto de arrojo el dedo se dirige a los labios de Ella. Pero no los toca, Ella se retira acaso con delicadeza porque la deslumbra la sortija. Ese símbolo de pertenencia. Ese símbolo de “soy de” “estoy con”. Así que Ella no está ya dispuesta a correr riesgos, a sembrar en el mar, a volar muy alto, a estrellarse de hocico, a fragmentarse en añicos, a embarrar lo que le queda de su preciada sangre. Y recuerda que hay que llevar el duelo con algo de cordura, tan sólo ha pasado año y dos meses. La vida sigue en carne viva. Todavía la habita a Ella un desorden íntimo, allí en ese desorden se desdibuja el deseo. No, no se desdibuja, se desentiende, dormita a la espera de unos ojos, esos ojos están en Frisco y no son verdes, son azules, libremente azules. Libremente como los ojos oscuros de Ella. El deseo es tenue lila-jacaranda-de-abril como el tono del color de sus uñas. De la uñas de Ella.

Es un deseo en reposo en descanso. Un deseo dotado de NO libertad.

Aunque Ella bien sabe que la “no mirada” es la salvación, es la certeza, es la vida llana.

La no mirada es por así decirlo el sosiego obligado. Es el no existir. El respirar sin dolor, sin ritmo, sin palpitación agitada. Es una invisibilización como estado de anestesia, deliciosa somnolencia, etapa de tortuguismo.

Así que Ella se levanta de la mesa, toma la servilleta de tela y limpia el Zacapa, ese elíxir que escurre cerca del escote de Ella. El escote es azul, al borde de un escándalo lógico. Igual que los ojos que la esperan en Frisco. Sí, la esperan esos ojos, que sin Ella no existen. Ella los dotó de mirada y también de esperanza. Esos ojos que no son verdes sino azules volvieron a la vida cuando se asomaron al SER de Ella. Palpitaron. Se anegaron de vida. Y se cerraron ante el inminente retorno de Ella. Ahora Ella los dota de libertad. Libertad es de color azul. Los ojos azules de ÉL son inaprehensibles, inadueñables, inasibles, sólo se pertenecen a ellos y al rostro del hombre que los porta.

 

Sábado

Ella asiste a su terapia con B. Victoria, la doctora le dice:

—Tu rostro lleva las marcas del sufrimiento. Se ve en tu ceño, cada vez más fruncido, en la caída de tus ojos, en tu mirada con desconfianza, en la comisura de tus labios que cae levemente.

Ella sólo la escucha. Y le dice:

—Corro 10 kilómetros al día para espantar los demonios del pasado. Se están muriendo por siempre todos y cada uno, los he ido asesinando.

De regreso a la casa del árbol Ella sale a trotar, Poe, del álbum Great Expectations, entona Today.

Standing in the doorway
Of my life in this house
Trying to find a way to get out
Looking for a sign
That I should open the door
This craziness is getting me down

But today is the day
We break free

Walking down the stairway
To the traffic below
Anything could happen
I know
But I’m sick of everybody
Telling me what to do
I hear you
Hey but I already know

And today is the day
We break free

It’s clear in my mind
After all of this time
What I feel my love

There are so many times
That the sun doesn’t shine
But I’m here my love

And today is the day

Maybe I should wait
Just a minute or two
It’s getting cold now
I feel so insecure

The future is a mistress
That is so hard to please
And the past
Is a pebble in my shoe

Una revelación recorre y toma toda a Ella. Una iluminación; el desapego. Se desposee, desposee al otro, le confiere toda su ser. Mira al cielo, ve los árboles, extiende sus brazos y recibe en la frente el beso de todos los Dioses y las Diosas, el beso del cielo, de la vida, el inmenso secreto azul: es libre y entonces SE AMA hasta el siempre. En este preciso instante empieza su historia, la historia de ELLA.

Entonces suda copiosamente, eufórica, simplemente feliz en el hoy que es siempre y por fin VIVE.

 

Domingo:

Ella le dice al más pequeño de los críos, el sapodrilo, que le dé un abrazo, los otros dos críos están en “esa edad que repele la proxemia con la madre” así que antes de que el sapodrilín entre en esta etapa la madre se lo come todo:

—¿Me das un abrazo?—le insta Ella.

—Sí pero chiquito y sin besos. Los besos no pueden ser largos, ya te dije muchas veces, ni con baba.

Ella lo abraza y le explica que en la magia del abrazo se juntan los corazones y se teje un lazo mágico que los une por siempre. A lo que el pequeño responde con un gesto de GUÁ-CA-LA:

—Ay mami, ¿por qué te gusta tanto el amor?

Y una vez más deja a Ella sin respuesta. En eterno silencio.

Ella recibe un mensaje mañanero del hombre-sin-rostro-y-con-sensibilidad-de-pato-de-plástico. A las cuatro de la madrugada entra el WhatsApp, irreverente, conspicuo.

“Ya los perros buscan la sombra”, lee Ella.

Ella mira al techo, despierta, esperando.

…El arrecife de mi cuerpo se encuentra en la franja de mangles-humedades-y-lagunas, en esta zona ya muy cerca se ven las sombras… son azules y casi me abrigan.

Son las sombras que renuncian a los apegos. La palabra ya no está. Las sombras azules son inaprehensibles, se desbordan, son de un azul inmenso que la mirada no ase, ni tampoco la palabra.

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