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sábado, noviembre 23, 2024

Acosadores o perros

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Una nueva regla de tres en estos tiempos es: eres hombre, tienes cierto poder = eres acosador. No hay más. ¡Y vaya que lo vemos cotidianamente! Siempre lo hemos visto y, en muchos casos, es cierto. Desde que el hombre es hombre, desde que evolucionó del mono, desde que el pulgar se volvió prensil, el hombre ha abusado de su poder y una de las prácticas más habituales de un hombre con poder es acosar a los que están abajo de él: sean otros hombres o mujeres de menor o igual edad. Nada nuevo bajo el sol. O sí: lo nuevo es que ahora el abusador es exhibido sin tener que pasar por un juicio justo que lo reafirme como escoria social. El espíritu de nuestro tiempo es la denuncia. Hoy se puede denunciar cualquier arbitrariedad y el criminal o el infractor, o el supuesto infractor o criminal, puede ser lapidado en tiempo real sin el previo escrutinio de una ley legendariamente ciega. Sin embargo, sin esa ley legendariamente ciega, la denuncia se convierte en algo igual de arbitrario que el propio abuso o supuesto abuso. 

“Acoso”; la palabra está de moda aun cuando el acoso ha estado siempre de moda entre el individuo que tiene un poco más de poder, sobre otro que no lo tiene. El mundo hilvana historias de acoso a todos niveles desde que es mundo. Desde que el hombre se ganó el lugar de hombre por saber controlar sus instintos y por tener, al mismo tiempo, las bondades del albedrío. El animal también acosa, pero desde la inocencia. No vayamos lejos: observemos a una pareja de perros. Cuando la perra está en celo, el perro macho no se le quita de encima. No la deja respirar. Se le trepa, se le monta, la olisquea, aunque haya otro animal o alguna persona presente, por ejemplo, el amo. El perro acosa enfermizamente a la perra, que ni quiere aparearse ni quiere saber nada del mentado perro, sin embargo, el macho ahí está: es persistente, le huele la vulva a la perra, la lame concienzudamente, apasionadamente como si fuera humano. La perra huye en determinado momento. Se esconde bajo la cama. Deja de comer y puede que hasta lo muerda porque simplemente ya la tiene harta. Ya la tiene hasta la madre, en lenguaje humano y llano.  

El perro no se rinde y abusa de su condición de macho, de ser más fuerte y grande que le hembra. Insiste. Vuelve a lengüetear el periné de la perra, se le monta, la penetra, ¡y ya está! Puede ser que en ese encuentro se haya dado el milagro de la vida aun sin el consentimiento de la perra. Yo nunca he visto a una perra que pida ser penetrada. Su olor es la única pista (involuntaria) para el cortejo. Los perros acosan a las perras. Las perras callejeras pequeñas tienen que padecer que un perro gigante (callejero o fifí) se las coja, que las acose como perro. Por eso a los hombres que están detrás de una mujer y no la dejan ni a sol ni a sombra se les dice “perros”. 

Ser un perro es ser un acosador. O no. A muchas mujeres les gusta que los hombres sean perros. A mí me gusta. Les gusta el acoso cuando el hombre les gusta. Si no les gusta es acoso real, lo demás, lo otro, es mero perreo. Un hombre perrea a una mujer y si esa mujer sigue el juego, el hombre sigue de perro hasta donde ella lo permita. Eso es ser perro, no acosador. Un acosador es un tipo que transgrede los límites del otro o la otra. Un acosador es alguien que no queremos que nos toque ni nos hable ni nos visite. Uno sabe de inmediato si el hombre que nos quiere cazar tiene chance o no. Y si no le damos chance, si no le abrimos la puerta y aun así sigue insistiendo con insinuaciones que van rebasando lo grotesco, es un verdadero acosador, y ya no un perro. Sin embargo, las mujeres (y los hombres a los que les gustan otros hombres) vivimos ya con paranoia. Hemos visto a las mejores mentes de nuestra generación abusando de su poder, de su potencia sexual, de su maldad. Pero no todos los perros son acosadores. 

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