Siguiendo los pasos de Mario Alberto Mejía en su libro Se dicen cosas horribles de ti (Dorsia, 2021) fui a la FIL-Guadalajara, la primera después del suicidio de Raúl Padilla, mismo que vaticinó el director de este periódico y a quien bauticé, en una reciente charla, como Mario Vidente.
Yo, a diferencia de Mario, no tengo para pagar el hotel Hilton, pero sí para un decente Airbnb en las cercanías. Fueron dos días intensos, llegué el miércoles a medio día, comí sushi en un lugar modesto pero delicioso y me dispuse a seguir a la marabunta de gafete, bolsa distintiva y aires de intelectualidad.
Le avisé a E que había llegado, quedamos de vernos en el stand M31 de Fontamara para revisar los por menores de la firma de mi libro El pan de la vergüenza (Coyoacán, 2023). Sí queridos hipócritas lectores, me llamo Mónica o Armónica y soy escritora.
Apenas entré me sentí en Disneylandia, nunca he ido, pero supongo que así se siente. Un mareo, la respiración agitada, el nudo en la panza y la angustia de que una sola vida y mi quincena, no me van a alcanzar para leerlo todo.
Mi primera compra la hice pensando en mi hijo adolescente, al que ni por error le gusta leer, está obsesionado con Naruto, así que le llevé una novela ligera, el volumen dos de la manga y un llavero. Ni quince minutos dentro y la tarjeta ya había hecho de las suyas.
Dios proveerá.
Me fui como imán a las grandes editoriales: Planeta, Océano y Pengüin. Con las primeras dos, A, mi compañero de viaje se fue de na…rices por los precios y es que Planeta tiene a los de moda y Océano a los extranjeros, o así las ubico yo, no me juzguen. La tentación de llevarme a Tatiana Tibuleac o a Eloy Moreno hacía que las manos me sudaran, digo, por menos de 200 pesos al mes, en Bookmate los puedo leer en electrónico, aunque ver el libro en físico es casi como saludarlos de mano. Así que, con esa falsa seguridad, seguí de frente.
Pengüin parecía el área de pasteles del Costco, Zara en El buen Fin o panadería en 24 de diciembre. Caí, obvio que caí con su promoción de la cajita verde que más bien era naranja. Hasta tres libros por 449 pesos siempre y cuando la caja cerrara perfectamente, ¡hasta tres libros del área de Bolsillo! Me enfilé al área entre empujones, sudores agrios y caras zombis, igual que yo.
La antología de Faulkner no cupo, pero sí La ciudad y la furia, Alice Munro se acomodó muy bien con Las lunas de Júpiter y ya por las meras ganas de sentir que desfalcaba al pingüino, metí uno de desarrollo humano, El camino de la perfección.
Mí Visa volvió a saludar sonriente a la cajera con un ahorro de casi 600 pesos.
Dios da, Dios quita.
Caminé eufórica a la salida, fue como con haberme trepado a la montaña rusa y salir viva, hasta que una voz autoritaria me puso los pies en la tierra de súbito, “su ticket y su bolsa”. De heroína a ratera, pensé.
Chale.
En lo que hacían la revisión a mí y a todos los que intentaban cruzar el umbral naranja, me pregunté ¿robar libros debería ser penado? Diría que depende el libro. Cadena perpetua al que robe El monje que vendió su Ferrari y el bastón de mando para quien logre sacar Los Miserables sin ser visto.
Del naranja pasé al amigable azul de Gonvill a buscar a un buen camarada. R y yo nos saludamos con gusto, él es diseñador de Editorial Hormiguero y hace libros bellísimos, busquen Panteón Familiar de Penélope Córdova. Comentamos la cantidad de influencers que fueron invitados a la Feria y el éxito de la literatura juvenil con el intercambio de brazaletes muy a la Taylor Swift. Ahí andaba una escritora en sus medianos treintas, firme y firme libros gordos de esos de trilogías, aunque también anduvo siendo perseguido por la muchachada, Benito Taibo, el eterno adolescente.
En Gonvill compré Autofagia (Pengüin, 2023) y Cara de Perro (Hormiguero, 2020) Esta vez, no pagué yo, pagaron mis puntos.
Alabado sea el Señor.
Rendidos, A y yo salimos pasadas las nueve de la noche, los pies me ardían y mágicamente no sentía hambre. Mi compañero empezó con malestares de resfriado y es que hay de decirlo, el ambiente dentro de la FIL era como cruzar del desierto a la Antártida intempestivamente. Un sándwich de medio pelo y un café aguado cerraron la noche.
A la mañana siguiente, buscábamos algo para desayunar. A es el que siempre busca lugares cercanos, con estilo, que ofrezcan lo típico pero diferente, sin embargo, su cuerpo cortado y los escalofríos nos llevaron a lo fácil, un lugar sobre Mariano Otero, horrendo.
Decidimos regresar al departamento para descansar, las piernas aún me dolían y tenía los pies hinchados. Mi compañero qué decir, sobrevivía.
Dos horas después, tomé rumbo y valor hacia la firma de libros, antes un Oxxo, unas pastillas para la gripe y un Tejuino, bebida tradicional y traicionera según me dijo el chico con su barril del Chavo del 8. Enfilé mis mocasines negros hacia la marabunta, a mi madre le gustaron mis zapatos cuando se los enseñé, aunque desaprobaría mi outfit andrógino verdicafé, más de cuarenta años y sigo pensando en la aprobación de mi madre para estos menesteres públicos.
Reina de los pecadores, ruega por mí.
Desde el semáforo noté que la fila daba la vuelta y los que esperábamos el cambio de luz verde a roja, éramos decenas. Pensé en la típica escena de película neoyorquina, con mareas de gente cruzando. Autobuses escolares, turísticos, carteles anunciando las escuelas, gritos de maestros conteniendo a los adolescentes eufóricos por no estar en las aulas. El sol quemándome la frente y los locales comentando lo fresco de la tarde. ¡Caray!
A mi compañero de viaje le dejé instrucciones antes de separarnos. Él, buscaría un libro de autora noruega y correría a formarse a la firma de libros de Pilar Bonnett, no me iba a ir sin algo tangible que avalara mi paso como lectora empedernida.
Firmé un par de libros en lo que mi compañero compró libros españoles sobre bicicletas que encontró como olla al final del arcoíris en el área internacional. Rumbo al stand de Gandhi me envió un whats para decirme que la escritora veracruzana de Autofagia, libro que yacía plácidamente en mi habitación, estaba firmando libros y no había gente. Me lamenté por no poder conocer a Alaíde y le supliqué a A que comprara otro ejemplar de Qué hacer con estos pedazos que también había olvidado en el departamento.
Me fui del stand de Fontamara sin mucha gloria y corrí a Pengüin para la firma. Gracias a A fui la número ocho en la fila, crucé dos palabras con Pilar y otras dos con Alma Delia. Dos fotos con cada una y mi sonrisa de oreja a oreja.
Pude irme en paz, la FIL había terminado.
*** Del merendero de garnachas, la FIL-Fifí y los escritores que nadie lee, les hablaré en la parte dos, la próxima semana.