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jueves, noviembre 21, 2024

Sexo en la ciudad

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Las conductas sexuales han cambiado (un poco) en Puebla. Sólo un poco.  

La vida erótica de los poblanos “de toda la vida” siempre ha sido como un tapete persa de imitación, o sea, los buenos tapetes persas –dicen los que saben– tendrían que verse igual por el derecho que por el revés, pero los de imitación –los que están hechos en serie y con máquinas (y no a mano)– tienen un lado prístino, inmaculado y presumible, sin embargo, al voltearlos muestran patrones indescifrables y nudos maltrechos. 

La cosa no es juzgar ni volverse un cínico, ya que todos tenemos un lado B; una vida íntima que difícilmente pasaría por el arbitraje de lo que se conoce como buena moral; lo jodido es que, aunque las cosas hayan cambiado universalmente y muchos de los tabúes se hayan pulverizado con la llegada de nuevas generaciones y la irrupción de las redes sociales como mecanismo de desambiguación, existen en Puebla muchas familias que, por más que suene anacrónico, siguen pretendiendo llevar una vida supuestamente alejada de lo que el judeocistianismo bautizó como pecado, es decir, una relación culpígena y malsana con el cuerpo y sus oquedades, y sus posibilidades… o al menos eso pretenden mostrarle a la sociedad insistiendo en dinámicas rancias como emparejar a los chavos con gente de su misma alcurnia.  

Gracias a la selección natural, a mí no me tocó cecer y vivir mis años de despertar sexual en esa fauna extraña que, por un lado se santiguaba e invitaba a las chicas a llegar vírgenes al altar, pero que por el otro ofrecía una cantidad de historias perversas en las que las señoras se empiernaban con los curas y los libaneses terminaban casándose con sus propios primos en aras de no perder el linaje. 

Tuve amigas que vivían en los mejores códigos postales que, aunque viajaran cada año a Nueva York, nada se les pegaba del comportamiento desparpajado de sus habitantes. O sí; pero hacían su desmadre en Manhattan, y cuando llegaban a Puebla de vuelta, se volvían a meter en el habito de las hermanas clarisas… regresaban, pues, a ser “las novias correctas de manita sudada comprometidas con un mequetrefe que las respetaba”, aunque la realidad era que en sus viajes por la Gran Manzana se deschongaban y eran sodomizadas por un güero de la working Class de Harlem.  

Practicar el sexo anal fuera de las fronteras era entonces el garante de llegar puras al día de su boda, y así, los noviecitos forever daban por sentado que sus estrategias de respetar a la damita de buena cuna habían prosperado mientras ellos, los novios, tenían el derecho patriarcal de cumplir con el protocolo de dejar en casa a la novia a las 8 de la noche, para después irse a Cholula a buscar a las chavas buena onda que venían a estudiar a la UDLA, y con ellas, sí, desfogar su hervor testicular, no sin antes haber sido desvigados por una puta patrocinada por sus propios padres.  

Pero de estas historias de sexo en la ciudad, estaremos hablando cada miércoles.  

Y si les queda el saco, pues suban de talla.   

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