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jueves, noviembre 21, 2024

¡Qué viva el mole de guajolote! Estridentismo, la vanguardia mexicana

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ISAAC GASCA MATA*

 

1923, primero de enero, algunas calles del centro de la ciudad de Puebla amanecieron con una proclama pegada en las puertas y los muros de las casas. Tal, como en 1517, Martín Lutero, pegó sus noventa y cinco tesis en Alemania para oponerse al dominio absoluto de la iglesia católica, provocar un cisma religioso y reformar lo que consideraba obsoleto, así más de doscientos escritores mexicanos encabezados por Manuel Maples Arce y Germán List Arzubide firmaron y publicaron el “Manifiesto Estridentista”, una obra con la que pretendían derrocar los rancios conservadurismos que imperaban en la literatura mexicana de aquel momento y abrir la escritura creativa a temas nuevos y estructuras renovadoras. La comparación con Lutero no es gratuita ni superficial, pues el grupo estridentista también abrió la oportunidad al debate mediante la irreverencia de sus postulados y con ello generó un clima de efervescencia cultural que ayudó a la conformación de la pluralidad (como Lutero en la iglesia católica) en la literatura nacional que luego de los once años de lucha armada que supuso la Revolución
mexicana se encontraba en pleno estado de eclosión y aún no consolidaba sus estatutos institucionales ni sus intelectuales orgánicos.

Por lo tanto, la aparición del “Manifiesto estridentista” generó un impacto profundo en los valores consolidados de la literatura. Por ejemplo, en el segundo artículo del Manifiesto encontramos una pugna contra la generación inmediatamente anterior: el Modernismo. El ataque es una mofa a la estética de la lírica modernista encabezada por escritores como Salvador Díaz Mirón, Luis G. Urbina y Manuel Gutiérrez Nájera:

“Segundo: – La posibilidad de un arte nuevo, juvenil, entusiasta y palpitante (…) superponiendo nuestra recia inquietud espiritual al esfuerzo regresivo de los manicomios coordinados, con reglamentos policíacos, importaciones parisienses de reclamo y pianos de manubrio en el crepúsculo.”

Cabe aclarar que las primeras décadas del siglo XX fueron un momento creativo con pocos paralelismos en la historia de la literatura occidental, pues así como en México el Estridentismo publicó su Manifiesto para enardecer los ánimos de la juventud, en Francia el rumano Tristán Tzara lideraba el Dadaísmo, André Bretón hacía lo propio con el Surrealismo publicando un manifiesto que manejaba el mismo estilo insolente y reaccionario que el de los artistas mexicanos, en Alemania aparecía en el cine, la pintura y la literatura la estética del Expresionismo y en Italia Filippo Tomasso Marinetti encabezó, con su respectivo manifiesto publicado en 1909, la vanguardia artística conocida como Futurismo.

El estridentismo mexicano impulsó la literatura cuyo tema fue el desarrollo tecnológico, el poder de las máquinas. Por ello gran parte de sus obras son un homenaje a las líneas del telégrafo, el tranvía, los trenes, los postes de luz… en fin, los inventos más adelantados de su época. Tal característica puede corroborarse en siguientes versos del poema Prisma, de Manuel Maples Arce:

“Yo departí sus manos,
pero en aquella hora
gris de las estaciones,
sus palabras mojadas se me echaron al cuello,
y una locomotora
sedienta de kilómetros la arrancó de mis brazos.
Hoy suenan sus palabras más heladas que nunca.
¡Y la locura de Edison a manos de la lluvia!”
(Argüelles, 361)

El símbolo de la locomotora en la poesía del mexica no parece tener relación con la pintura La ciudad que sube (1910), de Umberto Boccioni, pues esa máquina “sedienta de kilómetros” aparece en el arte pictórico con violencia, velocidad y caos representada en esa bestia roja, alada, que a ratos parece caballo a ratos locomotora, pero cuya velocidad indudablemente la impulsa al futuro.

La crítica literaria relacionó a la vanguardia mexicana con el Futurismo ya que los italianos promovían una estética del movimiento, la velocidad y la termodinámica, es decir: la poesía de las máquinas. Ambas vanguardias concebían al arte como una oda al movimiento ininterrumpido hacia adelante, como una locomotora, y en ninguna parte se notaba más este avance que en las máquinas. Por ello surgieron obras como el poema en prosa Bombardamento di Adrianapoli, de Filippo Tomasso Marinetti, que describe una batalla de la primera guerra mundial. El poema intenta reproducir la velocidad de los acontecimientos, la ráfaga de las metralletas, la explosión de las bombas y el grito de los humanos que sucumben bajo el ensordecedor ruido de los aparatos bélicos. El poema no respeta la puntuación para emular la velocidad de la maquinaria de guerra. Al respecto, en el manifiesto futurista se lee:

“El calor de un trozo de hierro es más apasionante, hoy día, que las sonrisas y las lágrimas de una mujer.

