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domingo, noviembre 24, 2024

Lo que no tiene nombre

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Este libro de Piedad Bonnet lo busqué y lo esperé incansablemente. Agotado en CDMX y Puebla. Tuve que volar a Guadalajara para encontrarlo. El último del último me dijo amablemente la chica de Gandhi. Lo tuve pues en mi poder y, con todo, me tomó semanas abrirlo.  

Sabía lo que iba a doler, porque ¿a quién no le invade la culpa cuando recibes la noticia de la muerte de un familiar o amigo cercano?, la muerte trágica. Cuántos de nosotros pensamos, pude haber hecho algo más, ¿por qué no respondí esas llamadas de madrugada?, ¿dónde estaba que no me di cuenta? 

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. 

 Hubo un año en el que perdí cuatro primos, todos del lado paterno, tres de ellos eligieron, sí, eligieron terminar con su vida. De pronto sentí que me tocaba a mí, los primos que quedamos vivos entramos en pánico, nos hicimos algunas breves llamadas ¿estás bien? La depresión es genética, pero no es una sentencia. Aquí estoy, por si necesitas hablar. Nos dijimos por mensaje o por llamada. 

Daniel es (fue) el hijo de la escritora colombiana, Piedad Bonnet. Un pintor con gran futuro y con una autoexigencia desmesurada y, Daniel se llamaba mi primo, bailador como ninguno y gran imitador del aquél célebre personaje de la época de cine de oro,  Resortes. 

 Ambos Danieles (ALERTA DE SPOILER QUERIDO HIPÓCRITA LECTOR) se suicidaron de la misma manera, aunque bajo circunstancias diferentes. Uno dentro de una familia funcional, llena de talentosos y oportunidades. El otro Daniel, mi primo, sumido por el dolor y el abandono que deja la enfermedad del alcoholismo. Daniel y Daniel no tendrían nada en común si no convergieran en ese último impulso.  

Para quienes me preguntaron si Lo que no tiene nombre (Alfaguara, 2022) es un libro sobre duelo, les digo que sí, ahora ¿que si es un libro sanador? depende. Para Piedad lo fue como lo es también su más reciente libro Qué hacer con estos pedazos rotos, en el que habla sobre los últimos años de vida de su padre, de la vejez, y de lo poco que permanece de nosotros cuando nos hacemos mayores. La escritura sana, transforma, resguarda y libera emociones pero no me atrevería a regalárselo a mi tía o cualquier madre doliente. Sería como lanzarla a un pozo sin fondo. Abrirle el pecho sin anestesia. Arrancarle el corazón.  

Me viene a la mente dos casos muy conocidos, Bruce Willis y Robert Williams, ambos con enfermedades degenerativas que, para términos prácticos, llamaremos demencia. Mientras el actor de Patch Adams se quitó la vida, el actor de Duro de Matar eligió ir perdiendo sus pedazos al cuidado de su mujer, sus hijas y su exesposa, la también actriz, Demie Moore.  

Estaba con mi hermano de vacaciones en el 2014 cuando se anunció la muerte de quien personificó en la pantalla grande Sra. Doubtfire, el actor se había colgado usando su cinturón. Un hombre de rasgos apacibles, dedicado a la comedia y con una película por estrenar, sería prácticamente imposible asociarlo a la cifra de 117 personas por día que se quitaron la vida aquel año en Estados Unidos Mi hermano y yo como muchos a nuestro alrededor, detuvimos la marcha y guardamos silencio. 

 ¿Cómo? ¿Por qué? Mas que para saber, para encontrarle acomodo a mis emociones, al destino.  

Vino a mi mente entonces Mr. Keating, en La sociedad de los poetas muertos, una de mis películas favoritas del actor. Carpé diem Maestro, le dije. Carpé diem por ti, por mí y por todos mis compañeros.  

Veamos el otro lado, el de Bruce Willis y los videos en Tik Tok que su familia tiende a subir no entiendo el por qué. El actor de acción, corpulento, atractivo, un galán de décadas, convertido en un hombre flacucho, sin un diente, bailando en pijama con la mirada desorbitada y la sonrisa ingenua. La imagen es devastadora. El duelo, anticipado. 

No sé ustedes queridos Hipócritas Lectores, yo comulgo con la idea de irse antes de que la enfermedad te coma a pedacitos. Algo a lo que más le temo es al dolor físico y la pérdida de la memoria, prefiero irme como Robert, como Daniel y como Daniel. Europa y Canadá aprueban la eutanasia desde hace años, Perú tuvo su primer caso en 2022. En México existe por lo menos la Ley de voluntad anticipada que permite al enfermo terminal interrumpir cualquier tratamiento para prolongar su vida.  

Piedad Bonnet también nos abre su corazón en ese aspecto.  Asume las malas decisiones como padres y los diagnósticos erróneos no como una expiación, sino como una reflexión de lo poco que conocemos sobre salud mental. Nos asegura que un cuerpo sin espíritu, sin brújula y sin convicción, muere, aunque el corazón siga latiendo y, con todo, su hijo Daniel lo intentó siete años. Daniel, mi primo, mis primos, también, aunque, por desgracia esta vida que a veces es muy pinche, les ganó. 

La lectura de Lo que no tiene nombre me dejó llorando por los rincones varios días, a lo mejor porque soy muy intensa. Lo soy. Fue un libro de invierno, fue como caminar por un largo desierto esperando agua, sombra, cobijo. Es uno de esos libros donde el final no es relevante, lo que realmente importa es el camino. El sube y baja de emociones a toda velocidad. Léanlo y cuéntenme.  

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