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jueves, noviembre 21, 2024

Inteligencia divina en las piedras

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A mi hermana Luisa 

 

Mientras conversamos sentí una paz rara, antes había pensado en tantas cosas malas que mejor es no escribirlas. Digo que sentí paz, no sé si las personas cuando están muriendo llegan a ese nivel como si estuvieran poseídas por una inteligencia divina, porque los razonamientos de ahora van con la impronta de una inteligencia de por medio, para entender mejor la realidad o para confundirnos más de lo que suponemos de ella.  

Venía para el centro en la ruta 76 mirando por la ventanilla, me fijaba como Puebla tenía una energía extraña donde a veces encajas en ciertos círculos y otras veces no, pensaba que el destino me lanzó para acá por asuntos de una familia que se iba diluyendo o fue la misma inteligencia divina quien hizo lo suyo para que esto sucediera. Entonces me dejé llevar por esa necesaria forma de poder convertir los pensamientos en palabras como si estuviéramos revelando algo, sin querer hacerlo o creyendo que lo hacía.  

Se volvía esta inteligencia en esa imagen abstracta de otros estados de la conciencia, de la existencia, del alma, una fuerza que empuja y la misma fuerza atrae al estar atrapado a la cotidianidad de la avenida 16 de septiembre, donde ahora al gobierno le dio por arreglar una calle que estaba buena, por ornamento, por embellecer la ciudad, mientras a los niños en los hospitales le hace falta tratamiento para el cáncer.  

La idea es que con la inteligencia divina se trate de que el pensamiento quede neutro para lograr esa conexión necesaria con el Todo, pero por dentro la mente escupe palabras, sentires, pesares, ilusiones, mentiras, desconsuelos, hastío, sufrimiento, ganas de volar, ganas de dejar que el mundo se parta en dos, porque hace falta billete para comer y comprar un par de zapatos, porque hace falta un refrigerador, una lavadora, pagar la renta… Luego dicen que eso no es lo necesario, lo necesario es lo otro, lo que te hace crecer por dentro, te vuelve humano, te conecta con el cosmos.  

Ante tal situación existencial sale taladrado el corazón, el hígado, el riñón, y la angustia se convierte en una fuente de poder que quizá solo sirva para expresar el estado de un momento, de un lugar preciso, de una Puebla que se desmorona en mis manos y yo con ella, pero el reto es estar atento a lo que se revela, sin pensar tanto, fijando la mirada en las piedras picadas de la Av. 16 de septiembre con las mejores preguntas, porque las respuestas ya están hechas.   

Detuve la escritura, cerré los ojos y escuché el silbido de mi hermana mayor que llegó desde Venezuela, la sinceridad de nuestra conversación hizo que pegáramos nuestros corazones, pecho a pecho, latido a latido “porque la mente no puede dominarnos así, tan salvajemente, es el sentir el que está en medio de este tránsito y es lo que debemos buscar para encontrar las verdaderas respuestas” y lo dijo como si estuviera poseída por una divinidad, se me volvía tan verdad que por segundos logré ver  iluminada la habitación con una luz especial, en la distinción de compartir una conversación más espiritualista que conductista.   

Hago caso y por eso me levanté buscando entre las piedras a mi propio silencio. Me costó porque la mente me llevó de un signo tras otro, de una incertidumbre tras otra, a una ilusión tras otra. Esa máquina de palabras se convirtió en huella volátil que se fue con la brisa, con la estela que dejó al pasar la ruta 76 a toda velocidad frente al departamento.  

Y en este laberinto te busqué y me perdí, porque tengo las herramientas básicas, pero no las suficiente para llegar al zenit que sí tocó a Prabhupada. Es solo vivir el andar, estar pendiente de las pistas que van dejando las indecisiones, las oportunidades, los triunfos, el fracaso y los incendios, la equivocación en la búsqueda de una estabilidad.  

Dormí dentro del ojo del huracán, di vuelta tras vuelta como muñeco de trapo buscando con el péndulo, brujos y santos, el indicio preciso. Imaginé la construcción de un puente donde llego irremediablemente a su lado, donde empezamos a construir desde el silencio otras formas de comunicarnos, para llegar al efectivo sentido de las cosas.  

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