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jueves, noviembre 21, 2024

De la corrección política y la búsqueda de la verdad

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I. La anticipación futurista de George Orwell

En 1984, la novela de Orwell, el censor determina que una novela tiene un fragmento inadecuado, que no es políticamente correcto. Entonces lo sustituye y eliminan los registros. El original desaparece. Sólo existen las últimas versiones. Algo similar está pasando hoy. 

La novelista española Rosa Montero señaló hace unos días que intentar la “corrección política” de obras literarias del pasado era ¡eliminar el pasado! porque lo que se escribió, en un tiempo y una coyuntura determinados, es parte de la historia. Y si lo modificamos, estamos cambiando la historia. Dice Montero: “La censura convierte al pasado en una mentira”.  

Suena pavoroso. Es pavoroso. Suena imposible. No lo es. Nos recuerda la novelista española que eso acaba de pasar en China: “La Revolución Cultural de Mao destruyó, por pureza ideológica, gran parte del patrimonio cultural chino, los templos de Confucio y los palacios de los antiguos emperadores (además de matar a millones de personas). Cuando los humanos emprendemos el camino fanático, podemos llegar muy lejos”.  

 

II. ¿Cuál es la verdad, hoy? 

La corrección política es un gran problema. Hay otro, quizá peor. Hemos confundido el respeto a la opinión ajena con el respeto a la verdad. Yo puedo respetar a quien diga que la tierra es plana, pero no tiene la razón, es una mentira, una afirmación falsa. Hoy, sin embargo, es difícil afirmar que algo es una mentira, porque me pueden responder que mi afirmación está sesgada, es ideológica, llena de prejuicios, etc. Si digo que los japoneses son menos altos que los noruegos, alguien me dirá que soy clasista, que los insulto, que soy un enemigo de Japón, etc. Sin embargo, los noruegos son más altos que los japoneses… ¿o no? 

Es de sentido común, pero el sentido común hoy, es, como se ha dicho, el menos común de los sentidos. Espero que la corrección política no acabe con la historia, con el pensamiento, con el sentido común, con nuestras vidas, en última instancia.  

 

III. Hacia el matrimonio de la verdad y la Inteligencia Artificial 

Ok, la tierra es redonda. Ok, Pi es 3.1416. Ok, existe la ley de la gravedad. Nadie discute estas afirmaciones. 

Sin embargo, en términos políticos: el extremismo islámico destruyó los Budas y fray Diego de Landa destruyó los códices mayas. ¿Por qué? Porque según ellos tienen/tenían la verdad. Sabemos que no es así, pero la fuerza de destrucción del fanático es una llama viva, que busca la madera. 

En términos estéticos: hay quien piensa que buena parte del arte contemporáneo es una basura. No tendrían empacho en destruir las propuestas de avanzada que vemos cada año en Zona Maco, el espacio anual donde confluyen las galerías de arte más importantes del país y algunas de talla internacional. No hablo de lo que opina la señora de las quesadillas, que no tiene por qué entender a un artista como Pollock y su action-painting. No, hablo de amigos profesionistas.  

En el chat de los exalumnos del CUM he tratado de explicarles que hay un arte que está al alcance de todos -Vivaldi- y otro que hay que estudiar para entenderlo, como muchas cosas en la vida -un ejemplo es la música del compositor estonio Arvo Pärt-. No es fácil de comprender -y en el arte lo que no se comprende es difícil que se convierta en un disfrute-. 

Y ahora que llegue la inteligencia artificial, si alguien la manipula pasará lo de Orwell. El programador decidirá qué es verdad y cuál fue el pasado, aunque modificar el pasado implique destruir la memoria del hombre. Tiempos complicados nos esperan… Mejor dicho, ya están aquí. Uhh.  

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