Es necesario introducir a la literatura tres elementos que hasta ahora han sido olvidados:

a) el ruido (manifestación del dinamismo de los
objetos)

b) el peso (facultad del vuelo de los objetos)

c) el olor (facultad de la volatilización de los objetos)”

En su origen el Estridentismo mexicano y el Futurismo italiano son movimientos contraculturales incendiarios que por regla se oponen a lo que consideran rancio y lo sobajan. Sin embargo, la similitud entre ambas vanguardias no se circunscribe a los temas que manejan sus respectivos representantes. También está presente en la actitud que toman con respecto a la tradición cultural de sus países. Para ejemplificar pongamos a dialogar un par de fragmentos literarios. En una sección del manifiesto estridentista se expresa lo siguiente: “CAGUÉMONOS: Primero: – En la estatua del Gral. Zaragoza, bravucón insolente de zarzuela (…) encaramado sobre el pedestal de la ignorancia colectiva. Horror a los ídolos populares. Odio a los panegiristas sistemáticos.” Mientras Ida Appendinni Dagasso sostiene que:

“En su odio por todo lo estático, Marinetti llega a proclamar como necesaria la destrucción del pasado y de sus tradiciones, memorias, ejemplos cívicos, poesía y arte, museos y bibliotecas, para que los jóvenes puedan construir y crear sin el recuerdo vivo de las cosas muertas. Para renovar hay que destruir.” (Apendinni, 91)

Ambas corrientes artísticas están emparentadas. No obstante, a diferencia de la vanguardia europea, la pugna del grupo estridentista para consolidar su propuesta no solo fue contra adversarios de generaciones anteriores a ellos. También hubo una especie de campo de batalla en el que compitieron contra los escritores que participaron y sobrevivieron a la revolución mexicana. En su ensayo Vanguardia y campo literario: la revolución mexicana como apertura estética Ignacio Sánchez Prado menciona a dos grupos en constante polémica: los llamados escritores viriles en contra de los llamados escritores afeminados. Según su investigación, los autores viriles eran novelistas que narraban hechos violentos de las batallas entre el ejército carrancista y el villista u obregonista, huertista y zapatista. En fin: describían los horrores de la lucha armada que ocurrieron en México entre 1910 y 1921. Ellos eran encabezados por el médico Mariano Azuela que peleó al lado de Francisco Villa y participó activamente en la toma de Zacatecas, misma que describió en su novela Los de abajo. El otro grupo era llamado afeminado por extranjerizante y porque los temas de sus obras literarias no tenían relación con la década de terror que pocos años antes arrasó la nación.

“(…) estos términos “viril” y “afeminado” son significantes sustituibles que se colocan en lugar de lo que verdaderamente importa en esta contienda: nacionalista-cosmopolita, mexicanizante-europeizante”

En este sentido, el Estridentismo cumple con la definición de literatura afeminada por su interés en desdeñar los tópicos del pasado y evitar escribir acerca de los héroes de la patria que el interés político de aquellos años (1920´s) empezaba a encumbrar. Maples Arce, Arqueles Vela y List Arzubide, los miembros del grupo estridentista, no eran europeizantes como queda evidente en la firma de su manifiesto: ¡Que viva el mole de guajolote! Pero sí son cosmopolitas en cuanto se alejan de una temática nacionalista, rural, y prefieren una literatura cosmopolita, urbana. Tal desacuerdo con los escritores viriles se exhibe en textos como el poema Canción desde un aeroplano, de Maples Arce:

“Cantar.
Cantar.
Todo es desde arriba
equilibrado y superior,
y la vida
es el aplauso que resuena
en el hondo latido del avión.
(…)
Ciudades del norte
De la América nuestra,
Tuya y mía;
New York,
Chicago,
Baltimore…” (Argüelles, 363)

El poema seguramente provocó el enojo de los escritores viriles pues en él no aparece México, ni los mexicanos, ni referencias a la cultura nacional a través de estereotipos: sombreros, huaraches, Pancho Villa o Emiliano Zapata. Pero si aparece un sólido impulso al discurso que encomia la tecnología y el cosmopolitismo.

En conclusión, el Estridentismo fue un movimiento literario fundado hace un siglo, influido por el Futurismo italiano e impulsado por jóvenes escritores mexicanos que después de la lucha armada que constituyó la revolución mexicana mantuvieron pugnas tanto dentro del campo cultural de sus contemporáneos (los escritores viriles), como con las generaciones previas a ellos (los modernistas). Esa lucha por legitimar su estética a veces encontró apoyó por dependencias institucionalizadas como gobiernos estatales, y otras encontró un amargo desdén por el canon que pretendían instaurar los sobrevivientes de la guerra, los llamados escritores viriles que preconizaban: “una literatura cruda, realista, fundada en los estrechos temas de la Revolución.” En contraposición, la del estridentismo fue una literatura del mundo, de la tecnología y para el futuro.

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