I. Joy Laville
Cuando se enfrenta uno por primera vez a la obra de Joy Laville, lo primero que nos viene a la mente es la paleta de verdes y azules del gran pintor suizo/mexicano Roger Von Gunten, cuyos 90 años el INBAL celebró hace unos meses en el Museo de Arte de la Secretaría de Hacienda federal.
Efectivamente, ciertos verdes y azules tienen reflejos, correspondencias. Sin embargo, el espectador pronto reconoce que, en la pintura de Von Gunten, la naturaleza es una selva que crece con una sensualidad salvaje, mientras que los cuadros de Laville nos remiten a paisajes interiores, a estados del alma.
La crítica Leila Driben escribió sobre Joy: “Joy Laville no es abstracta, geométrica o realista; su pintura está hecha de insinuaciones cuyo enlace más nítido son las siluetas y huellas que habitan en la memoria, en sus múltiples capas y recovecos, allí donde pasado y presente se funden en un tiempo móvil: el que subyace en el espacio atemporal, fijo, de los objetos y figuras del cuadro”.
Joy nació en Inglaterra y fue la compañera de Jorge Ibargüengoitia, el gran novelista muerto trágicamente en el accidente de aviación en Madrid, en 1983. Todas las portadas de sus libros son de su mujer (hasta hace poco, que el grupo editorial decidió que no las utilizaría más. Allá ellos). Sobre la pintora, el autor de La ley de Herodes y Los relámpagos de agosto escribió: “Joy Laville sabe ver, sabe recordar, sabe poner colores sobre una superficie plana, y tiene la rara virtud de poder participar en el pequeño mundo que la rodea.”
Amigos lectores de Hipócrita Lector: el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México exhibe una espléndida muestra del trabajo de esta gran artista (1923-2018). No se la pierdan.
II. Tania Acosta Ayala
En la Ibero de Puebla, esta artista plástica, quien es además filósofa y psicoanalista, presentó la exposición Infancia, 26 piezas de técnica mixta (acrílico, grafito, hilo y papel de algodón, hilo de oro), en la que trata, con crudeza —no puede ser de otro modo— el maltrato infantil, ese asesinato en vida, porque en un niño víctima de violencia una parte muere para siempre, aunque la persona viva muchos años más.
Sobre esta exposición, el crítico y curador Cuahtémoc Medina escribió: “Acosta trasladó la confusión y furia que representa pensar siquiera la etapa de violencia sin límite que nos ha tocado vivir en el México de las últimas décadas, en un ataque dirigido al material de la superficie pictórica. Sus cuadros transitaron de la incomodidad de la representación de los ojos huérfanos del sufrimiento de la infancia, a la vandalización de la superficie material del cuadro”.
En un registro diferente, el miércoles pasado Tania Acosta inauguró, ahora en la Universidad Iberoamericana de la CDMX, su nueva exposición, Texturas, conformada por 40 lienzos (óleo y temple), con dos óleos de gran formato. A partir de un cuadro cuya paleta recrea los tonos azules, la artista va explorando distintas posibilidades formales, tanto cromáticas como —lo dice el título de la exposición— la relación del pincel con la tela, es decir, la textura, que es una forma privilegiada de la caricia.
Los 30 cuadros en pequeño formato se desenvuelven ante el espectador como un atardecer en Islandia o en el Himalaya. Y es que del pincel de Acosta surgen paisajes inéditos; cada uno, sin embargo, resultado del anterior. Nada es producto del azar. Su aparente simplicidad esconde una secuencia, un orden oculto. La mirada se deslumbra. Es casi demasiado. Vemos y sentimos paisajes emocionales que muestran la complejidad cromática, por decirlo así, del alma de la pintora. Cada color, cada paisaje, expresan y revelan una parte de su psique, misteriosa, compleja, fascinante.
Las dos exposiciones de Tania Acosta Ayala se complementan. La primera es un grito de dolor e impotencia; la segunda, nos describe los paisajes internos que la habitan, en los que no encontramos placidez, complacencia ni quietud, pero sí un río de emociones que se construyen a través de una estructura, como si las sensaciones que expresa con su pintura necesitaran del concepto que articula cada serie de pinturas para surgir y ofrecerse, impúdicas, a la mirada del visitante. Si vienen a la CDMX, tampoco se la pierdan.
Ser espectador y por ello cómplice de las exposiciones de Joy Laville y de Tania Acosta Ayala es un privilegio y un regalo. ¿Por qué no se dan, queridos lectores de Hipócrita Lector, ese regalo? El arte y la belleza siempre retribuyen nuestro esfuerzo por ver y comprender.