Hoy vi a una mujer que entró con su marido a Louis Vuitton. La mujer llevaba un rostro muy desencajado al llegar. Luego se puso a ver bolsas y pañoletas.
El marido esperaba haciéndose pendejo en su celular. La mujer se acercó a él para enseñarle su selección: un clutch divino con los monogramas. El señor asintió, pero sin mirarla a los ojos.
Entendí entonces que el señor le compraría el bolso como una especie de compensación a alguna fechoría cometida el día anterior… por eso ella se veía molesta al entrar. Acto seguido, ambos se acercaron a la caja.
El hombre sacó su cartera y le dio la American Exprés a la vendedora. La mujer sonrió maliciosamente al ver los ojos desorbitados del marido cuando vio el precio: 100 mil pesos (por ser una edición especial).
La vendedora le devolvió la tarjeta caliente al hombre y el hombre la guardó en la cartera. Los papeles se habían invertido de un momento a otro: la mujer salió radiante de la tienda.
El hombre, en cambio, se veía completamente devastado. Pensé que ese tipo de ajuste de cuentas es bastante justo, ya que los hombres no se arrepienten de sus trastadas, sólo modifican los medios para perfeccionarlas.
Digamos que esta la nueva ley del Talión: bolso por bolso, diente por diente. ¿O cómo era?
