I. Las flores del mal
El gran Charles Baudelaire escribió el poema “La carroña”, parte de su libro Las flores del mal:
Una carroña
Recuerda, alma, el objeto que esta dulce mañana
de verano hemos contemplado:
al torcer de un sendero una carroña infame
en un cauce lleno de guijas,
con las piernas al aire, cual lúbrica mujer,
ardiente y sudando venenos,
abría descuidada y cínica su vientre
lleno todo de emanaciones.
Irradiaba sobre esta podredumbre el sol, como
para cocerla al punto justo,
y devolver el céntuplo a la Naturaleza
lo que reunido ella juntaba;
y el cielo contemplaba la osamenta soberbia
lo mismo que una flor abrirse.
Tan fuerte era el hedor que creíste que fueras
sobre la hierba a desmayarte.
Los insectos zumbaban sobre este vientre pútrido,
del que salían negras tropas
de larvas, que a lo largo de estos vivos jirones
—espeso líquido — fluían.
Todo igual- que una ola subía o descendía,
o se alzaba burbujeante;
diríase que el cuerpo, de un vago soplo hinchado
multiplicándose vivía.
Prodigaba este mundo una música extraña,
cual viento y cual agua corriente,
o el grano que en su harnero con movimiento rítmico
un cribador mueve y agita.
Las formas se borraban y no eran más que un sueño,
un bosquejo tardo en llegar,
en la tela olvidada, y que acaba el artista
únicamente de memoria.
Detrás de los roquedos una perra nerviosa
como irritada nos miraba,
esperando coger nuevamente el pedazo
del esqueleto que soltó.
—¡Y serás sin embargo igual que esta inmundicia,
igual que esta horrible infección,
tú, mi pasión y mi ángel, la estrella de mis ojos,
y el sol de mi naturaleza!
¡Sí! Así serás, oh reina de las gracias, después
de los últimos sacramentos,
cuando a enmohecerte vayas bajo hierbas y flores
en medio de las osamentas.
¡Entonces, oh mi hermosa, dirás a los gusanos
que a besos te devorarán,
que he guardado la esencia y la forma divina
de mis amores descompuestos!
II. Enrique Metinides (1934-2022)
En la cabaña número uno del Centro Cultural Los Pinos, en la ciudad de México, podemos disfrutar la exposición del extraordinario fotógrafo de nota roja Enrique Metinides, mexicano de ascendencia griega.
Empezó como chavito, ayudante del reportero gráfico. Y dedicó toda su vida a encontrar la belleza que se esconde detrás de un accidente trágico, de un asesinato, de una familia que llora frente a un féretro.
Lo increíble de su trabajo es que trasciende el morbo. Cada una de sus fotografías es una reflexión filosófica sobre la vida y la muerte.
Su foto más famosa, quizás, es la de una mujer, una rubia que trae su pulsera de oro en la mano derecha, que muere atropellada por un Datsun y queda prensada entre el automóvil y un poste. Parece un maniquí. Su rostro hierático tiene una serenidad egipcia. Es la foto de un instante, el momento en que la vida se da cuenta de que ha muerto. Hay un pasmo, una estupefacción, un estupor.
Enrique Metinides era un hombre bueno, que coleccionaba carritos de bomberos -los podemos ver también en la exposición-. Nunca dejó de ser un niño. Quizá por eso enfrentó desde su lente a la muerte con una visión pura, única, que lo hizo famoso en México y en todo el mundo.
Al igual que Baudelaire -que le da nombre a este diario, Hipócrita Lector– supo encontrar la belleza de la oscuridad. Gracias, Charles, gracias, Enrique, por mostrarnos la luz de lo negro, el resplandor escondido detrás de la muerte.