Pensaba que los miembros de la generación z venían de fábrica con una especie de conciencia supuestamente más desarrollada.
Al menos eso nos dejan entrever en sus defensas encendidas a la hora de rescatar perros y darlos en adopción, o cuando deciden no seguir consumiendo leche de vaca y prefieren la leche de almendras, o cuando son afectos a comprarse tenis de vinil en vez de buscar unos de piel genuina…
El discurso que vemos en redes sociales, en donde se ha comprobado que optan por la comodidad de usar pants felpudos en vez de ropa ajustadísima, se pierde a la hora que los vemos beber.
Yo no sé, pero al menos todavía en los tiempos en los que salía de noche con las amigas y los chavos, tratábamos de ahorrar toda la semana para sentarnos y pedir copas decentes.
Recuerdo cómo a finales de los noventa, la venta de alcohol adulterado tuvo un boom en las discotecas, y era casi una obligación moral procurar que las botellas que compráramos fueran de cierta calidad.
Los estudiantes no podíamos darnos muchos lujos, pero sí podíamos recurrir a algunas mañas como para ponernos una borrachera decente, es decir, lo menos dañina, con alcoholes que no nos fueran a dejar ciegos.
Retiro lo dicho: hasta hace unos meses afirmaba que los jóvenes, tan influenciados por las asépticas imágenes de los influencers que no pueden aparecer promocionando marcas mientras vomitan en un seto, tenían menos arraigado el vicio de la copa, sin embargo, lo que he visto estas vacaciones sobrepasa mi entendimiento.
Aun teniendo el dinero suficiente para una francachela placentera, los chamacos son aficionados al Bacardí y al Smirnoff saborizado, pero en una nueva modalidad: cada chango pide una botella helada de ese esperpento y lo succionan directo de la botella como si fueran lactantes hambrientos.
Obviamente el espectáculo debe irse a las redes sociales para que quede constancia de la briaga épica y los likes alimenten sus fuerzas de guerreros hasta no verte Jesús mío.
Las mesas terminan atiborradas de cadáveres de vidrio.
Huelga decir que, obviamente, estas huestes infernales del pedo exprés no comen entre bebidas.
Lo curioso es que en mis observaciones no pude documentar un solo desfiguro real, es decir, los pequeños Gremlings son bien aguantadores. Alambiques con sudaderas y Adidas que, aunque les den “del gacho”, no acaban rumiando sus pecados en el escusado.
Si no me falla la memoria, los baby Boomers eran adictos a la cuba libre y los High Balls, que básicamente estaban preparados con el democrático Bacardí que nunca falla.
¿Será esa la receta para no malacopear a los cuarenta?
Tendremos que investigar…