Desde mi perspectiva, sí.
Pero no desde su posición de producto de consumo, porque entra en categoría de gadget tecnológico banal. Vaya, es como comprarse una pantalla OLED de 100 pulgadas ultradelgada, se verá increíble y causará el tan famoso factor “wow”, pero no impacta de forma importante a nuestra productividad, calidad de vida, creatividad, etc. Su relación costo-beneficio es pésima.
Muchos analistas creen que es uno de los errores más grandes en la historia de Apple; sin embargo, sus genios mercadólogos y los AppleLovers han salido a convertir este futurista dispositivo en un objeto de deseo. Si me sobraran 4 mil dólares, no dudaba en comprarlos y poner la caja sin abrir por unos 25 años en una vitrina. Después, podría venderlos a un precio de infarto. De cualquier forma, estaría cumpliendo con su función banal.
Pero entonces ¿por qué es un game changer?
La tecnología utilizada para su creación rompe con muchos paradigmas y marca tendencias de desarrollo. Procesadores, sensores, displays, cámaras, materiales, manufactura, etc. Y ni se diga en materia de programación y software. Es básicamente llevar en la cabeza una supercomputadora con una pantalla de muy alta resolución y alimentada de una pequeña batería. Apple puso la vara muy alto y sus competidores tardarán algunos años en igualar esta tecnología.
Apple, además, demuestra categóricamente que los procesadores licenciados por ARM son absolutamente viables para la supercomputación móvil, lo cual es uno de los factores que explican por qué las acciones de esta empresa se fueron al cielo desde su IPO.
Probablemente en los próximos meses veamos productos semejantes que se cobijen en la sombra que este gigante está dejando, con soluciones más prácticas, sobre todo, a un precio más terrenal.
Pero Apple tenía que dar un manotazo tecnológico en lo que prepara su siguiente jugada tan esperada: su propia AI.
