El tema del agua en esta elección es ineludible y exige respuestas.
No hay, en el país, territorio ni comunidad que no enfrenten el problema de la escasez de agua potable. Lo que sí hay son evidencias de que, en la mayoría de las veces, han sido -hasta ahorairracionales las estrategias gubernamentales para resolverlo, siquiera en el corto plazo.
La impaciencia de la población enfrenta la imprudencia gubernamental y motiva a que la ambición se convierta en un negocio inmoral, ilegal y perverso, porque negocia con un derecho elemental para la sobrevivencia humana.
Hay gobiernos municipales que, en esa franja de irresponsabilidades, construyen riquezas, favorecen corrupción y lo peor, no multiplican la disposición del vital líquido.
El crecimiento de la población, la falta de ordenamiento en el territorio, la sobreexplotación de los mantos acuíferos, los enormes desperdicios por una infraestructura antigua y sin mantenimiento, pero sobre todo la falta de una educación y cultura del agua, colocan a los mexicanos y mexicanas, frente al riesgo real e inmediato de quedarse sin agua potable.
El agua es un arma política en campaña electoral y sin campaña electoral. Es un problema permanente, creciente y asfixiante.
El agua es el bien indispensable para la vida y, por lo tanto, no debería estar en duda hacerla un recurso infinito. Pero la terquedad de la realidad y las malas decisiones nos regresan a la escasez, el acceso difícil y costoso, incómodo e improbable. La realidad se impone.
No se equivocan quienes han afirmado que, en el mundo, las próximas guerras serán por el agua, entendida como una razón de estado: la seguridad hídrica.
Todo mundo habla de los elementos de esta razón, expresada
como política de Estado, pero
ninguno da respuestas que garanticen suministro continuo,
acceso equitativo del agua, calidad del agua y sostenibilidad en
su disposición.
El problema en detalle es más grave aún. Muchas personas acceden al agua en condiciones de dificultades no apreciadas ni calculadas. La calidad deficiente, las enormes distancias entre la casa y la llave, el tiempo perdido, los elevados costos, pero, en especial, la seguridad de que a pesar de eso un día no habrá agua y se disparará la mortalidad prematura.
Tampoco hay una política de Estado para enfrentar los efectos del cambio climático y su impacto en la producción y conservación de los cuerpos de agua, su conducción hacia los centros de consumo y su potabilización.
Disponer agua es una razón de conflictos vecinales y conflictos armados. Tan solo en los últimos 24 meses se han registrado más de 200 conflictos bélicos por la disposición agua.
La escasez de agua ha pasado de un problema natural a un conflicto ideológico que, ante la fatalidad de revertir sus condiciones, nos sugiere una conciencia de resilencia, adaptarse a la adversidad, lo que motiva conductas innovadoras en el tratamiento y políticas públicas para la segura disposición de agua de calidad.
Pero la capacidad de adaptación disminuye o desaparece ante la fatalidad de la disposición, De nada nos sirve aguantar, adaptarse, si no habrá más agua disponible para consumo humano. Así que la resiliencia hídrica pasa por no dejar ir el agua que hay, limpia o sucia, pero no debe pasar por redefinir la existencia humana, en la sinrazón de un humano sin agua.