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viernes, noviembre 22, 2024

“Las mujeres no lloran, las mujeres facturan”

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El reggaetón como sujeto 

 

Por culpa del reggaetón reprobé por primera vez una materia en la historia de mi vida académica. No fue precisamente por haber ido a un concierto de Bad Bunny, tampoco por haberme amanecido en el antro “perreando” o por haber privilegiado otras actividades en lugar de mis estudios.  

Fue durante mi segundo encuentro desastroso con el reggaetón.  

Sucedió hace unos años cuando una conocida, recomendada por alguien más cercano, me pidió permiso para hacer una fiesta en mi departamento. El motivo era su cumpleaños. Yo, como buena antropóloga, pero mala en las dinámicas más simples de las relaciones sociales, le dije que sí, imaginando dos cosas: 

1.- Que tendríamos el concepto (festejo) de alguna manera emparentado. Ya que el concepto de fiesta, desde mi imaginario; se traducía en una reunión con uno que otro invitado, cervezas (porque eran estudiantes de la UNAM), botana, quizás vino para los más bohemios. Todo esto adornado con un fondo de buenas conversaciones al calor de los temas más interesantes de la psicología moderna, ya que era la especialidad de aquellos estudiantes; o por lo menos eso entendí.  

2.- Que quizás me distraería un poco el ruido de las voces o de la música durante el examen que tenía como límite de entrega el mismo día en que esta señorita había nacido (12 de junio). Pensé: “Quizás cuando termines el examen puedes salir a tomar unas cervezas con ellos, después de entregar tu examen final antes de las 00:00 am”.  

Todo iba muy bien hasta que empezaron a llegar sus invitados. Avancé menos del 40% del examen de sociolingüística; donde tenía que estudiar las variaciones consonánticas a final de palabra de la voz de un hablante cubano. Después tenía que describir los procesos fonológicos que sus declinaciones sonoras a final de sílaba emitían, y al mismo tiempo, hacer un análisis comparativo entre la ortografía prescriptivista del español ibérico y las variaciones fonéticas del español caribeño; específicamente de Cuba. Porque, aunque no parezca, son variantes dialectales muy diferentes. 

El tiempo estaba contado y los latidos de mi corazón se mezclaron con la música “a todo volumen”, con estallidos sonoros que nunca habían registrado las paredes de ese departamento. Pues el reggaetón ya estaba comenzando.  

El volumen era fuerte, las voces chillonas y entre gritos, las conversaciones contenían el mismo papel temático que las letras de lo que escuchaban.  

Cito textualmente: 

Voz femenina 1: “¡Yo perreo hasta el suelo!” 

Voz masculina 1: (risas) 

Voz masculina 2: (risas) 

Voz femenina 2, 3, 4, 5, 6, 7: (risas, risas, risas). 

No sé por qué, pero recordé un poema de Artur Rimbaud. Específicamente una frase contenida en el esquicito libro llamado: “Una Temporada en el Infierno” …: “La primavera me trajo la risa horripilante del idiota”. Pero como era verano; lo dejé pasar y me esforcé para que la voz del hablante cubano de mi elicitación no se mezclara con la voz del cantante cubano que desde mi inconsciente se asemejaba con las coplas del reggaetón de fondo.  

Durante algunos instantes me confundía de cubano, si en realidad escuchaba la voz del que estaba cantando o del cubano que estaba analizando. 

Por momentos intentaba comprender el discurso de la canción de fondo: no era más que hablar de cómo se irían a “follar”, lo bien que la pasarían y una que otra frase coqueta que sólo los caribeños pueden emitir. Sexo, sexo, sexo, tu cuerpo, el mío, el alcohol, la playa o cualquier sitio, era el contexto del contenido semántico de las canciones.  

La palabra perreo proviene del nominal: Perro /peɾo/. Nada más y nada menos que el animal que realizó durante muchos siglos, la mejor simbiosis con el ser humano. La mancuerna perfecta, que hasta la fecha no podemos identificar qué costumbres prestó el perro salvaje (lobo) a los hombres o viceversa, antes de ser domesticado. 

Frases cotidianas en el español mexicano remiten a dicho privilegiado animal; “Los políticos andan tras el hueso” (como perros); connotando la actitud del canino, “andar en brama”; cuando alguien tiene las hormonas a tope (como perro). Pero específicamente, el concepto “perreo” remite al baile surgido del ghetto de República Dominicana, donde niñas hipersexualizadas bailaban para los cantantes regionales de ritmos caribeños desprendidos del reggae, específicamente del dancehall 

Con la práctica aprendí que el “perreo” refiere a bailar como lo hacen los perros cuando fornican, cosa fácil de imitar. Mientras ellos se encuentran cada vez más empoderados en los derechos mundiales. Dándoles de comer, comprándoles ropa, pintándoles las uñas y proveerlos al mismo costo que un hijo, incluso ya existe el término “perrhijo” en el imaginario social.  

¿Quién domó a quién?… 

A la fecha no sé si es tan evidente que las letras del reguetón son utilizadas como una estrategia publicitaria para promocionar grandes empresas. Ya que la mayoría de “reguetoneros”; si no es que todos, inyectan una frase donde el pretexto es insertar a Gucci, Armani, Cassio, Rolex, Mercedes Benz, Audi, entre otras marcas. 

Esos “tarareos” publicitarios me abruman. Son a mi punto de vista: comerciales con ritmo, el marketing perfecto que involucra el cuerpo y las hormonas. Además de incluir los preceptos posmodernos que buscan la felicidad, el deseo y la fama. Sin mencionar problemáticas socio-culturales más fuertes como el narcotráfico y la economía mundial. 

Hoy en día escucho miles de feministas repitiendo como fieras la frase del último éxito de Shakira: “Las mujeres no lloran, las mujeres facturan”. Sin saber que dicha empresaria tiene deudas pendientes en España y que está cobijada en los paraísos fiscales, donde encontramos los nombres de grandes políticos, empresarios, futbolistas y otros millonarios del mundo.  

Shakira, ¡vaya empresaria!, poniendo al público de su lado, para limpiar con la música y la decadencia social su imagen. 

Conclusión: Después de ese examen reprobado, atrasé un año para recuperar la materia. Pero aprendí a “perrear” hasta el subsuelo y a divertirme como buena entidad latinoamericana.  

Trato de no escuchar la letra y simplemente disfrutar una convivencia latina y ya mundial, para comprender la nueva “otredad”. Qué sería de nosotros sin reguetón… 

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