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jueves, octubre 10, 2024

La ginebra domesticada

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Jordi Soler. Es escritor y poeta mexicano. Nació en 1963 en la comunidad La Portuguesa, en Yanga, Veracruz. Es autor de una gran novela: Los Rojos de Ultramar. Es miembro de la Orden del Finnegans, misma que venera al Ulises, de James Joyce, cada 16 de junio (Bloomsday). Fue productor, locutor y director de la delirante estación Rock 101. También estuvo ante el micrófono de Radioactivo (98.5). Actualmente reside en Barcelona, desde donde hace la “transmisión transatlántica” para la cadena Aire Libre FM (105.3). Escribe para El País, en donde encontramos este artículo. 

 

La ginebra, esa bebida que hace unos años sólo frecuentaban los malvivientes y los marineros, ha sido secuestrada por la sociedad biempensante. La ginebra es una bebida que estimula la imaginación y que ha de beberse con la mínima cantidad de añadidos para que no pierda su naturaleza áspera, su entrañable sabor a pradera curtida por los vientos, por el sol a saco y el hielo azuloso del invierno.  

Yo bebía ginebra con mi abuela, y nos bastaba con medio vaso de Beefeater al que añadíamos un par de hielos cuando teníamos ganas de un cóctel. Pero ahora la tendencia es matizarle a la ginebra su sabor salvaje, mezclarla con tónicas y rodajas de limón o de pepino para que sepa menos a ginebra y más a gaseosa o a refresco. Le está pasando lo mismo que al café, al que se le añaden cada vez más virguerías para beneficio de aquellos a los que no les gusta el sabor del café. 

De un día para otro han aparecido decenas de marcas de agua tónica para domesticar el rudo sabor de la ginebra y convertirla en brebaje de moda. Porque el gin-tonic, comparado con el dry-martini o con la ginebra a pelo que mencionaba hace unas líneas, era ya de por sí una versión timorata de la ginebra, pero las faramallas que se hacen hoy, con las tónicas y las rodajas de pepino, acabarán desembocando en el gin-tonic-sin-sin. 

Lo cierto es que pedir un gin-tonic se ha convertido en un martirio: enseguida te acosa el barman con una batería de preguntas: ¿con qué ginebra?, ¿con qué marca de tónica?, ¿con rodaja de limón o de pepino?, ¿con hielos a -4, a -17 o a -21? Como si cuando pides solomillo te preguntaran: ¿de vaca Hereford?, ¿mertolenga?, ¿rubia gallega?; o cuando pides butifarra: ¿de cerdo blanco belga?, ¿chato murciano?, ¿lampiño ibérico? 

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