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sábado, noviembre 23, 2024

Cócteles para bebedores de leyenda

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Jordi Soler, Es escritor y poeta mexicano. Nació en 1963 en la comunidad La Portuguesa, en Yanga, Veracruz. Es autor de una gran novela: Los Rojos de Ultramar. Es miembro de la Orden del Finnegans, misma que venera al Ulises, de James Joyce, cada 16 de junio (Bloomsday). Fue productor, locutor y director de la delirante estación Rock 101. También estuvo ante el micrófono de Radioactivo (98.5). Actualmente reside en Barcelona, desde donde hace la “transmisión transatlántica” para la cadena Aire Libre FM (105.3). Escribe para El País, en donde encontramos esta joya. 

 

  1. DAIQUIRÍ

Cuando Ernest Hemingway vivía en Cuba, pasaba mucho tiempo a bordo de su bote, y otro tanto acodado en la barra de El Floridita, ese célebre bar que está en La Habana y que ha inmortalizado el punto exacto donde el escritor logró sus grandes éxitos con el daiquirí, que no eran otros que beberse una cantidad inconcebible de papa’s special, un cóctel diseñado especialmente para él, que en la isla gozaba del cariñoso sobrenombre de Papá. El sitio exacto es un banco, al final de la barra, que está hoy aislado por una cadena y coronado por un busto en bronce del escritor. Don Gregorio Fuentes, otra fuente de inspiración paralela al daiquirí, contaba la rutina que seguía con Hemingway todas las mañanas, una rutina productiva cuyo resultado más notable fue la novela El viejo y el mar. El escritor y Gregorio Fuentes, que, además de ser su amigo y su fuente, era el capitán del bote, salían cada madrugada a bordo de El Pilar, tal era su nombre, a navegar mar adentro hasta el atardecer. Hemingway, según explicaba Gregorio, tiraba su caña al mar y se acomodaba en su silla a leer y a beber ron con Coca-Cola, o sin ella, según el clima, el humor del mar o la intensidad de la resaca que acompañara a este legendario escritor que interrumpía su lectura exclusivamente para sacar del agua un pez o para apuntar ideas en tarjetas que iba echando en una caja de madera. El rumbo de El Pilar seguía las coordenadas, infalibles y sumamente personales, que Hemingway interpretaba con las cifras que le iban dando sus botellas: “Una de Fundador al norte y una de Bacardí al este”, y justamente ahí aparecía un pez espada. Un día se encontraron con un viejo que había pescado un marlin tan grande y tan fuerte que iba remolcando, a buena velocidad, su lancha de remos. Hemingway quitó los ojos del libro que iba leyendo para ponerlos en ese acontecimiento digno de escribirse. Gregorio contaba que el escritor le pidió que se acercara a la lancha para ofrecerle ayuda. El viejo que iba siendo remolcado por el marlin se enfureció y les gritó que se largaran, que ese marlin era de él. En una entrevista que le hizo Milt Machlin en 1958, Hemingway confiesa los números de su récord personal en la categoría de daiquirí papa’s special, ese que bebía como un campeón acodado en la barra de El Floridita, cuyos ingredientes son: chorrito de zumo de lima, chorrito de zumo de uva, un poco de hielo y 110 mililitros de ron. El entrevistador quedó fuera de combate con cuatro, nada que ver con los números de Hemingway, que ingirió, en una esforzada jornada, de las 10.00 a las 19.00, 15 papa’s special, y al terminar, como si nada, se fue a su casa a escribir algunas de sus páginas de premio Nobel. “¿Y cuál es el truco?”, preguntó el entrevistador el día en que regresó al combate: “Beber de pie”, respondió el escritor. 

 

  1. GIMLET

Raymond Chandler, ese extraordinario escritor de novelas policiacas, era famoso por su metodología cuando se trataba de ejecutar el oficio que más detestaba: el de guionista en Hollywood. La lista de requerimientos que imponía al estudio cinematográfico que lo contratara era concisa e innegociable: una habitación con instrumentos para la escritura, una caja de whisky (que pretendía liquidar en cuanto pusiera el punto final), una enfermera (para que le suministrara suero cada vez que el escritor flaqueara o se quedara traspuesto) y una ambulancia (por si flaqueaba el suero de la enfermera y la trasposición del escritor pasaba a mayores). 

Su célebre personaje, el detective Philip Marlowe es, desde luego, un gran bebedor, un talento que también Hemingway, arropado por esa verdad del palo tal que produce tal astilla, ponía en sus personajes. Aunque Marlowe, como su autor, casi siempre toma whisky, en la novela El largo adiós cambia de orientación, se deja llevar por su cliente Terry Lennox hasta una mesa minúscula en el bar Víctor, un oscuro local en una ciudad de California. Lennox ordena una ronda de gimlets y lanza su teoría sobre la bebida en general: “El alcohol es como el amor, el primer beso es mágico, el segundo es íntimo, el tercero es rutina”. Antes, el adinerado personaje que ha solicitado los servicios de este detective de novela ha dicho esta línea de sabiduría opinable: “Soy rico, ¿a quién demonios le importa ser feliz?”. Cuando el camarero pone los gimlets en la mesa, Lennox le explica a Marlowe la naturaleza de ese cóctel: “El verdadero gimlet está hecho mitad de ginebra, mitad de jugo de lima, y nada más. Mucho mejor que el martini”. 

 

  1. El cóctel deconstruido

El músico John Lee Hooker cuenta en una canción de su álbum Chill out su método para olvidar a una mujer que lo hacía sufrir, un método que es un cóctel de choque que no incluye concesiones como la lima o el zumo de uva, y que en cambio sí tiende a alcanzar el increíble milimetraje que manejaba Hemingway: este personaje de canción entra en el bar Apex, en Detroit, una cueva donde, desde hace décadas, se refugian los músicos de blues. El Apex está a media luz, medio vacío, y el hombre que acaba de entrar le pide al barman su remedio infalible para olvidar un amor: un bourbon, un escocés y una cerveza. Cuando este personaje, que puede ser el mismo John Lee Hooker, pide por tercera vez este cóctel deconstruido, el barman le hace ver que su estado empieza a ser inconveniente. “No te preocupes”, le dice el músico a medio hablar, dentro de esa media luz que alumbra el bar medio vacío, “sólo tráeme un bourbon, un escocés y una cerveza”. La historia termina como todas las historias de amor que quieren resolverse en un bar: John Lee Hooker y su personaje, ahogados en la barra, pensando con insistencia en esa mujer que ni con ese remedio infalible han podido olvidar. 

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